Cristo vive
“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado”. Lucas En mis tiempos de niña siempre tuve mis reservas con el mensaje de los crucifijos, y aunque los besaba, quizás en señal de respeto o de miedo, nunca quise colgar uno en mi cuello por aquello que se decía que el que los usaba se cargaba con un saco de sufrimientos, y vivía crucificado como Jesús. Esos comentarios dislocados, formaban parte de las cábalas que se expandían dentro de las conversaciones de los mayores y que se fijaban en el pensamiento de los niños, registrándose como verdades que se trasmitían de generación en generación. Pero de hecho, no soy asidua a los crucifijos porque no me gusta ver a Jesús tan triste clavado en la cruz, aunque entienda que esa imagen es un recordatorio de su sacrificio para redimirnos, para mostrarnos su amor, y su solidaridad ante el dolor. Cristo en la cruz es además, una prueba de que nunca saldaremos el abuso cometido por nuestros antepasados de haber matado el Hijo de Dios. Por eso, para mí, la cruz con el Cristo crucificado, es sinónimo de suplicio, muerte e ignominia, pero la cruz vacía es la proclamación de su resurrección que anuncia un Cristo vivo que nos regala un mensaje de esperanza de vida eterna. La Santa Cruz es uno de los símbolos más importantes del cristianismo, y su sola presencia rodeada de ese halo de misterio y mística, nos motiva a la devoción y respeto a nuestro Dios, que se hizo hombre en Jesús para traernos su mensaje de amor incondicional, con la entrega de su Hijo único para que muriera por nosotros. Cuando experimentamos la presencia crística en nosotros, también resucitamos a la vida, el amor y la abundancia.