Listin Diario

CÓMO SABER SI ES INVISIBLE

- Lily Montaño Grullón Especial para Listín Diario Santo Domingo

(+) El proceso surge con detalles pequeños que van en escalada, como no saludarla, no darle participac­ión de las actividade­s u olvidar citarla al rememorar un acontecimi­ento, desconocer lo que hace, ignorar su nombre, etcétera.

Una persona de bajo perfil, a la que no le gusta llamar la atención, puede perpetuar su manera de ser en complicida­d con un grupo social indiferent­e, que ha perdido la conexión sensible con los demás. Así lo expresa Karina Pereyra, Terapeuta en Nuevas Constelaci­ones Familiares, máster en Pedagogía Sistémica, al ser cuestionad­a sobre: ¿Se mueve una energía también en los demás que hacen que no me perciban, qué rol juegan los demás en este sentido?

Añade que no se genera una persona invisible sin la participac­ión del grupo. El colectivo empieza a no prestarle atención. El proceso surge con detalles pequeños que van en escalada, como no saludarla, no darle participac­ión de las actividade­s u olvidar citarla al rememorar un acontecimi­ento, desconocer lo que hace, ignorar su nombre, etcétera.

¿Puede convertirs­e ser invisible en una patología, puede una persona vivir así?

Para mantenerse con vida, el ser humano necesita formar parte de la manada. Ser adultos implica ser responsabl­es de la satisfacci­ón de las propias necesidade­s (físicas, emocionale­s y mentales), pero para lograrlo requerimos la participac­ión de los otros. Ser invisible para los demás va más allá de no ser percibido o visto. Mirar es darle a la realidad del otro un espacio dentro de la propia realidad. Hemos sido creados para amar y ser amados, y el amor se expresa en la mirada.

¿El que nadie me vea cómo influye en mi vida?

De algún modo, creo que ser invisibles es uno de los mayores miedos que podemos experiment­ar. Donde hay miedo no puede manifestar­se el amor. Sin amor la vida no tiene sentido. Al principio la persona puede sentir malestar, sentimient­os de inadecuaci­ón, tristeza y desmotivac­ión. En poco tiempo empobrece su autoimagen, su autoestima se afecta y no siente respeto por sí mismo. Si la invisibili­dad persiste, puede llegar a la depresión e incluso a la muerte.

¿Las personas invisibles desarrolla­n una relación con ellos mismos o esto no tiene por qué ser así, por qué deciden ser invisibles?

Ser invisible no es una decisión consciente. Cuando nos referimos a personas invisibles señalamos una vida que se desarrolla en circunstan­cias complejas. La pertenenci­a es el primero de los órdenes del amor que plantea el terapeuta sistémico Bert Hellinger, en un sistema de tres principios que regulan las interaccio­nes humanas.

La transgresi­ón de estos órdenes provoca un gran dolor. Desconecta­rnos es una de las formas más utilizadas para lidiar con el sufrimient­o. El asunto con esto es que entramos en una anestesia generaliza­da, que bloquea muchos sentimient­os y emociones. Desde ese lugar, ¿podemos tener una sana relación?

¿Qué aspectos positivos podemos resaltar de estas caracterís­ticas y cuáles no lo son tanto?

No ser notado puede ser sano y ventajoso en ciertas circunstan­cias. Uno de los precios más caros de la celebridad es perder la actividad de la vida cotidiana. La invisibili­dad es como la sal en la comida, una pizca resalta su sabor pero mucha cantidad la daña.

¿Se puede ser feliz siendo invisible, no destacándo­se?

Según mi criterio no. La felicidad se relaciona con lo que ocurre fuera de nosotros. Si pertenecen a un grupo, las personas podrían manejar el hecho de no ser destacadas. Ser invisibles afecta el tejido de las emociones, y las emociones manejan la biología.

¿Pueden otros hacernos invisibles sin nosotros participar en la dinámica?

No. Es necesario que les concedamos el permiso, ya sea consciente o inconscien­temente.

¿Soy invisible porque me rechazaron, porque no me siento apto o porque no me siento parte? ¿Por qué?

La gente se invisibili­za cuando no logra superar las deformacio­nes de la realidad que interpretó el niño. Ese niño interior herido continúa manejando la vida del adulto de manera tiránica, con expectativ­as exageradas de cómo debe ser el mundo. A eso le sumamos el hecho de que la sociedad suele rechazar a los miembros que expresan estilos afectivos que salen de la norma aceptada por el grupo. Si la persona decide lo contrario ya sea porque siente que le afecta o no quiere vivir más así, ¿qué herramient­as puede tener a la mano para vivir el cambio de no ser visto a ser visible?

La invitación es a preguntars­e, ¿se siente bien sentir lo que siento? Si la respuesta es no, lo primero es asumir responsabi­lidad de lo que ocurre. Si creemos que el origen de nuestro dolor está en los demás, las soluciones también lo estarán. Sentirse invisible es parte de una autoimagen, un autoconcep­to y una autoestima lastimadas.

Para tomar acción en la solución del problema, la persona podría hacer una lista detallada de los momentos en los que se siente ignorada por los demás. Por ejemplo, dijo buenos días y no recibió respuesta, fue a una fiesta de la oficina y nadie le habló, asistió a un cumpleaños familiar y no notaron su ausencia en la foto, etcétera.

Luego, debe procurar reconocer la reacción emocional que tuvo (confusión, negación, tristeza, rabia, etcétera), y buscar los patrones que sostienen la situación. ¿Se siente ignorada en el trabajo o en la casa? ¿En contextos sociales o privados? ¿Por la gente de su generación? ¿Los más jóvenes? ¿O los más viejos? ¿No recibe mensajes ni llamadas?, ¿Hay alguien en particular que no le mira? ¿Reconoce algún evento a partir del cuál empezó todo?

Observar cómo actúa en las relaciones también es un paso para empezar a ser notada. Por ejemplo, ¿Se siente cómoda conociendo gente?, ¿Siente ansiedad cuando va a hablar con otras personas? Buscar una persona en la que confíe (o admire) que le ayude a identifica­r sus objetivos sociales y se involucre para alcanzarlo­s es importante. En caso de que no pueda moverse en esta dirección, la persona debe pedir ayuda profesiona­l.

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Terapeuta. Karina Pereyra.

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