La limosnera millonaria
No le falta techo, comida, ropa, diversión o caprichos, al revés, de todo le sobra. Pero siempre que pienso en ella, me digo “¡pobrecita!” Inspira compasión. Como cuando, en la noche, pasas por una esquina y ves a alguien que pide limosna bajo la lluvia, así de desgraciada y abandonada la percibo.
La última vez que me sorprendí con pensamientos llenos de piedad hacia esta persona, me pregunté, ¿pero pobrecita por qué? Como ya dije antes, todas sus necesidades materiales están cubiertas y le sobra. Tiene familia, no la que ella quisiera ni la ideal, como tampoco lo es la suya ni la mía, pero la que Dios le regaló.
También, trabaja y profesa una fe, es creyente. ¿Qué más necesita? ¿Por qué, a veces, yo siento que le falta todo? ¿Cómo alguien, que no es una indigente, puede inspirar tanta lástima? Se debe a lo que proyecta, que se impone por encima de lo que ella es.
Ese desamparo afectivo, esa necesidad de ser aceptada; esa orfandad del cariño, del abrazo, el consuelo y la escucha de otros. Esa actitud lastimosa, como si todo el mundo le hiciera un favor y como si ninguna muestra de afecto, de su parte, fuese suficiente para evidenciar lo agradecida que se siente por ello. Lo que veo, al mirarla, no es su cuerpo cuidado y bien vestido, sino su alma desamparada, incapaz de darse cuenta que no necesita nada más que lo que ya tiene. Repasemos sus tesoros. Que pueden ser los míos o los suyos.
Le sobra amor. Alguien la ama tanto que se dejó azotar, golpear y crucificar en una cruz por ella. Y la acepta sin condiciones, ni retoques, porque la imaginó tal como es, no cambiaría ni una hebra de su cabello. Ella es una obra única y especial, salida de sus manos, de la que Él se siente un creador orgulloso. Ese Alguien la cuida. Disfruta tanto su compañía que va con ella allá a donde se dirija, jamás la abandona. No se cansa de escucharla y tampoco de complacerla. Pero, esta persona triste, no parece darse cuenta de su fortuna.
Cada día, ese alguien que la ama, la cuida y la acepta, el Dios en el que ella cree, la llena de regalos. Esta mujer no los descubre porque no mira hacia sus bendiciones sino hacia sus carencias. Quizás se dice, como yo cuando la veo, “¡pobrecita!” Igual a una millonaria que se siente una limosnera.