Los cambios (¿)
El librito aconseja que los gobiernos apliquen una línea de renovación o de relanzamiento cada cierto tiempo, para evitar la idea de cansancio o la percepción de que se pone viejo muy temprano ante los ojos del gran público, ciudadano común o de la oposición. Para proyectar la imagen de una administración dinámica y fresca, los gobernantes se las ingenian con anuncios, planes y programas oficiales cada cierto tiempo en áreas fundamentales, pero muy especialmente disponiendo cambios importantes en el equipo que acompaña al Presidente a nivel de ministros y de directores generales. Gobernar con la misma gente, con un mismo equipo todo el tiempo -que generalmente forman anillos que cercan hasta aislar y ocasionar daños irreparables a los mandatarios- se ha probado que no es conveniente. Ni siquiera la “rotación” a la que recurren algunos gobernantes es aconsejable, ya no solo porque se vean las mismas caras en el ambiente, sino porque pudiera prestarse –como ha habido muchos precedentes- a que los errores, fallas o males eventuales sigan o se intercambien: “Tú tapa y protege los míos, y yo hago lo mismo con los tuyos” (¿). La permanencia por más de dos años en el cargo de un ministro, de un director general, del titular de un organismo militar o de una institución descentralizada importante, es perjudicial y dañina, va contra una sana y correcta administración, por más méritos y capacidades que puedan tener los beneficiarios. En la práctica -ya sea por presión del cargo o por las debilidades propias de los humanos-, el mucho poder, y por largo tiempo, hace daño, porque va tornando en arrogante, impenetrable e intratable a gente que en otras circunstancias era mansa, afable, de carne y hueso, a la vista y trato de los demás. Y peor aún, la permanencia por tiempo indefinido de un funcionario en una posición importante, solo por el privilegio de ser miembro de un organismo clave del partido que gobierne en el momento o un “amigo del Presidente”, es contrario a la salud de la administración pública y de la propia gestión gubernamental. Primero, frente a los ojos de otros “compañeros” del partido que se saben con capacidad y méritos y que todavía están “en el banco”, pero también porque el mucho tiempo en un cargo en el Estado hacen perder de vista los linderos, que en un momento dado -porque “la costumbre hace ley”no se vea diferencia entre lo público y lo suyo (¿). ¿Por qué no elegir a un “segundo” al sustituir a un titular, y así aprovechar la experiencia, seguir el ritmo de trabajo, y no tener que arrancar de cero o luego del aprendizaje del que llega nuevo? Un viejo error.