La mancha del pecado
No hay detergente, limpiador o cloro que logre quitar la mancha del pecado. El mundo está manchado por el pecado y es necesario buscar la forma de limpiarlo.
Es una mancha que revela podredumbre, causa un mal olor nauseabundo, insoportable. Lo peor es que en parte nos hemos ido acostumbrando a las porquerías que ensucian a este mundo. Parece que nos gusta zambullirnos y gozarnos en la pocilga, como lo hacen los animalitos aquellos.
El mundo está manchado en su forma sucia y torpe de pensar, acreditando cualquier estupidez como verdad, transmitiéndola en forma irreflexiva. La fábrica de pensamientos manchados es muy activa y produce artículos a bajo precio.
El mundo está manchado por palabras sucias, mentiras, chismes, calumnias. Los medios de comunicación, con el soporte de la tecnología se han convertido en instrumentos, a diario utilizados, para contaminar la opinión pública, utilizando sobre todo la lengua. El mercado de la palabra pecaminosa es muy lucrativo y muchos lo convierten en forma de ganarse la vida y de vivir bien. El mundo está manchado por el pecado de las obras malas, aquellas que conducen a la muerte: corrupción, robos, asesinatos, armas, abortos, narcotráfico, infidelidades matrimoniales, comercio del sexo, pornografía y tantas otras crueldades que a diario interactúan en la sociedad como hierba mala. El mundo está manchado también por los pecados de omisión. Mucha gente quiere ser feliz a solas, olvidándose del sufrimiento de los demás, los más abandonados, los más pobres y miserables. Omitimos hacer lo que nos corresponde para que reine la justicia y la solidaridad, para que todos puedan vivir con dignidad.
El pecado de pensamiento, palabra, obra y omisión está manchando al mundo. Quiérase o no, somos todos cómplices o actores de esa situación pecaminosa. Nadie está libre de pecado. Es bueno recordar lo que dice Jesús a la mujer adúltera: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. A pesar de que todos somos pecadores, sin excepción alguna, muchos se atreven a tirar la primera piedra y siguen tirando hasta que piedras haya.
Sin embargo, el bien debe triunfar sobre el mal, la vida sobre la muerte, para lavar así esa mancha del mundo. De ahí la necesidad de ir aunando esfuerzos positivos, a través de una conversión sincera, y aportar personal y socialmente para que la bondad venza a la maldad.
Mientras tanto, nuestra oración se eleva al Señor en esta Semana Santa, para que perdone nuestros pecados de pensamiento, palabra, obra y omisión. Para que la mancha del pecado sea eliminada con la sangre de Jesús, derramada por amor y misericordia desde la cruz, para que todos tengamos vida en abundancia por su resurrección. Amén.