“Oh Dios, crea en mi un corazón puro”
Este Salmo que cantamos este V Domingo de Cuaresma es llamado también el “Miserere”: El salmista, dolido de su pecado, pide humildemente perdón a Dios. Dios puede salvarle, devolverle la vida, hacer que pueda ofrecer el verdadero sacrificio: “Un espíritu contrito y humillado Tú no lo desprecias”. (18-19) “Un espíritu contrito que se ha dejado de pretensiones. Este sacrificio espiritual dará sentido al sacrificio ritual”. (Biblia de Jerusalén). En este Salmo podemos sentir cómo David llora su pecado cuando el profeta Natán le echa en cara su mal comportamiento.
Es un Salmo precioso, dentro de su dolor, se siente la confianza de que el Señor es misericordioso “lento en la cólera, rico en clemencia”. Es como darnos cuenta de que, aunque nos reconocemos débiles, sabemos que contamos siempre con la ayuda del Señor para que nos “devuelva la alegría de [su] salvación... y así [nuestra] boca proclamará [sus] alabanzas“. Cuaresma es un tiempo fuerte en que el Señor desea que nos vayamos puliendo hasta convertirnos, de un carbón simple, en un brillante impresionable. Cuaresma, tiempo de conversión, de reconciliación con Dios Padre, para apartarnos del mal. En la segunda lectura tomada de la Carta a los Hebreos, leemos: “Durante su vida mortal, Cristo ofreció oraciones y súplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquél que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad. A pesar de que el Hijo aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen.”
En el Evangelio de San Juan, nos dice que “si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo, pero, si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna... Ahora, que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi padre: “Padre líbrame de ésta hora”? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre.” Se oyó entonces una voz que decía: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. Oh Señor, ayúdame a vivir esta Cuaresma, con el corazón abierto a tus llamados, a escuchar la llamada de Jesús a una renovación interior personal, comunitaria en la oración y en la vuelta a los sacramentos, pero también una manifestación de caridad a través de sacrificios personales y colectivos de tiempo, dinero y bienes de todo género para remediar tantas necesidades y miserias de nuestros hermanos más necesitados. Amén.