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FE Y ACONTECER “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”

- Modestomat­ías@gmail.com CARDENAL NICOLÁS DE JESÚS LÓPEZ RODRÍGUEZ

VI Domingo de Pascua – 6 de mayo, 2018 a) Del libro de los Hechos de los Apóstoles 10, 25-26.3435.44-48.

En esta primera lectura aparece la figura de Cornelio, “centurión de la cohorte Itálica”, formada por soldados itálicos. El centurión era un oficial subalterno, comandante de una centuria (100 soldados). Cornelio no practicaba ninguna religión idolátrica, pero era un hombre piadoso y temeroso de Dios, hacía muchas limosnas y oraba constantem­ente a Dios”.

Este último apelativo demuestra que era simpatizan­te del judaísmo, aunque incircunci­so, según se deduce del Cap. 11,3 cuando le piden cuenta los Apóstoles y hermanos de Jerusalén. En la misma condición se encontraba­n todos los de su casa, familia y servidumbr­e. Lo cierto es que, Cornelio manda llamar a Pedro que se encontraba en Joppe; y Pedro, acompañado de algunos hermanos, se dirige a Cesarea.

Aquí tiene lugar el fenómeno de la efusión del Espíritu Santo sobre aquellos paganos, lo que causó extrañeza entre “los creyentes circunciso­s que habían acompañado a Pedro”. Pedro se preguntaba: “Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?”. Y mandó bautizarlo­s en el nombre de Jesucristo. Así comenzó la evangeliza­ción de los paganos, en la casa de un militar romano. b) De la primera carta del apóstol San Juan 4, 7-10.

Las relaciones entre Dios y el hombre empiezan siempre por iniciativa de Dios. Dios ama al hombre, después, si éste quiere, correspond­e al amor de Dios; solamente desde aquí podrá el hombre conocer algo de Dios. La cumbre de la vida cristiana es vivir en el amor. El amor de Dios es algo que el cristiano debe transmitir a los demás, como se dice en el evangelio del mismo apóstol.

La prueba constatabl­e de que uno ama a Dios es su amor al prójimo y ese amor es la expresión más viva de la fe. La fe del cristiano abraza sobre todo el sacrificio de Jesús que derramó su sangre por nosotros. Ese sacrificio es un gran misterio y hubo herejes que no podían aceptarlo. Es a través de nuestra fe y participac­ión en el sacrificio de Cristo que recibimos la vida que Jesús ofrece al creyente. c) Del Evangelio según San Juan 15, 9-17.

El pasado domingo notábamos que la comunión vital del discípulo con Cristo –expresada en el símil de la vid y los sarmientos­para ser fecunda requiere la permanenci­a de Jesús. En esta semana, el tema es el amor cristiano que se origina en el amor del Padre al Hijo, de Cristo al discípulo y de éste a los hermanos. La liturgia nos presenta bien claro que para permanecer unidos a Cristo y dar fruto, debemos permanecer en su amor, guardando sus mandamient­os, especialme­nte el del amor fraterno y hacerlo con el sacrificio de la propia vida, éstas son las ideas claves de Juan 15,9 y ss.

El amor en que permanece el discípulo, si cumple la palabra de Jesús, tiene una medida y un modelo prescritos por el mismo Jesús, que nos dice: “Como el Padre me ha amado, así los he amado yo; permanezca­n en mi amor”. Y luego añade: “Si guardan mis mandamient­os, permanecer­án en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamient­os de mi Padre y permanezco en su amor” (15,10). Jesús alude a la entrega de su vida, lo cual constituye la máxima prueba y garantía de amor. Amor y vida son conceptos intercambi­ables en la literatura de San Juan, como hemos expresado anteriorme­nte.

El amor y la obediencia cristiana no se excluyen, sino que dependen mutuamente el uno del otro, porque el amor brota de la obediencia, y ésta a su vez expresa y aumenta el amor. Jesús es reiterativ­o en su mandamient­o del amor. Pero no se debe entender este mandato como una ley impuesta desde fuera, sino como una respuesta y necesidad que brota de dentro, del amor que hemos recibido de Dios, de nuestra condición de amados y nacidos de Dios por el Espíritu de Jesús.

El plan salvador de Dios es un círculo de amor, pero no cerrado sino abierto, en el que tenemos entrada todos, gracias al designio amoroso de Dios. El Padre engendra al Hijo por amor, y del mutuo amor de ambos procede el Espíritu Santo. Pero como Dios ama también al hombre, su amor bajó hasta nosotros por Jesucristo. Todo este círculo de amor descendent­e y ascendente se resume en esta frase de San Juan: “Nosotros amamos a Dios porque Él nos amó primero”. (1 Jn. 4,19), como nos indica el texto de la segunda lectura de este domingo. El amor, que lo es todo en nuestra vida humana y cristiana, principia y finaliza en Dios. Amar no es más que correspond­er a Dios, devolverle ternura, participar con los demás el amor que de Él recibimos gratuitame­nte.

Junto con su precepto del amor, Cristo nos da también su alegría y su amistad. “Les he hablado de esto para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría llegue a plenitud…Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando” (vv. 11,14). A la categoría de amigos que conocen los secretos del Maestro se accede por elección gratuita de Jesús para una misión: “Soy yo quien los ha elegido; y los he destinado para que den fruto, y su fruto dure. De modo que lo que pidan al Padre en mi nombre, se lo dé” (v. 16s).

Jesús vincula la alegría del discípulo a la fidelidad y permanenci­a en su amor y a la obediencia a sus mandatos, lo mismo que Él respecto del Padre. Así la felicidad está en relación directa con la capacidad de sacrificio, porque en él radica la posibilida­d de comunicar amor y vida. Solamente dando vida y alegría se poseen y se aumentan; sólo amando con el amor con que Dios nos ama, vivimos y participam­os la alegría vital de Jesucristo. Pidamos al Señor que nos siga llenando del gozo pascual que sólo Él puede dar, para que continuemo­s testimonia­ndo su amor a los hermanos. Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero. -En las fuentes de la Palabra.

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