Si la mira con mis ojos

Vanidosa es una palabra que nunca definiría a Mamo. Pese a que me cuentan, y lo atestiguan las fotos de esa época, de joven era la muchacha más bonita de Castillo, nunca se preocupó por mantener sus atributos naturales. Casada a los quince años, y consagrada, luego, a lidiar con cinco hijos, el único truco de belleza que le conocí fue embadurnarse la cara con una crema que, en mi niñez, estaba muy de moda. Ahora, conozco la calidad de los productos para la piel y puedo decir que ese, en particular, aporta poco. La larga melena que lució de joven solo pude apreciarla en fotos. Se empeñó en cortarla. Su marido la sorprendió en semejante empresa. En esa época, los hombres tenían la última palabra y Mamo pasó semanas con un pañuelo amarrado porque el corte se quedó por mitad. No obstante, en algún momento, el esposo se rindió porque, desde que me acuerdo, ella luce el pelo muy corto. El mayor acto de vanidad que cometió fue teñírselo de rubio, alguna vez, luego, no más. Desde hace años exhibe sus canas. No obstante, luce hermosa. Y ese es el punto, Mamo, pese a que no movió un dedo para detener la vejez, ha sido una viejita bonita.

Cuando la observo, pienso en la inutilidad del esfuerzo que muchas mujeres hacemos por parar el paso del tiempo. En el bótox, el cabello postizo, las uñas acrílicas, las cirugías, los implantes, los tintes y todo el daño que causan.

Tiempo atrás, pasé una temporada con cabello y uñas postizas hasta que reparé en la locura que significaba destrozar mis uñas y mi cabello, sufría alopecia, para parecer que tenía uñas y cabellos sanos. Abandoné todo aquello y me alegro. Pues, he observado que quienes agreden su cuerpo, empeñados en detener el paso de los años, envejecen peor. Y es que, al final de la vida, la muchacha más bonita del pueblo es, también, por gracia, la viejita más bonita que uno conoce. Eso pienso yo de Mamo. ¡Claro! es mi mamá. Reconozco que cualquiera la verá más linda, si la mira con mis ojos.