Listin Diario

PEREGRINAN­DO A CAMPO TRAVIESA El llamado de Urbano II

- MANUEL PABLO MAZA MIQUEL, S.J AUTOR ES DE LA

Los factores enumerados venían incidiendo desde hacía años, cobraron nueva fuerza, como si fueran brasas de una hoguera abanicadas por el viento. La derrota del emperador bizantino, Romano IV en Manzikert, Armenia en el 1071, a manos de los turcos selyúcitas sacudió las cortes europeas como una clarinada de alerta. En el 1076 ya dominaban Jerusalén.

En el 1085 cayó Antioquía en el Asia Menor, hasta entonces en manos bizantinas.

En el 1054 había ocurrido una amarga ruptura entre Roma y Constantin­opla, pero en el 1081, Alejo Comneno, nuevo Emperador († 1118), se tragó su orgullo y envió un mensaje al Papa Urbano II pidiendo ayuda para su lucha. Le pedía caballeros cristianos para que bajo la autoridad bizantina luchasen contra el islam y le devolviera­n sus dominios capturados.

Urbano II(1088 – 1099) había organizado unos diálogos con los ortodoxos, ya en el año 1088, pero no progresaro­n. La Iglesia católica se volvió más centralist­a, bajo la creciente influencia de una curia romana de cardenales.

Fue el 27 de noviembre de1095, durante el Concilio de Clermont, Francia que Urbano II (1088 – 1099) de origen francés, proclamó la cruzada. Al concilio de Clermont asistían 14 arzobispos, 250 obispos, 400 abades de monasterio­s, nobles y pueblo. Hasta el Papa habían llegado las denuncias de las violencias de los turcos selyúcidas, los nuevos conquistad­ores de la región.

Ellos calificaba­n a todos los templos cristianos, como idolátrico­s, selyúcidas habían profanado el Santo Sepulcro y reducido a esclavitud a muchos sacerdotes y monjes (ver Ricardo Sanchís, S.J. También la Iglesia tiene historias, 1995,161 y ss.) Urbano II había recibido la noticia de la petición de ayuda del Emperador Alejo. Se entrevistó en el sur de Francia con el obispo Ademaro de Puy y el conde Raimundo de Tolosa y de Saint Gilles, con quienes ya había sopesado la idea de una cruzada.

Urbano II pensaba así: “si un hombre se decide liberar la Iglesia de Dios en Jerusalén movido por una piedad sincera y no por amor a la gloria o al propio provecho, el viaje le supondrá el descuento total de sus pecados” (Laboa, 2005: 182).

Varios testigos refieren que Urbano II se dirigió así a la multitud: “Amigos míos, todos los que sois capaces de empuñar un arma. ¡Esta es vuestra empresa! ¡Vale más morir en combate que contemplar la desgracia de nuestro pueblo! ¡Dios estará con nosotros! Que las armas, ilícitas para la lucha entre hermanos, sean empleadas contra los enemigos de nuestro Señor. Redimid vuestros pecados, los hurtos, las rapiñas, los homicidios con este servicio al Señor”. Se les concedería la indulgenci­a plenaria a los que emprendier­an esta peregrinac­ión guerrera. “Librar del oprobio el sepulcro del Señor mancillado por los selyúcidas”.

Guillermo de Nogent, un contemporá­neo, cita a Urbano II de esta manera:

“…Pues es evidente que no es contra los judíos ni contra los paganos que el Anticristo hará la guerra, sino contra los cristianos, según la etimología misma de su nombre [...] Es, pues, necesario que, ante de la venida del Anticristo, el imperio del cristianis­mo sea restableci­do en aquellas regiones, por vosotros, o por quienes Dios eligiere, a fin de que ese jefe de todos los males, que establecer­á allí su reino, encuentre allí alguna fe contra la que pueda librar combate...” (Citado por Jean Flori, La Guerra Santa. La formación de la idea de cruzada en el Occidente Cristiano, 2003), 343. Jean Florit, renombrado especialis­ta en asuntos de caballería, considera auténticas estas palabras.

La muchedumbr­e respondió: “¡Deus lo volt!” ¡Dios lo quiere!” Aquel día faltó tela roja en Clermont para fabricar el distintivo de los que hacían el voto de marchar sobre Jerusalén. Así nacía la primera cruzada, tendría éxito, pero muy diferente al pensado por Alejo y Urbano. EL PROFESOR ASOCIADO PUCMM mmaza@pucmm.edu.do

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