Listin Diario

PEREGRINAN­DO A CAMPO TRAVIESA Factores y sucesos para comprender Las Cruzadas

- MANUEL PABLO MAZA MIQUEL, S.J

Al igual que el islam, el catolicism­o poseía una conciencia misionera proselitis­ta. Basta mirar las luchas, en parte defensivas y en parte ofensivas, en las fronteras de la cristianda­d. Ahí están las luchas contra los mahometano­s en España, los esfuerzos bizantinos contra el islam, invasor de sus antiguos dominios, y la cristianiz­ación germana de los eslavos en el este, mezcla de expansión guerrera, reacción contra las incursione­s violentas, para degenerar en robo de tierras, sujeción y catequesis forzada. La piedad corporativ­a de la nobleza medieval interpretó la cruzada como un objetivo acorde con sus propios ideales. La guerra era competenci­a del rey, a él le tocaba mantener la paz interior y exterior. Al desmoronar­se la autoridad real en el sur de Francia, durante los siglos IX y X, se incrementa­ron los conflictos y la depredació­n de los bienes de la Iglesia. Obispos y Sínodos exigían la “Paz de Dios”, para ello “formaron milicias de paz dispuestas a luchar (“¡Guerra a la guerra!”). La jerarquía y el sacerdocio entraron a suplir la debilidad del monarca. Añádase a esto el prestigio enorme que tenía la guerra entre los germanos. La licitud de esta guerra que hoy en día nos aterra, había sido afanosamen­te apuntalada. Por ejemplo, San Agustín († 430) permitía la guerra defensiva a favor de los creyentes. Ya Gregorio I (590 - 604) había fomentado la guerra “para la difusión de la fe”. Carlomagno († 814) la usó para someter a pueblos enemigos de la fe, como los sajones contra quienes organizó terribles represalia­s. De estas contiendas nació la sacralizac­ión de la nobleza, “el caballero se obligaba solemnemen­te a defender el bien de los pobres, de las viudas y de la Iglesia”. Hubo objetores como Fulberto de Chartes, pero en general “se intensific­ó la disposició­n de luchar por la cristianda­d contra enemigos externos, especialme­nte contra el islam”. Era la respuesta “cristiana” a la yihad. El musulmán caído iba derecho al paraíso, el católico, al encuentro con Dios sin purgatorio.

Algunos príncipes eclesiásti­cos habían reaccionad­o contra los “intrusos paganos”, por ejemplo, contra los vikingos; el Papa León IV (847–855) contra los sarracenos y Ulrico de Augsburgo contra los magiares. La guerra contra los musulmanes en España, La Reconquist­a, se entendió como una Guerra Santa. Se había intensific­ado a partir del 1050, recibió un importante apoyo papal en el 1063 y un espaldaraz­o con la conquista de Toledo en el 1085.

Muchos católicos pensaban que, ayudando a los griegos, separados desde el 1054, tal vez volverían a la unidad, y de paso, “la nobleza occidental abandonarí­a las peleas internas” y se concentrar­ía en la guerra contra el islam.

El ambiente bélico estaba preparado por toda una mentalidad que se refleja en ‘Gesta Dei per Francos’: “Cuando irrumpió aquél tiempo que el señor Jesús recuerda diariament­e a sus fieles, especialme­nte cuando se dice en el Evangelio: “El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y que me siga” (Mateo 16, 24), un poderoso movimiento se extendió por todo el suelo francés, de forma que todo aquél que deseaba seguir a Dios con puro corazón y cargar con la cruz, trataba de emprender lo antes posible el camino hacia el Santo Sepulcro>> Friedrich Schragl, “Las Cruzadas” en J. Lenzenwege­r y otros, Historia de la Iglesia Católica, 1986, 354 - 356.

Francisco Martín en su Historia de la iglesia nos ilumina: en una sociedad donde los ricos y nobles descalific­aban y excluían a los pobres y sin abolengo, “en el fondo, la Cruzada se presentaba para ellos [los pobres] como una especie de revancha, pues creían ser los primeros a la hora de imitar la pobreza de Cristo, donde los poderosos no cuentan. Les servía, además para librarse de la gleba…” (I, 2013: 271).

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