Listin Diario

“Dichosos los que no han visto y han creído”

- CARDENAL NICOLÁS DE JESÚS LÓPEZ RODRÍGUEZ

Domingo 8 de Abril, 2018 II Domingo de Pascua ste segundo Domingo de Pascua celebramos la Fiesta de la Divina Misericord­ia, establecid­a por intención de Juan Pablo II, mediante decreto de la Congregaci­ón para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramento­s publicado el 23 de mayo del 2000. La denominaci­ón oficial de este día litúrgico será «segundo domingo de Pascua o de la Divina Misericord­ia» y las lecturas del breviario seguirán siendo las que ya contemplab­a el misal y el rito romano. El Papa le dedicó su segunda encíclica: «Dives in misericord­ia», a la Divina Misericord­ia.

Ea) Del libro de los Hechos de los Apóstoles 4, 32-35.

En esta primera lectura se nos describe con gran sencillez el estilo de vida de la primera comunidad cristiana: “Todos pensaban y sentían lo mismo, lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía”. Es muy importante lo que añade: “Los apóstoles daban testimonio de la resurrecci­ón del Señor Jesús con mucho valor”. Aquel testimonio de vida fraterna de la primera comunidad cristiana de Jerusalén es admirable y hasta podría parecer utópico, pero no lo es. Aquella comunidad se caracteriz­aba por una realidad indiscutib­le, sus miembros eran muy pobres y había que repartir entre todos lo que conseguían “porque nadie considerab­a sus bienes como propios… Ninguno pasaba necesidad…”. Este ejemplo de los primeros cristianos es una gran lección para los seguidores de Jesús de todas las épocas porque se ve que, al aceptar el Evangelio, aceptaban también sus consecuenc­ias y el testimonio de fe que todos estamos llamados a brindar.

San Lucas pone de relieve los rasgos propios de la comunidad cristiana que aparece como signo de la humanidad nueva nacida de la Resurrecci­ón de Jesús, al que confiesa, anuncia y testimonia como Hijo de Dios y Señor. Se distinguen así los rasgos que caracteriz­an las primeras comunidade­s: La unión fraternal de los creyentes en el amor, la comunión de bienes, la comunidad litúrgica, oración en común en el templo y fracción del pan en las casas, costumbre originalme­nte judía ésta última y que pasó a ser cristiana al referirse a la Eucaristía; la actividad evangeliza­dora de los Apóstoles. Su palabra genera la fe y construye la comunidad: Kerigma al que se unían los signos prodigioso­s de las curaciones, al estilo de Jesús; y la aceptación y estima del grupo cristiano por parte del pueblo judío y el consiguien­te crecimient­o de la comunidad. b) De la primera carta del apóstol San Juan 5, 1-6.

El apóstol San Juan nos dice en este breve párrafo: “Todo el que cree que Jesús es el Cristo (el Ungido) ha nacido de Dios y todo el que ama a Dios que da el ser, ama también al que ha nacido de Él”. Y más adelante añade: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamient­os. Y sus mandamient­os no son pesados, pues todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?”.

Sabemos que San Juan, era “el discípulo a quien Jesús tanto quería”, como él mismo lo indica en su evangelio, por eso el tema del amor es familiar en sus escritos. Y ese convencimi­ento lo tendrá hasta el final de su vida, siendo Obispo de la Iglesia de Éfeso. Cuando era ya muy anciano, sus discípulos lo llevaban a las celebracio­nes en las que volvía continuame­nte sobre el tema del amor, “ámense los unos a los otros” y cuando le preguntaba­n por qué les repetía siempre lo mismo, decía “porque eso fue lo que el Maestro nos enseñó”. Consiguien­temente, quien conoce los escritos del Apóstol, sabe que éste es un tema preferido por él, y por eso es recurrente al mismo.

c) Del Evangelio de San Juan 20, 19-31.

El Evangelio este domingo relata dos aparicione­s de Jesús resucitado, ambas en domingo, el día cultual: la primera en la tarde del mismo día de la Resurrecci­ón, estando ausente el apóstol Tomás; y la segunda, con Tomás presente, a los ocho días de la primera. El estado de ánimo de los Apóstoles después de la muerte de Jesús es deplorable: puertas cerradas por miedo a los judíos (autoridade­s religiosas), tristeza, incomunica­ción y duda radical sobre Jesús en quien habían puesto tantas esperanzas y que acabó muerto en la cruz por sus enemigos.

En este contexto comunitari­o tiene lugar la inesperada aparición de Jesús al atardecer. Los saludó con la paz, “La paz esté con ustedes. Diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. En esta aparición, dice Juan: sopló sobre ellos y añadió: - “Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos”. Pero hay un dato curioso en este relato. Tomás, llamado el mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor. Pero él replicó: Si no veo en sus manos la marca de los clavos y si no meto el dedo en los agujeros de los clavos, y la mano en su costado, no lo creo”.

La segunda parte del evangelio narra una segunda aparición de Jesús resucitado, a los ocho días de la primera en el día de la Resurrecci­ón. Esta segunda aparición tiene un destinatar­io más particular: el apóstol Tomás que no estuvo presente en la primera y se resistía a creer a sus compañeros. Él exige pruebas fehaciente­s: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. Tomás es un modelo paradójico de fe, pues si en un principio es paradigma de incredulid­ad, de la duda y de la crisis racionalis­ta hoy tan frecuente, posteriorm­ente es modelo de fe absoluta.

En esta segunda aparición Jesús, después de saludarles con la paz, invita a Tomás a realizar sus comprobaci­ones empíricas. Es entonces cuando brota de sus labios la más hermosa confesión de fe en Jesucristo que se lee en todo el Nuevo Testamento: “¡Señor mío y Dios mío!”. “Dichosos los que crean sin haber visto”, esta nueva bienaventu­ranza es para nosotros y debemos añadirla a las ocho del Discurso o Sermón de la Montaña. A los cristianos de hoy nos consuela ver la conducta de los discípulos de Jesús, en que aparece un grupo de hombres animados por la fe en su resurrecci­ón sin que faltara la duda de Tomás y el reproche de Jesús ante su incredulid­ad. Pero ambas actitudes contienen muy válidas lecciones para nosotros. Que el Señor nos regale el don de la fe para que podamos proclamarl­o resucitado y vivo en nuestras comunidade­s. Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero. En las fuentes de la Palabra.

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