Controlar el uso de la tecnología
La mayoría de los gobiernos han puesto control a los estudios, experimentos y uso de la ingeniería genética y de la biología molecular, no así de la inteligencia artificial y de la acumulación de datos. Estos dos últimos temas son tareas pendientes y los hechos recientes hacen necesario que se tomen medidas urgentes.
Amazon, al igual que Apple, Google y otras empresas tecnológicas, tiene un asistente de voz que permite interactuar con un celular dándole órdenes para que realice ciertas funciones. El de esta primera empresa se llama Alexa, que además de usarse en celulares se usa en un altavoz llamado Eco, que permite, mediante órdenes concretas, controlar casi todo en la casa, desde apagar las luces, prender las cámaras de seguridad, regular los termostatos del aire acondicionado y la calefacción y hacer la lista del supermercado. Una de las dificultades de este asis- tente de voz es que muchas veces activa funciones por órdenes que no entiende o hace cosas que nadie le ha ordenado.
En el mes de febrero pasado, decenas de usuarios denunciaron que a Alexa le dio con reírse de manera desagradable, sin que nadie se lo pidiera, lo que movió a mucha preocupación y obligó a la intervención de la empresa.
Amazon ha señalado que el problema se ha mejorado, pero persiste el temor de que un asistente de voz descontrolado, haga más que reírse, sin que nadie se lo haya pedido, y comience a emitir órdenes peligrosas.
Otro de los temas de falta de control y supervisión en los equipos tecnológicos, ha venido con el carro autónomo que estaba probando Uber: en Temper, Arizona, una señora cruzaba por un camino oscuro mientras que un carro sin conductor transitaba unos 60 km/h, los rayos láser no la detectaron y los resultados fueron trágicos, la señora murió.
Esto ha puesto mayor atención al tema de los vehículos autónomos, no sólo por este caso de Uber, que es una empresa que tiene mecanismos de monitorear sus vehículos y que por lo tanto puede responder y reportar rápidamente cualquier accidente, sino por aquellos que se comiencen a vender a particulares y que nadie controle, supervise y dé seguimiento a sus desplazamientos.
Otro de los casos en que la falta de supervisión y control se han tornado evidentes es el de la red social más popular del mundo, Facebook: A mediados del 2017 tenía más de 2,000 millones de usuarios activos. Además de ser una forma de comunicación de millones de personas, es un espacio gigantesco para que empresas y personas se promocionen y publiciten, y ahora se ha descubierto que sirve también para condicionar la opinión de la gente respecto a algunos temas políticos y culturales.
Las búsquedas que se realizan, las personas que se contactan, los amigos, los me gusta, las fotografías, las rutinas diarias, los cumpleaños, se han convertido en una materia prima para desarrollar test de personalidad, no sólo de usuarios directos, sino también de sus amigos y contactos.
Con este test, las compañías publicitarias orientaban sus campañas, ya no sólo al gran público, sino casi de manera individualizada para cada persona. Informaciones obtenidas de más de 50 millones de cuentas han permitido también manipular, a través de noticias falsas, teorías de la conspiración y alteración de datos, a campañas electorales, referéndums y plebiscitos.
La tecnología, la inteligencia artificial y la big data han sido un gran avance de la humanidad, pero no establecer límites y controles nos deja a expensas de las grandes empresas tecnológicas.
Fue Steve Jobs (1955-2011), co fundador de Apple, quien de manera certera llamó la atención a la necesidad de garantizar la privacidad de los usuarios de las redes sociales: “Privacidad significa que la gente entienda en que se registra, en palabras claras y repetidamente”. El papel de los estados es garantizar que esto sea así.