LA REPÚBLICA CASA DE TRUJILLO
LA DEPREDACIÓN ALCANZÓ EL BOSQUE CERCANO, DONDE EL HACHA SE EMPECINÓ CON LOS ÁRBOLES DE CAOBA, QUE LUEGO FUERON VENDIDOS A LOS ASERRADEROS CERCANOS.
CONVERTIDA EN UNA RUINA
ntigua casa de Caoba”, anuncia un letrero. Más abajo una flecha trazada con pintura negra indica el tortuoso camino que lleva al lugar que el dictador Rafael Leonidas Trujillo convirtió en preferido para su rutinario descanso después de un día de labor oficial.
La antigua villa está en la cúspide de un cerro de La Suiza. Desde ella, el diafragma de las pupilas abre 360 grados, tratando de cubrir a la distancia una vastedad de majestuosas montañas cubiertas de arbustos, salpicadas de un caserío arbitrario y polvoriento que pobló terrenos ajenos y propios
No resulta tarea fácil alcanzar la cima donde se levanta la mole de concreto, convertida en hábitat común para la solaz diversión del dictador. Desde unos faraónicos balcones, Trujillo observaba su pequeño feudo: la hacienda Fundación, porque el gran Feudo, el país, lo administraba desde la avenida Doctor Delgado esquina Moisés García, sin que encontremos un resquicio diferenciador, entre uno y otro, en los métodos de administrar sus “pulperías particulares”.
Víctima de las atrocidades del régimen trujillista, el pueblo dominicano no puede -57 años después de su ajusticiamiento- aquilatar en su justa dimensión la maldad de aquellos 31 años, pues no pocas huellas testimoniales y documentales fueron distraídas mientras las propiedades fueron depredadas y hurtadas.
Un camino vecinal de tierra y cascajo, atravesado por profundas zanjas por la correntía del agua, previene del abandono cuando apenas comienza el ascenso. Las flores y rosas que poblaron el jardín contiguo, se cree protegido por la matrona doña María Martínez, solo pueblan los recuerdos de las mentes más ancianas.
Después de subir por la escabrosa ladera que da a la meseta, dos caninos realengos -“Bilín y “La Rabiosa”- dan la bienvenida a los inesperados visitantes al otrora palacete privado de Trujillo cuyos cimientos se caen a pedazos.
La devastación del edificio es el más fiel testimonio de la falta de voluntad oficial, cuando no de firmeza en los propósitos, pues no se ha entendido que su conservación y protección ayuda a que los millennials puedan ponerse en contacto directo con el oprobio de aquellos años, que parecen vertidos en sus muros y escaleras, donde ni el tiempo ni la desidia han podido derribar.
La pereza de los dos canes, rendidos en un profundo sueño frente al portal de la casona, es un cuadro que retrata el estado de ruindad, Es patética: algunos pisos se conservan, y lo que pudo ser la losa de baños y de cocinas finos, fueron arrancados de cuajo junto a las ventanas. Previo a esas acciones vandálicas, el saqueo de los bienes personales del tirano le precedió.
En esta derruida mansión, célebre por las grandes fiestas y reuniones que el tirano organizaba en los suntuosos salones del segundo y primer piso, es casi imposible el acceso al tercero. En aquel “cielo”, hecho alcoba, se quedaron las historias privadas que Trujillo tejió producto de su lujuriosa mentalidad.
John Bartlow Martin, el embajador estadounidense nombrado por el presidente de Estados Unidos John F. Kennedy en República Dominicana en 1961, refiere a la casona en su libro “El destino dominicano”:
“…En su lugar natal, San Cristóbal, que se convirtió en una especie de santuario nacional, hizo construir un enorme palacio en la cumbre de una montaña y anunció que el dinero había sido entregado por el pueblo agradecido de San Cristóbal”…
Aunque no hay evidencia de que la villa habría sido construida con fondos de los sancristobalenses, sí tenemos acceso a miles de páginas escritas por historiadores e investigadores dominicanos y extranjeros, acerca de su paso por la Presidencia de la República dando testimonio de su enfermiza inclinación por acumular fortuna, fruto del monopolio del comercio y la industria locales del azúcar, los za- patos, los fósforos, el cemento, el jabón, la pintura, las carnes, la sal, el chocolate, los cigarrillos, la harina y, para no seguir la extensa lista de lo que Bosch denominó acumulación originaria, los medios de comunicación, que no estuvieron exentos de las manos rapaces de él y de su familia.
El saqueo de los bienes de Trujillo por manos de dominicanos ricos y pobres, funcionarios y legisladores, y hasta por la gente común, comenzó desde los primeros meses del ajusticiamiento. La naturaleza también se ensañó contra aquella propiedad.
El ciclón David golpeó con furia la ciudad de San Cristóbal en septiembre de 1979, y esta estructura sufrió sus embates cuando aún en su interior se guardaba el mobiliario y las prendas personales.
Desde entonces, a no pocas personas con influencia política o militar se le ocurrió tener su propio “museo” de los bienes del dictador, desde zapatos, medias y ropa de gala hasta las fincas, automóviles, empresas y demás, considerado todo propiedad del Estado.
La consuetudinaria falta de sentido de la historia de muchas de nuestras autoridades políticas ha permitido que no solo ésta, sino otras residencias ubicadas en San Cristóbal y otros puntos del país, las hayan tomado como herencia particulares, o en el peor de los casos, de refugio para damnificados de los fenómenos atmosféricos.
Se aduce que un patronato se creó mediante la Ley 44-87 para el cuidado de la Casa de Caoba, pero todo quedó en el papel.