EN LONTANANZA La curiosidad, prerrequisito de la libertad
Aunque solo fuese por esa afirmación, y las demostraciones que aporta, el libro de Theodore Zeldin titulado “Historia íntima de la Humanidad” (Plataforma Editorial, Barcelona 2014) sería de obligatoria lectura para todos.
Zeldin es un escritor y profesor nacido en 1933, en Palestina bajo mandato británico, ex decano del St. Anthony College de Oxford. Está considerado como uno de los “…cuarenta pensadores mundiales cuyas ideas tendrán una influencia perdurable en el nuevo milenio” (Independen on Sunday), y “…uno de los cien pensadores más importantes del mundo” (Magazine Litteraire). En realidad, leyendo a Zeldin puedo entender que semejantes calificativos no le interesen, como la espuma del mar no le interesa a quien pretenda explorar sus profundidades.
La obra de Zeldin deparará muchas sorpresas al lector interesado en entender mejor, y transformar para bien, el mundo en que vivimos. Lo primero es su acendrado optimismo, y su fe en la razón humana, capaz de escalar cumbres y derribar mitos absurdos y nocivos, incluso, de deparar momentos de auténtica felicidad a las personas. Desde este prisma, la lectura actúa como una descarga de energía. No se le lee con indiferencia. El capítulo XI de este libro se titula “Cómo la curiosidad se ha convertido en la clave de la libertad”. Para demostrarlo, aparte de poner ejemplos extraídos de personas concretas de la vida cotidiana, Zeldin nos lleva de la mano a un impresionante recorrido histórico en el que apreciaremos cómo la curiosidad está detrás de todos los avances civilizatorios humanos, y su persecución o prohibición ha provocado enorme atraso, oscurantismo y dolor. Al respecto escribe: “Cada vez que nace un niño aparece un faro que irradia curiosidad y el mundo vuelve a ser interesante. La tierra da cada año la bienvenida a 78 millones de nuevos faros, pero, ¿en cuántos de ellos se apaga el fuego dos, tres o cuatro décadas a partir de entonces?... En la historia, los individuos que intentaban reafirmar su independencia tuvieron primero que echar por tierra los obstáculos que se alzaban en el camino de la curiosidad” Zeldin considera que René Descartes (1596- 1650), el filósofo y matemático genial de la duda radical, fue el padre de la primera declaración a favor del derecho a la curiosidad, llegando a afirmar que ella es intrínseca a los seres humanos, que nada puede impedirla, y que aumenta con el conocimiento. A ello habría que agregar que la curiosidad previa yace en la base de todo conocimiento novedoso, y que ella y solo ella, si es genuina e insaciable, es capaz de engendrar nuevos conocimientos, hacer avanzar las ciencias, las artes, la literatura y el pensamiento, sin lo cual, no hay felicidad posible. Vivimos tiempos de intemperie espiritual donde verdades tan sencillas como las expresadas por Zeldin, pueden parecer intrascendentes, e incluso anticuadas. No es precisamente la curiosidad humana, en el sano sentido de la palabra, que nada tiene que ver con el morbo sensacionalista, lo que los medios privilegian, ni lo que el poder estimula, ni lo que los más ricos respetan. Precisamente por eso, el aldabonazo de Theodore Zeldin sobre nuestras amodorradas conciencias, es más pertinente que nunca.
Mientras Usted lee este escrito, acaba de nacer un puñado de niños curiosos. El mundo vuelve a ser interesante.
El autor es miembro titular JCE y
presidente Ateneo Dominicano