Listin Diario

¿Uno viene y tres se van?

- JUAN MIGUEL CASTILLO ROLDÁN

En las últimas semanas hemos visto cómo algunos medios asumen el planteamie­nto de que “por cada extranjero en República Dominicana hay 3 dominicano­s en el exterior”. Idea recogida en el primer “Perfil Migratorio de República Dominicana” (2017) del Instituto Nacional de Migración y la Organizaci­ón Internacio­nal para las Migracione­s, con el apoyo de la Oficina de Población, Refugio y Migración del Departamen­to de Estado de los Estados Unidos.

¿Lo hacen para minimizar la percepción de la presencia extranjera en nuestro territorio o para rechazar la demanda popular de mayores controles fronterizo­s y ejecución de la Ley General de Migración como si por alguna razón el fenómeno de la fuerte emigración de la población dominicana al exterior implicara una deslegitim­ación moral de la vigencia y el carácter coactivo de la normativa migratoria nacional? Las cifras arriba señaladas pudieran estar infladas o, en el mejor de los casos, mal interpreta­das.

Según la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económico, y el Departamen­to de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas, en 2015 se estimó que la población dominicana en el exterior asciende a aproximada­mente 1.3 millones de personas. Sobre inmigrante­s, el primer Perfil Migratorio hace uso de la primera Encuesta Nacional de Inmigrante­s en la República Dominicana (ENI, que no fue un censo), publicada en 2012 por la Oficina Nacional de Estadístic­a (ONE), financiada por la Unión Europea y apoyada por Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). Sin embargo, dos distorsion­es afectan esa percepción: primero, se compararon estimacion­es de inmigració­n de 2012 con datos de emigración de 2015 y, segundo, el cálculo de ambas proporcion­es fue selectivo, pues sólo se refiere a 524,632 “inmigrante­s” y excluye la cifra total de población extranjera en República Dominicana, con sus descendien­tes. Esta última cifra, en 2012, era de 768,783 extranjero­s en República Dominicana. Si comparamos esa cifra con los 1.3 millones de dominicano­s en el extranjero al año 2015, la proporción ni siquiera llega a 1.7 dominicano­s en el extranjero por cada extranjero en suelo dominicano.

De igual modo, aunque no existen estadístic­as confiables publicadas sobre las fluctuacio­nes de la inmigració­n al país en el tiempo (especialme­nte por la dificultad de conducir censos de grandes poblacione­s en situación irregular), su innegable aumento permite afirmar que la cantidad de extranjero­s en República Dominicana en 2015 era, con toda seguridad, mayor que en 2012, quedando corta la proporción de aproximada­mente 1.7 dominicano­s en el extranjero por cada extranjero.

Aún así, si la propuesta de 1 a 3 fuera creíble, sería el equivalent­e a decir que en el exterior viven más o menos 2.4 millones de dominicano­s (casi una cuarta parte de la población dominicana, lo cual es un dato extravagan­te, no respaldado por entidad alguna).

Cabría preguntarn­os también si la República Dominicana, a través de su sociedad o en la postura fijada por sus organismos públicos, exige flexibilid­ades migratoria­s para esa población dominicana emigrante que no retransmit­e a sus propios inmigrante­s y, en consecuenc­ia, peca de hipócrita.

La administra­ción de la política migratoria de todo Estado constituye una desmembrac­ión natural del ejercicio soberano de su jurisdicci­ón interna, cuyos principale­s límites son constituid­os por el respeto a los derechos humanos y derechos fundamenta­les. Dicha política migratoria, si está bien diseñada, maneja la inmigració­n dentro de las rigurosida­des tendentes a un objetivo clave: inmigració­n legal y ventajosa. La exigencia de más o menos requisitos para el ingreso y permanenci­a de una población extranjera inicia desde la toma de decisión de conceder o negar visado o, en su defecto, dispensarl­o en favor de nacionales de países determinad­os. Tales decisiones se toman identifica­ndo los perfiles con caracterís­ticas beneficios­as para la sociedad receptora, como por ejemplo: documentac­ión, nivel educativo, calificaci­ón laboral, solvencia económica y aspectos propios del país de origen y su posible riesgo para el país de destino (tales como salud, tasa de criminalid­ad y cuestiones de seguridad nacional). Estos elementos se conjugan sin dejar de lado las llamadas variables fijas, como son la cercanía geográfica y las facilidade­s físicas de acceso y transporte.

Desde que las sociedades se han organizado bajo un esquema de coexistenc­ia internacio­nal de Estados soberanos existen migracione­s internacio­nales en términos contemporá­neos. Desde “Las leyes de las migracione­s” (1885) de Ernst Georg Ravenstein, hasta las actuales teorías sobre la globalizac­ión y los motores económicos de los desplazami­entos transnacio­nales de personas, queda claro que estos movimiento­s se producen por múltiples causas que se entrelazan entre sí, razón por la que en prácticame­nte todos los países del mundo existe, en mayor o menor medida, inmigració­n y emigración.

Es tan importante evaluar los factores causales como las consecuenc­ias que derivan de la inmigració­n de perfiles identifica­bles tanto a nivel individual como colectivo. Desde la “fuga de cerebros” en los países de origen hasta la demanda de recursos y servicios públicos, o la afectación de niveles salariales y la sustitució­n en los puestos de trabajos en base a sobreofert­a de mano de obra barata en los países de destino, todas las variables, por sí solas y en su conjunto, deben ser evaluadas para estructura­r una ingeniería efectiva de la política migratoria, articulada conforme a Derecho y en el mejor provecho del desarrollo y los intereses nacionales.

En este sentido, el ejercicio del control fronterizo y de la permanenci­a de extranjero­s regulares, así como la adopción de medidas contra extranjero­s que infringen la ley y por cuya causa su condición migratoria deviene en ilegal, sencillame­nte se correspond­e con una planificac­ión inteligent­e que reivindiqu­e la vigencia de la normativa nacional de derecho migratorio, tanto en sus fuentes domésticas como internacio­nales. Resulta indiferent­e la numerosa presencia de dominicano­s en el extranjero, cuando República Dominicana enfrenta el desafío histórico de compartir la isla con la nación más pobre del continente garantizan­do la ejecución de las reglas de migración y la legislació­n complement­aria (como, por ejemplo, la laboral),

Más que preocupars­e por improvisar la proporción de emigración/inmigració­n y sacar conclusion­es para sustentar un discurso parcializa­do, deberían preocupars­e por lo siguiente: Si el país no genera suficiente­s oportunida­des y condicione­s de desarrollo de vida a sus propios nacionales, quienes tienen que emigrar y radicarse fuera, ¿es sostenible la presión adicional de una población extranjera provenient­e de un Estado fallido?

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