Vergüenza ajena
Se siente vergüenza ajena cuando se conoce que prácticamente la mitad de los jugadores de béisbol de Grandes Ligas que arrojan positivo en las pruebas por el uso de sustancias prohibidas son dominicanos. El hecho nos salpica a todos. Se amplía cuando uno de los atrapados tiene la dimensión de Robinson Canó. Aumenta más con las declaraciones que expresa en un intento de excusarse, sobre todo al conocerse el tipo de ingrediente detectado.
Ver manchada por esta situación una carrera brillante es triste. Los resultados que se han registrando consecuencia de su juego lo colocan ya dentro de los mejores de todos los tiempos y los que están por llegar podrían permitir que dispute el lugar cimero entre los que defienden su posición. Lo ocurrido no va a suprimir esas cifras, ni impedirá el registro de las que vienen, como tampoco se han borrado las alcanzadas por otras figuras que asimismo se comprobó fueron consumidores de este tipo de ingrediente. Pero una imaginaria tilde infame acompañará los números. La pregunta siempre surgirá: ¿habría logrado esas cifras sin la ayuda artificial?
Consumir sustancias para aumentar el rendimiento físico no constituye un delito, viola una regla de la actividad en que el atleta se desenvuelve, regla que busca regular la libre y sana competencia en igualdad de condiciones.
No es fechoría, pero revela una intención marrullera. Cuando no existía la reglamentación no todos los jugadores consumieron estos anabólicos, de estos muchos se elevaron por encima del común y han sido reconocidos por la posteridad, entre ellos dominicanos de noble estirpe deportiva.
Uno de los aspectos que más me llamó la atención en el caso de Canó fue la solidaridad que le ofreció le prensa y los aficionados. Eso fue hermoso y espontáneo, la solidaridad es una virtud señalada en el Evangelio y él se la merece por su calidad humana, demostrada en el apoyo que ofrece a los desfavorecidos, haciendo buen uso de la riqueza que sus habilidades le han permitido generar. Pero no se debe confundir con justificación. Lo que es malo o bueno para una cosa lo es para la otra. Lamentablemente esto no anula la abrumadora cantidad de consumidores criollos que engrosan la deplorable lista. Obliga a reflexionar; una vez más. Es obvio que una gran cuota de culpa la tiene el resultado de la negativa enseñanza que los líderes de la nación han impartido en los últimos sesenta años. Nos han faltado demócratas que no invoquen la funesta frase: “el poder no se cede”. Todos, sin excepción, son culpables. Ese porcentaje de violadores está directamente ligado a los resultados del comportamiento en general de la sociedad, tanto pública como privada. La irresponsabilidad es patética, el desparpajo para responder los cuestionamientos con mentiras, aterrador; el bombardeo mediático, repugnante; el desamparo para la mayoría que aspira a la decencia, desconsolador.
El momento amargo pasará, tanto el de Canó como el posteriormente revelado de Welington Castillo, pero el oprobio que representa para la dominicanidad la cantidad y la calidad de violadores de la regla está proporcionalmente enlazado al comportamiento que tiene la sociedad. Ese deterioro se debe detener, lamentablemente no se vislumbra voluntad política en ese sentido.