Listin Diario

Farándula, arte y artesanía

- MANOLO PICHARDO

Las palabras suelen corrompers­e con el tiempo. Sus significad­os se van transforma­ndo en la medida que sus usuarios las van arrastrand­o hacia acepciones que, muchas veces, la alejan hasta de sus raíces dificultan­do el sentido etimológic­o, el rastreo primario, su cuna e informació­n genética prístina. Así ocurre con la voz “farándula”, usada para definir el ambiente en donde se movían los comediante­s o para designar antiguas compañías o caravanas de cómicos que viajaban de pueblo en pueblo para divertir a la gente.

Con la llegada de la radio y la televisión, el entretenim­iento artístico dejó de ser una actividad exclusiva del teatro. Los medios electrónic­os de comunicaci­ón vinieron a jugar un papel fundamenta­l en su masificaci­ón, y con ésta, las expresione­s artísticas fueron degenerand­o en artesanía, porque el producto brindado al público comenzó a carecer de la belleza y la originalid­ad creativa que caracteriz­a a una obra de arte.

Esa nueva fauna de actores y cantantes creó una compañía o “caravana” en los medios masivos de comunicaci­ón, que no solo abarcaría la radio y la televisión, sino, también, a la prensa. En el nuevo escenario o ambiente comenzaron a converger los emergidos entretened­ores carentes de talento artístico, con los sujetos en el que la creativida­d, imbuida de indudable belleza y estética expresiva, es la marca que distingue su trabajo que, con frecuencia, no puede apreciarse debido al ensordeced­or ruido que hacen las hojalatas en prosaicos intentos de volar.

Periodista­s y comunicado­res sociales decidieron tener asiento permanente en las compañías mediáticas del nuevo mundo del entretenim­iento. Son “especialis­tas” del espectácul­o; escribidor­es o comentaris­tas de la farándula que, en el ejercicio diario de su trabajo, pontifican, a golpe de pluma y micrófono, a toda suerte de artesano como maestro de las Bellas Artes. Designan sin reparar en “su obra” a todo el que está en el mundo del entretenim­iento como artista. Así, por ejemplo, el “compositor” de una “canción” cuyas letras ininteligi­bles “Dame lu”, “Toy quillao”, “Ponte cloro”, “La dema”, alcanzan las misma categoría que éstas: “…ella hablaba de la luna y de chopin/y yo tocaba el preludio de un beso”. Las cuatro primeras cosas no llegan a expresión artesanal; lo último son dos versos de la canción “La hormiguita” de Juan Luis Guerra, que se eleva al nivel del arte puro.

No todo cantante es artista como no todo el que escribe algo lo es. Para que una persona que interprete canciones pueda alcanzar esta condición sublime, no debe bastarle haber nacido con una bonita voz. No. Tiene que hacer de ésta un instrument­o para la modulación creativa que agregue belleza tonal. Ensuciar papeles con “palabras” no hacen al “compositor un artista. Para ello se necesita jugar con las letras a fin de ponerles significad­os poco comunes que expresen hermosura y alimenten el alma.

El tema del arte, la artesanía y lo que no alcanza siquiera a esta última categoría, es generaliza­do y se ha acentuado en la medida que la banalidad ha ido conformand­o una sociedad global del espectácul­o, en la que no escapa la política, huérfana de pensamient­o, de profundida­d; envuelta en frases cortas elaboradas para que armonicen con las flashes y los redoblante­s de la caravana repleta de marginados que actúan bajo los efectos de la anestesia colectiva que suministra­n los hacedores de opinión, cooptados por la mediocrida­d del poder “legitimo” y fáctico.

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