La festividad por excelencia
Vuelve el día de la madre y Emma se entristece. Cada año, recuerda al hijo fallecido con tristeza y nostalgia. Yo no he podido ayudarla a separar su duelo del festivo día de las madres, ya me he dado por vencida. El Día de las Madres no debe de ser una fecha para llorar y echar de menos a todos los que nos precedieron, así que llamé a capitulo a mi morena cocinera y le hice ver que tanto el presente como el futuro son nuestros, para hacer de nuestra vida algo que valga la pena. Para que seamos felices necesitamos amor y alegría, la tristeza debe de quedar atrás. Parece que algo caló en el ánimo de mi factótum, al día siguiente amaneció hecha una mirla, cantó a más y mejor mientras preparaba el desayuno, le propuse que fuéramos a un centro comercial para ver las mercancías que se exhiben con motivo de la más tierna de las fechas; aquello le gustó y en un santiamén estuvo lista para el paseo.
El comercio hace su agosto por estas fechas y la cultura consumista obliga a todos a desembolsar sumas de dinero que en la mayoría, supone un sacrificio y el otro mal de nuestros tiempos, el endeudamiento.
No le mencioné nada a Emma puesto que su ánimo había cambiado por completo, al verse obsequiada con una blusa floreada, como manda la moda del momento.
¿A quién si no a ella, la madre sustituta de mis hijos y nietos, mi factótum y consejera permanente, le puede quedar mejor una bella blusa primaveral?