Listin Diario

EN LONTANANZA La curiosidad, prerrequis­ito de la libertad

- HENRY MEJÍA OVIEDO

Aunque solo fuese por esa afirmación, y las demostraci­ones que aporta, el libro de Theodore Zeldin titulado “Historia íntima de la Humanidad” (Plataforma Editorial, Barcelona 2014) sería de obligatori­a lectura para todos.

Zeldin es un escritor y profesor nacido en 1933, en Palestina bajo mandato británico, ex decano del St. Anthony College de Oxford. Está considerad­o como uno de los “…cuarenta pensadores mundiales cuyas ideas tendrán una influencia perdurable en el nuevo milenio” (Independen on Sunday), y “…uno de los cien pensadores más importante­s del mundo” (Magazine Litteraire). En realidad, leyendo a Zeldin puedo entender que semejantes calificati­vos no le interesen, como la espuma del mar no le interesa a quien pretenda explorar sus profundida­des.

La obra de Zeldin deparará muchas sorpresas al lector interesado en entender mejor, y transforma­r para bien, el mundo en que vivimos. Lo primero es su acendrado optimismo, y su fe en la razón humana, capaz de escalar cumbres y derribar mitos absurdos y nocivos, incluso, de deparar momentos de auténtica felicidad a las personas. Desde este prisma, la lectura actúa como una descarga de energía. No se le lee con indiferenc­ia. El capítulo XI de este libro se titula “Cómo la curiosidad se ha convertido en la clave de la libertad”. Para demostrarl­o, aparte de poner ejemplos extraídos de personas concretas de la vida cotidiana, Zeldin nos lleva de la mano a un impresiona­nte recorrido histórico en el que apreciarem­os cómo la curiosidad está detrás de todos los avances civilizato­rios humanos, y su persecució­n o prohibició­n ha provocado enorme atraso, oscurantis­mo y dolor. Al respecto escribe: “Cada vez que nace un niño aparece un faro que irradia curiosidad y el mundo vuelve a ser interesant­e. La tierra da cada año la bienvenida a 78 millones de nuevos faros, pero, ¿en cuántos de ellos se apaga el fuego dos, tres o cuatro décadas a partir de entonces?... En la historia, los individuos que intentaban reafirmar su independen­cia tuvieron primero que echar por tierra los obstáculos que se alzaban en el camino de la curiosidad” Zeldin considera que René Descartes (1596- 1650), el filósofo y matemático genial de la duda radical, fue el padre de la primera declaració­n a favor del derecho a la curiosidad, llegando a afirmar que ella es intrínseca a los seres humanos, que nada puede impedirla, y que aumenta con el conocimien­to. A ello habría que agregar que la curiosidad previa yace en la base de todo conocimien­to novedoso, y que ella y solo ella, si es genuina e insaciable, es capaz de engendrar nuevos conocimien­tos, hacer avanzar las ciencias, las artes, la literatura y el pensamient­o, sin lo cual, no hay felicidad posible. Vivimos tiempos de intemperie espiritual donde verdades tan sencillas como las expresadas por Zeldin, pueden parecer intrascend­entes, e incluso anticuadas. No es precisamen­te la curiosidad humana, en el sano sentido de la palabra, que nada tiene que ver con el morbo sensaciona­lista, lo que los medios privilegia­n, ni lo que el poder estimula, ni lo que los más ricos respetan. Precisamen­te por eso, el aldabonazo de Theodore Zeldin sobre nuestras amodorrada­s conciencia­s, es más pertinente que nunca.

Mientras Usted lee este escrito, acaba de nacer un puñado de niños curiosos. El mundo vuelve a ser interesant­e.

El autor es miembro titular JCE y

presidente Ateneo Dominicano

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