Listin Diario

La limosnera millonaria

- ALICIA ESTÉVEZ Para comunicars­e con la autora alicia.estevez@listindiar­io.com

No le falta techo, comida, ropa, diversión o caprichos, al revés, de todo le sobra. Pero siempre que pienso en ella, me digo “¡pobrecita!” Inspira compasión. Como cuando, en la noche, pasas por una esquina y ves a alguien que pide limosna bajo la lluvia, así de desgraciad­a y abandonada la percibo.

La última vez que me sorprendí con pensamient­os llenos de piedad hacia esta persona, me pregunté, ¿pero pobrecita por qué? Como ya dije antes, todas sus necesidade­s materiales están cubiertas y le sobra. Tiene familia, no la que ella quisiera ni la ideal, como tampoco lo es la suya ni la mía, pero la que Dios le regaló.

También, trabaja y profesa una fe, es creyente. ¿Qué más necesita? ¿Por qué, a veces, yo siento que le falta todo? ¿Cómo alguien, que no es una indigente, puede inspirar tanta lástima? Se debe a lo que proyecta, que se impone por encima de lo que ella es.

Ese desamparo afectivo, esa necesidad de ser aceptada; esa orfandad del cariño, del abrazo, el consuelo y la escucha de otros. Esa actitud lastimosa, como si todo el mundo le hiciera un favor y como si ninguna muestra de afecto, de su parte, fuese suficiente para evidenciar lo agradecida que se siente por ello. Lo que veo, al mirarla, no es su cuerpo cuidado y bien vestido, sino su alma desamparad­a, incapaz de darse cuenta que no necesita nada más que lo que ya tiene. Repasemos sus tesoros. Que pueden ser los míos o los suyos.

Le sobra amor. Alguien la ama tanto que se dejó azotar, golpear y crucificar en una cruz por ella. Y la acepta sin condicione­s, ni retoques, porque la imaginó tal como es, no cambiaría ni una hebra de su cabello. Ella es una obra única y especial, salida de sus manos, de la que Él se siente un creador orgulloso. Ese Alguien la cuida. Disfruta tanto su compañía que va con ella allá a donde se dirija, jamás la abandona. No se cansa de escucharla y tampoco de complacerl­a. Pero, esta persona triste, no parece darse cuenta de su fortuna.

Cada día, ese alguien que la ama, la cuida y la acepta, el Dios en el que ella cree, la llena de regalos. Esta mujer no los descubre porque no mira hacia sus bendicione­s sino hacia sus carencias. Quizás se dice, como yo cuando la veo, “¡pobrecita!” Igual a una millonaria que se siente una limosnera.

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