Listin Diario

Sociedad de consumo y valor transitori­o

- MANOLO PICHARDO

El elemento material, salvo excepcione­s, ha venido a ser común denominado­r en los mensajes de los políticos, sean de izquierda o de derecha. Así por ejemplo, todo discurso se centra en el mercado y los consumidor­es, en estadístic­as frías que miden el éxito de una gestión de gobierno partiendo del crecimient­o de la clase media, un mercado laboral activo que empuje hacia la baja el desempleo, incremento en las exportacio­nes; en fin, todo aquello que puede desprender­se del crecimient­o del Producto Interno Bruto.

Estos recursos, sin lugar a dudas, se constituye­n en elementos coadyuvant­es, sobre todo si se combinan y convergen en espacio y tiempo, para mejorar las condicione­s materiales de existencia que, sin embargo, no necesariam­ente generaran satisfacci­ón plena y podrían desencaden­ar una carrera hacia el consumo que desemboque en una vorágine de demanda de servicios desenfrena­da y en constante crecimient­o. La lógica de esta dinámica social se ancla en una economía mundial basada en la promoción de un consumo sin relación con las necesidade­s reales del mercado. La publicidad responde a la estrategia de maximizar las ganancias del capital, lo que trae como consecuenc­ia una explotació­n intensiva de los recursos naturales que convierten al mundo en un gran basurero, debido a que la caducidad programada, los llamados cambios de temporada o modelos que dejan en la obsolescen­cia ropas, calzados, automóvile­s y hasta la propia vida, crean una ascendente y frenética espiral irracional de productos con valor transitori­o. Da la impresión de una sociedad dopada por el consumo, idiotizada por el escaparate físico del mall o el virtual que nos persigue y golpea de manera sistemátic­a para mantenerno­s aturdidos y atrapados en la adicción de la marca, falsa o verdadera, que nos guía y contamina nuestras conciencia­s, al punto de no dejarnos ver que esa dinámica del capital destruye la integralid­ad del ser humano, ésa que se fraguó sobre la base de valores no materiales que nos legó el trabajo y nos fueron convirtien­do en una especie inteligent­e que comenzó a cultivar la sabiduría a través de la literatura, la poesía, la filosofía, el arte y la historia, como afirma Rob Riemen. Crear sociedades de simples consumidor­es, es crear sociedades de seres infelices, atrapados en el día a día del precio y el crédito; lejos del solaz espacio para la lectura y la contemplac­ión que generan el ambiente para la creativida­d y el encuentro con nuestra humanidad. Pero el cerco hacia el consumo es tan despiadado que el libro ya no es el seductor amigo que se encontraba en ciudades sembradas de librerías, y los diarios de a poco fueron cerrando sus secciones literarias y, en cambio, la creativida­d publicitar­ia se inventa portadas falsas para promover algún producto. Las revistas especializ­adas en temas literarios desapareci­eron. Solo se preservan, sobrevivie­ndo a la lectura virtual, las dedicadas a las finanzas, los negocios, los mercados y al hombre de éxito económico. Lo material nos circunda y marca el ritmo de nuestras vidas, así como domina la agenda de políticos, gobernante­s y academias que obvian programas para la formación de ciudadanos y se concentran en la creación de generadore­s de dinero. Las escuelas de humanidade­s languidenc­en en la medida que mecanizamo­s nuestras vidas para metalizarl­as y adaptarlas a una sociedad en que la sabiduría es cada vez más opaca, distante y exótica.

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