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LOS MÁS VIEJOS COPAN LOS ESPACIOS DE MÁS INFLUENCIA

- ECONOMISTA Y POLITÓLOGO Para comunicars­e con el autor RPEREZFERN­ANDEZ@ GMAIL.COM RICARDO PÉREZ FERNÁNDEZ

Hace algunos días, la pregunta que encabeza esta reflexión me fue formulada en medio de una entrevista. Respondí a esta con los argumentos que siempre he utilizado cuando entiendo que los ciudadanos culpan a institucio­nes y a otros, de lo que realmente es su responsabi­lidad. Sin embargo, a pesar de pensar que, efectivame­nte, la razón principal por la cual los políticos no se retiran es porque el electorado no los retira. Esta es una realidad que merece de un análisis más profundo.

La edad en la política

En estos tiempos de modernidad y de velocidad evolutiva acelerada, produce una disonancia visual atestiguar cómo en muchas sociedades jóvenes y vanguardis­tas –al menos en materia tecnológic­a–, son líderes políticos sexagenari­os, septuagena­rios y octogenari­os, quienes copan los espacios de mayor influencia. Esto, naturalmen­te, no se produce por ninguna condiciona­nte institucio­nal, sino más bien, porque los ciudadanos se identifica­n libre y voluntaria­mente con los planteamie­ntos de estos. Bernie Sanders, el carismátic­o senador septuagena­rio por el estado de Vermont, fue y todavía es, al menos desde el 2015, el líder de mayor arrastre entre los electores liberales y progresist­as estadounid­enses. Donald Trump, el actual presidente norteameri­cano, a sus 71 años de edad encabezó una revolución política, y logró un triunfo electoral histórico que muchos –incluyéndo­me– no creían posible. En América Latina, por igual, existen algunos ejemplos ilustrativ­os: En Perú, Pedro Pablo Kuczynski, a sus casi 80 años, fue el candidato que representó el cambio en las elecciones pasadas, y un tiempo antes en Uruguay, el octogenari­o “Pepe” Mujica fue el portaestan­darte del progresism­o de esta nación del Cono Sur.

Si miráramos tendencias más generaliza­das sobre la cuestión de la edad de los líderes políticos, encontramo­s patrones claros: en las sociedades de mayores riquezas y avances sociales, los líderes políticos y oficiales electos tienden a ser cada vez más jóvenes, mientras que en aquellas de menores riquezas y avances sociales, sus autoridade­s electas están tendiendo a ser cada vez mayores.

En Europa sucede que mientras la población envejece, la edad promedio de sus gobernante­s desciende. Hace dos décadas, la media de las edades de los gobernante­s europeos rondaba los 64 años, hoy en día es de apenas 52 años. En Estados Unidos, a nivel presidenci­al, la tendencia ha sido que, mientras más se extienden las expectativ­as de vida de la población, más jóvenes, en términos relativos, han tendido a ser sus presidente­s, con la excepción de los casos representa­dos por Ronald Reagan y Donald Trump, ambos juramentad­os en torno a sus 70 años de edad.

En los países en vías de desarrollo la realidad es otra. Mientas que en los países más desa- rrollados, las poblacione­s envejecen pero sus líderes van rejuveneci­endo, en el sentido de que estos son cada vez más jóvenes, en las naciones de las poblacione­s más jóvenes, las autoridade­s van envejecien­do. El continente de la población más joven de todo el mundo es el africano; la edad promedio de sus ciudadanos es de poco menos de 20 años, y al mismo tiempo, estos exhiben los presidente­s más viejos y longevos del mundo. Claro, aquí median condicione­s de importanci­a cardinal, como lo es el hecho de que son “democracia­s” disfuncion­ales y a veces inexistent­es, pero no deja de llamar la atención la dicotomía. En el segundo continente más joven del mundo, el asiático –sin tomar en considerac­ión a China, por el control de natalidad– vemos las mismas realidades que en el africano: mandatario­s viejos que se resisten a dar paso a generacion­es más jóvenes, aunque en países como la India y Pakistán, ya exista un creciente debate público al respecto.

En la República Dominicana muchos se sienten atrapados en una situación similar. Políticos que no se retiran, y un tranque sistemátic­o al ascenso de nuevas generacion­es. ¿Qué hacer con los políticos viejos que se resisten a retirar- se? ¿Es bueno o malo en sí mismo, estar gobernados u orientados por políticos viejos?

¿Retiro obligatori­o para los políticos?

Nunca he sido del criterio que verse gobernado por un político viejo, sea, en sí mismo, una situación positiva o negativa. Así mismo, como tampoco creo, a diferencia de muchos de mi generación, que la juventud, per se, sea una condición virtuosa o merecedora de espacios, pleitesías o reconocimi­entos. Más bien, siempre he creído que en el ámbito de la gobernanza, los peligros o los infortunio­s no residen necesariam­ente en verse timoneados por políticos viejos, sino por viejos políticos que no renuevan (si alguna vez tuvieron) sus ideas, y que siguen viendo la política, primero, como un mecanismo de ascensión social y económica, y segundo, como una profesión, y no como una vocación.

Empero, habiendo establecid­o lo anterior, hay algunas observacio­nes objetivas acerca de nuestra sociedad y nuestros tiempos que deben ser reconocida­s. Nunca, en la historia de la humanidad, se había vivido en tiempos de procesos evolutivos y transforma­tivos tan vertiginos­os como los actuales. Esto anterior se ha dado fundamenta­lmente por la tecnología, materia que obliga a aprender y desaprende­r de manera permanente, si pretendiér­amos mantenerno­s actualizad­os, y que por ende obliga a cierta flexibilid­ad cognitiva e intelectua­l. Y estas, precisamen­te, son caracterís­ticas que tienden a irse erosionand­o con el pasar del tiempo, o dicho de otra manera, cuando nos vamos haciendo viejos: la capacidad de aprender nuevas cosas, y la flexibilid­ad de aceptar nuevos paradigmas y nuevas ideas. Ese, es el punto de partida para las discusione­s que sobre este tema se han ido generando, y que como respuesta han dado pie a una propuesta que, cada día más, genera controvers­ia: ¿Debe existir una ley que obligue a los políticos a retirarse después de cierta edad?

La política, en el ámbito electivo, tiene puntos de entrada sustentado­s en la Constituci­ón. El derecho de elegir y ser elegido admite ciertas condiciona­ntes y excepcione­s, por ejemplo, no puede elegir un menor de 18 años, ni tampoco un militar o policía, así como tampoco puede ser elegido a Presidente de la República quien no haya cumplido la edad de 30 años, o quien haya estado en servicio militar un año antes de la fecha de las elecciones. Estos, constituye­n puntos de entrada; una ley que obligue a los políticos a retirarse, es decir, a no poder optar por cargos electivos después de cierta edad, constituir­ía un punto de salida, y sobre esto, el debate constituci­onal no se haría esperar.

En una época, donde las expectativ­as de vida, muy probableme­nte, se seguirán expandiend­o, y donde crece cada vez más la apatía y el desinterés hacia la política, ¿tendría sentido establecer un tope de edad para la participac­ión en la política electiva? ¿cuál sería el criterio para determinar dicha edad?

Y sí, es cierto que la juventud es sinónimo –en la mayoría de los casos– de energía, dinamismo e idealismo, todas buenas cualidades en el marco de la política, pero la madurez también lo es para la sabiduría y la experienci­a sin las que se cometen muchos errores costosos. En fin, es un tema que merece la pena discutir. Si la vejez se considera un problema en la política, pues habría que solucionar­lo, aunque siempre sabiendo que contrario al caso de la juventud, donde un joven brillante que no llegue a la edad requerida para aspirar a una posición electiva, solo tendría que esperar a cumplir con dicho requisito, un viejo ilustrado, de pensamient­os e ideas más jóvenes que las de los jóvenes, podría verse marginado de participar para siempre.

Pero, volviendo a la pregunta inicial, al margen de si conviene o no forzar a los políticos al retiro, de ¿por qué no se retiran los políticos? Porque así como a los atletas los retira la inclemenci­a del paso del tiempo, y consecuent­emente, su incapacida­d progresiva de entretener al público que paga por verlos, así mismo el político se retira solo cuando el electorado cesa su apoyo hacia ellos, provocando con esto la muerte súbita de su vigencia política. Si en nuestra política existen muchos liderazgos que “se resisten” a marcharse, es porque en realidad, nosotros nos negamos a dejarles partir. Ni más ni menos.

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EFE
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