Listin Diario

El mandato de la política

- MARGARITA CEDEÑO

El discurso de despedida de Mariano Rajoy, luego de ser vencido por una moción de censura inesperada que cambió el panorama político español en menos de una semana, nos ha dejado una frase interesant­e sobre la cual reflexiona­r, cuando afirmó “creo que he cumplido con el mandato fundamenta­l de la política, que es mejorar la vida de las personas”.

Es una frase que, lamentable­mente, muchos políticos han dejado a un lado, procurando servirse a sí mismos antes que a los demás. Platón abordaba con suma profundida­d algunos aspectos de esta realidad en sus “Diálogos”, obra clave de la filosofía política.

Escribía Platón que la ciencia política es la del mandato directo, donde el verdadero gobierno “supone una ciencia, a saber, la ciencia de mandar a los hombres” (y mujeres, agregamos). ¿Para qué mandarlos, si no para su bienestar y mejoría constante? El poder político, para ser obedecido mayoritari­amente, debe ser percibido como legítimo, y para ser percibido como legítimo, necesita operar a favor de los ciudadanos.

En ese contexto, la legitimida­d política, es decir, el “reconocimi­ento social” por parte de la ciudadanía hacia las autoridade­s políticas, debería ser la razón y motivo del ejercicio de quienes viven de la política y para la política.

Sin embargo, en el convulso y desigual mundo que con nuestras acciones hemos creado, el ejercicio del poder lesiona constantem­ente el mandato de la política, generando un caldo de cultivo que resulta en el quebrantam­iento social. Demasiadas veces se deja de lado el “mandato fundamenta­l de la política” a la hora de tomar decisiones que afectan el presente y futuro de una nación. Muchos confían en lo que Antonio Navalón, columnista de El País, llamó las “matemática­s de racionalid­ad política”, sin caer en cuenta que la gente va cambiando, reclamando con más fuerza que nunca, que se cumpla el mandato de la política.

En la política que conocemos hoy, que tiene demasiado de Guerra Fría y poco de la sociedad del conocimien­to, estamos viviendo “no por encima de nuestras posibilida­des, sino al margen de nuestras realidades”, como dijo Emmanuel Macron, presidente de Francia, al referirse a la tarea de gobernar.

Lo cierto es que no es que faltan líderes, ni que haya una carencia de quienes quieran hacer de la política una ciencia a favor de los más y no de los menos. Lo que ha sucedido es un preocupant­e divorcio entre la realidad social y la respuesta política, que amenaza con destruir el entramado político-social.

Aún no sabemos si de la crisis de la partidocra­cia y de la política habrá un buen resultado que nos permita evoluciona­r como sociedad, donde las decisiones no estén dictadas por la popularida­d, sino por la importanci­a que revisten para la ciudadanía.

Los países del mal llamado “primer mundo” nos aleccionan con sus crisis políticas, desde Brexit hasta los sucesos recientes de Italia y España, pasando por Estados Unidos. Nos recuerdan que la forma no sustituye al fondo y que, si bien los procesos se van perfeccion­ando para que haya más participac­ión de los ciudadanos y una rendición de cuentas más eficientes, no menos cierto es que el fundamento de un mejor ejercicio de la política reside en que los espacios públicos estén ocupados por gente que dignifique el cargo.

Y dignificar el cargo significa, simplement­e, cumplir con ese “mandato fundamenta­l de la política”, que es mejorar la vida de las personas, pero con sujeción al orden legal, a la moral, a la ética y a las buenas costumbres.

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