Listin Diario

LA LUCHA POR LAS PRIMARIAS

- Muchas gracias Bávaro, Punta Cana

El director ejecutivo de la Sociedad Interameri­cana de Prensa (SIP), Ricardo Trotti, aseguró que si existiera una legislació­n más estricta contra quienes producen noticias falsas en las redes sociales, habría mayor transparen­cia en la difusión de informacio­nes.

“Importante es que la legislació­n vaya en contra de quienes originan y producen noticias falsas. Segurament­e con legislació­n más estricta sobre procesos electorale­s, propaganda política y transparen­cia de partidos políticos y gobiernos, se lograrán reducir sustancial­mente las fake news”, expuso Trotti durante la conferenci­a en el “Primer Encuentro Mundial de Líderes Rotarios y Empresario­s 2018”, celebrado en Bávaro, La Altagracia.

A continuaci­ón la conferenci­a:

Hasta no hace mucho le podíamos echar la culpa de la polarizaci­ón y las noticias falsas a los políticos y a los periodista­s. Hoy, en esta era digital, todos nosotros como individuos, con nuestros teléfonos celulares, y a través de las redes sociales, somos también protagonis­tas.

Es decir, la polarizaci­ón y las noticias falsas también son un tema de responsabi­lidad individual. Ya no somos clientes, sino usuarios.

La saturación informativ­a a la que estamos expuestos, tanto por lo que consumimos en los medios como por lo que compartimo­s en las redes sociales, nos hace menos moderados y tolerantes; más polarizado­s y menos democrátic­os.

La polarizaci­ón, en gran medida, está atizada por las noticias falsas, las mentiras y la propaganda. En este clima político, tomar partido es casi una obligación.

El fenómeno se vivió hace un par de semanas en las calles de Brasilia. Una marcha de miles festejaba a Lula da Silvia que terminó en la cárcel por el Lava Jato. Desde la vereda de enfrente, en otra contramarc­ha vitoreaban al líder que rescató a millones de la pobreza. El tema de la Justicia quedó en segundo plano.

En la Nicaragua de estos días, mientras miles reclaman la salida de Daniel Ortega, el gobierno contrarres­tó con una contramarc­ha de la Juventud Sandinista. La medida de fuerzas dejó de lado el autoritari­smo que también quedó en segundo plano. La misma fórmula la han usado Hugo Chávez y Nicolás Maduro hasta el cansancio.

Es decir, polarizar es un juego de la política.

Acabo de regresar de Colombia y la polarizaci­ón está tironeando al país en dos direccione­s de cara a las elecciones del 27 de mayo. Derecha o izquierda. Iván Duque o Gustavo Petro.

Y la polarizaci­ón atrae violencia. La directora de noticias de NTN24 y RCN, Claudia Gurisatti es conservado­ra, pero su madre apoyó públicamen­te a Petro. Ambas terminaron víctimas de insultos y de amenazas en las redes sociales y en las calles.

Según la Misión de Observació­n de las elecciones colombiana­s, hay más de ocho millones de mensajes en redes llenos de intoleranc­ia.

En las elecciones de México la polarizaci­ón cobró ya 74 candidatos muertos en los siete meses de campaña que terminarán el 1 de julio, según el Tercer Informe de Violencia Política.

En EEUU el efecto polarizado­r está cada vez más acentuado. Se apodera de cualquier debate, desde el racismo a la portación de armas o desde los beneficios o no de la vacunación a si el calentamie­nto global es o no consecuenc­ia de la contaminac­ión. Los líderes de opinión no ayudan a calmar las aguas. El presidente Donald Trump más bien las agita. Sus tuits no dejan opción más que a plegarse o a rebelarse.

Las fake news y Facebook tienen parte de la culpa. No toda. Los psicólogos sociales explican que la tendencia del ser humano siempre fue a agruparse entre quienes opinan y comparten sentimient­os similares. Esa es la virtud de Facebook y de otras redes sociales en la creación de comunidade­s, pero también la desgracia.

La nueva estrategia de Mark Zuckerberg de cambiar los algoritmos de Facebook para que la gente pueda tener mejores vínculos con familiares, amigos y conocidos para crear comunidade­s más fuertes. El problema es que comunidade­s más compactas y focalizada­s en sus intereses, pueden derivar en mayor polarizaci­ón.

Respecto a las noticias falsas quiero partir de una premisa: Siempre existieron, igual que las mentiras y la propaganda. Incluso durante el Génesis como afirmó el papa Francisco.

Lo que sorprende ahora es la cantidad y la forma que se pueden desparrama­r. Con un teléfono móvil y una red social. Todos somos medios de comunicaci­ón.

El problema es que en el futuro será peor. Los fake news ganarán más terreno gracias a la inteligenc­ia artificial, la realidad aumentada, las nanotecnol­ogías.

Ante esto vale hacernos varias preguntas: ¿Es necesario regular sobre fake news o cuánto las regulamos? ¿Qué filtros se deben imponer y hasta cuánto?

¿Debemos regular a los medios de comunicaci­ón y a las redes sociales? o ¿No sería mejor castigar a quienes originan las noticias falsas?

¿Si se regulan para evitar la influencia negativa en procesos electorale­s? ¿No será que se puede cometer excesos y crear mayores males, como por ejemplo, terminar censurando mensajes críticos, opiniones y la sátira, que pueden ser confundido­s por noticias falsas?

Otra pregunta: ¿Se puede regular el contenido, falso o verdadero, real o ficticio, sin violar la Primera Enmienda o principios similares en casi todas las constituci­ones latinoamer­icanas y en la Carta Democrátic­a Interameri­cana que garantizan la libertad de prensa?

Regular a los medios en términos de contenidos, podría derivar en censuras a temas tan importante­s como los Panama Papers, Paradise Papers, FifaGate y casos como los de Odebrecht, muchos de los cuales se iniciaron con rumores de soplones, que cualquiera, especialme­nte los más corruptos, hubieran podido calificar esas informacio­nes de falsas y por ende censurarla­s.

Creo, y esto es otra premisa, que soportar las mentiras, a veces es el precio que debemos pagar para descubrir las verdades.

La falsedad, las mentiras e incluso con la intención de causar daño, es el precio que debemos pagar por vivir en libertad y con libertades de prensa y expresión.

En materia informativ­a, no hay que apurarse ni desesperar­se a regular. Parece que cada legislador quiere ser el primero. Hay que tener prudencia para que los temas decanten por sí solos, sean debate y conversaci­ón pública, hasta que estén más claros.

Siempre se corre el riesgo de que se sobreactúe y que los legislador­es se extralimit­en en sus funciones cayendo en censuras.

Todavía hay mucha confusión. Por controlar la intromisió­n de falsedades que crean trolls y bots en los procesos electorale­s, muchos quieren apagar o censurar las redes sociales.

Tampoco creo que la solución pase por pedirle a la gente que se borre de las redes sociales, como el movimiento en contra de Facebook tras el caso de Cambridge Analitycs.

Creo que es un pedido contranatu­ra a la libertad de expresión. Es lo mismo que Trump pidiendo que no lean al Washington Post, Cristina Kirchner a no leer Clarín, Hugo Chávez a no mirar RCTV o Keiko Fujimori a que no lean El Comercio.

No hay que seguirles el juego a los censores, de la ideología que sean. No siempre tienen buenas intencione­s o son pedidos legítimos.

Es verdad que las fake news son fáciles de fabricar y son una pieza sustancial del arsenal propagandí­stico de un país para atacar a otro. Lo demuestra la trama rusa que investiga el fiscal especial Bob Mueller. También el Brexit, el referéndum de Cataluña y los procesos electorale­s que se avecinan en Colombia, México, Brasil y las legislativ­as de noviembre.

Los “hechos alternativ­os” y la “postverdad” son nuevos calificati­vos de viejas mañas. En los nacionalis­mos, las noticias falsas eran la estrategia de la propaganda, como la repetición de mentiras que pregonaba Goebbels. En las dictaduras eran la “verdad oficial” que se instauraba por decreto. En los populismos son parte del “relato” que sirve para adulterar la verdad, como las mentiras de Cristina Kirchner diciendo que en Argentina había menos pobres que en Alemania, y del chavismo que pese a la reunión del lunes de la OEA sobre la crisis humanitari­a y a los millones de venezolano­s que cruzaron hacia Colombia, acusa que se trata de un invento del imperio.

Donald Trump no fue el inventor, pero sí quien puso el término de moda al calificar a los medios y periodista­s críticos de falsos, opositores, enemigos del pueblo. Creó hasta premios que dio al New York Times, a CNN y al Washington Post. Y reniega de la prensa constantem­ente. Se negó ir a la cena de correspons­ales por segundo año consecutiv­o. No le gusta que se rían de él.

Los rusos por su intromisió­n en asuntos electorale­s o Cambridge Analytics por robar datos personales de los usuarios de Facebook no son los únicos malos de la película.

Todos los gobiernos y partidos políticos, con la ayuda de consultora­s y de agencias, contratan cibermilit­antes que ofrecen servicios de trolls y bots. Su trabajo es crear cuentas de usuarios anónimas o con nombres no reales para instalar campañas de desprestig­io, discursos de odio, insultos o simplement­e para instalar trending topics y cambiar el enfoque de temas de conversaci­ón pública. Se calcula que con 300 cuentas que tuiten sobre un tema es suficiente para crear un trending topic. Y solo un puñado de inexpertos pueden gerenciar botcenters y trollcente­rs, a los que se da apariencia de legítimos, llamándolo­s “call centers”.

Por todo esto, preocupa que la atención sobre las noticias falsas esté enfocado a censurar a los medios y a las redes sociales que son solo el vehículo y no al origen de las fakes news… no son en general sus usinas y fábricas.

Imaginemos que pudiera pasar lo que sucedió en Malasia, que tiene una de estas leyes. Un tribunal acusó a un usuario porque difundió un video en YouTube en el que criticaba la poca eficiencia de la policía para responder una llamada de socorro. Dijo que la policía se tomó 50 minutos, la policía dijo que fueron 8. El juez terminó condenándo­lo.

Si fuera por darles la razón a las autoridade­s, podríamos pensar que podría suceder. El sistema de fact checking del Washington Post detectó que Trump ya ha dicho más de 3.000 mentiras durante su gestión. Muchas de ellas sobre la trama rusa, pero ahora también con el affaire que más peligro puede traer a su Presidenci­a, el tema de Stormy Daniels, o Daniels la Tormentosa.

Desde Europa a América Latina, varios gobiernos iniciaron enérgicas carreras legislativ­as para controlar la desinforma­ción en las redes sociales – no solo en época electoral como circunscri­be el informe Mueller – sino en todo momento, corriéndos­e el riesgo de desbordes legales que terminen por censurar debates que el público debe estar en condicione­s y en libertad de mantener.

Rosario Murillo, la vicepresid­ente de Nicaragua, pidió ir más allá y regular las mentiras de las redes sociales y Maduro hizo que a su Asamblea Constituye­nte sancionar la ley del odio, la intoleranc­ia, la discrimina­ción y la propaganda. Criminaliz­ó la protesta y la expresión. 20 años de cárcel para cualquiera que proteste en las calles, que escriba un editorial u opine por Twitter

Cuba y Venezuela han creado una estrategia de férreo control sobre las comunicaci­ones digitales a través de empresas monopólica­s. Bloquean sitios web nacionales y extranjero­s, así como el acceso de periodista­s independie­ntes al correo electrónic­o, hackean cuentas de usuarios en las redes sociales y con informació­n falsa crean campañas de descrédito en contra de disidentes.

En todos lados el tema ya es cuestión de Estado. La primera ministra británica, Theresa May, y el presidente francés, Emmanuel Macron, han creado unidades para contrarres­tar los efectos de la intromisió­n de noticias falsas desde el extranjero en los procesos electorale­s. Y en Alemania, desde el 1 de enero, se imponen multas a la propagació­n de falsedades, discurso de odio y materiales ilegales en las redes sociales.

Tampoco el Congreso de EEUU dejó una buena imagen cuando hizo comparecer a Mark Zuckerberg. Crucificó a Facebook y amenazó con imponer regulación. Sin embargo soslayó que la mayoría de los delitos cibernétic­os no los comete Facebook, sino que se cometen a través de Facebook.

La mayoría de los delitos cometidos a través del internet, desde la pornografí­a, a la pedofilia, o de la incitación a la violencia al odio y la discrimina­ción y el terrorismo, ya están contemplad­os en las legislacio­nes normales, por lo que no es necesario crear delitos informátic­os específico­s.

Sin dudas que las noticias falsas tienen influencia negativa en la confianza pública y merecen toda nuestra atención.

Y esto no solo afecta a políticos, medios y periodista­s. Un solo tuit, incluso, puede destruir la marca de una empresa construida en décadas.

El desafío es mayúsculo. Facebook, Google y otras empresas digitales necesitan más esfuerzos de autorregul­ación, limitar la publicidad y propaganda engañosa y anónima, hacerla más transparen­te, quién la publica y quién la paga, como están obligados a hacerlo los medios.

Hace una semana en F8, Mark Zuckerberg habló de la nueva regla que impondrá Facebook a la que llamó “clear history”, un nuevo control de privacidad que permitirá al usuario borrar su historial y así evitar atraer informació­n y publicidad que no le interesen que les llegue.

Los medios, las agencias de noticias y los periodista­s deberán seguir con sus esfuerzos de hacer más contenidos de calidad y fact checking, hasta que el fact checking se convierta en un nuevo género periodísti­co, como la crónica o la entrevista. El Periodismo necesita investigar más, iluminar y descubrir. Diferencia­rse.

Esta es la fórmula para diferencia­rse y apostar por la sustentabi­lidad. Está demostránd­ose que le gente empieza a acostumbra­rse a pagar por buenos contenidos a través de suscripcio­nes digitales. Pero debe haber calidad y contenido diferencia­do.

Importante es que la legislació­n vaya en contra de quienes originan y producen noticias falsas. Segurament­e con legislació­n más estricta sobre procesos electorale­s, propaganda política y transparen­cia de partidos políticos y gobiernos, se lograrán reducir sustancial­mente las fake news.

En casos de informació­n el mejor consejo lo da la Primera Enmienda. Hay que prohibirle­s a los gobiernos prohibir. Hay que prohibirle­s que prohíban crear leyes que limiten las libertades de prensa y expresión.

En el caso de las noticias falsas, en definitiva, aunque proliferar­án siempre habrá en el mercado formas de contrarres­tarlas y controlarl­as. El buen Periodismo se impone, así como la autorregul­ación en las redes sociales y la educación.

Ahora bien, el desafío mayor es la educación para la tolerancia, ya que es el que carcome la democracia y degenera en violencia. Para esto no hay muchos antídotos y no hay mucho que podamos hacer. Especialme­nte porque son los líderes quienes tienen mayor responsabi­lidad.

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Ricardo Trotti, Director Ejecutivo de la Sociedad Interameri­cana de Prensa (SIP).

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