Solemnidad del santísimo cuerpo y sangre de Cristo
El pasado jueves 31 de mayo celebramos la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Y nos recordamos siempre de lo que solíamos decir cuando pequeñas: tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el Jueves de la Ascensión.
La Fiesta de Corpus Christi (Cuerpo de Cristo) es una celebración en honor de la santa eucaristía, instituida en 1264, por el papa Urbano IV. Esta celebración nos recuerda cuando “nuestro Salvador, en la última cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura”. (Catecismo de la Iglesia Católica No.1323) Algunas veces he escuchado a “cristianos” decir: “Creo en Dios y en Cristo, pero no en la Iglesia, y a la misa voy solamente cuando tengo ganas”. Parece ser que no se sienten por nada comprometidos con su bautismo. Y es que seguimos “ofreciendo” los sacramentos a todo aquel que lo pide sin saber qué es lo que está pidiendo. Nos olvidamos que fue el mismo Jesús el que dijo: “No den a los perros lo que es santo, ni echen sus perlas delante de los puercos, no sea que pisoteen con sus patas, y después volviéndose, os despedacen”. (Mt 7,6)
Jesús también dijo: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre... el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna... permanece en Mí y Yo en él”. (Jn 6, 51, 54 y 56) ¿Habrá alguien consciente que no desee participar de la vida de Cristo? ¿Existirá algún cristiano que rechace el participar de su cuerpo y de su sangre para formar un solo cuerpo con Cristo? Y es como San Pablo nos dice: “Llevamos un tesoro en recipientes de barro para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no viene de nosotros”. (2 Cor 4,7) Tenemos a Dios con nosotros y estamos como paralizados. No lo dejamos actuar. Le ponemos freno y nos dejamos llevar por las tentaciones del enemigo que nos dice que no participemos de este banquete si no tenemos deseo de hacerlo. ¡Craso error!