PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA La piedad de los laicos, siglos XII y XIII
La Iglesia medieval cambió hacia el siglo V. Con anterioridad, la Iglesia era una familia de iglesias nacidas alrededor de centros urbanos importantes, organizadas en torno al obispo y su clero. La unidad más básica era la iglesia de una determinada localidad que comprendía el clero y los fieles. Su vida de fe se expresaba en el culto y las celebraciones. Es verdad que los sacerdotes ejercían funciones bien específicas: enseñaban, celebraban los sacramentos, presidían las eucaristías. Pero las distancias impedían que formaran con los colegas de otras localidades una clase aparte con “privilegios, intereses y devociones que les diferenciaran de los laicos”.
El pueblo tenía mucha participación en la elección y sustento de su clero.
Ya en el siglo V de la Era Cristiana ocurre una transformación. Estas fueron sus causas:
fue surgiendo progresivamente un episcopado regional frente a aquel que había funcionado ligado a una ciudad. El imperio y los reinos nacientes echaron mano del clero para altos cargos administrativos. Esto fue separando al clero de los fieles que estaban vinculados a las iglesias particulares. Se fue creando como una clase aparte.
La aparición de la vida monástica con su poderoso atractivo trajo una nueva división entre los que habían dejado el mundo para dedicarse a una intensa vida espiritual y los que permanecían en el mundo. Desde los primeros tiempos, las reformas más importantes de la Iglesia partieron de la vida monástica.
También cada vez más, lo administrativo cobraba necesariamente una mayor importancia y los gestores, especialmente el clero y los obispos, se fueron distanciando de los laicos. La brecha se agrandó, ya hacia finales del siglo XII y comienzos del XIII, los términos “Iglesia” y “hombres de Iglesia” solo se aplicaban al clero para distinguirlos de los laicos. “En la época del IV Concilio de Letrán (1215 – 1216), la separación era ya total”. Para esa época la Iglesia estaba compuesta de tres grandes categorías: el clero, los monjes y los laicos.
A lo largo del siglo XII van surgiendo movimientos de piedad entre los sectores humildes de la población. Querían regresar a la vida apostólica de la Iglesia primitiva. Le daban prioridad a la predicación, a la vida en común y a la pobreza. Muy pronto alzaron la voz contra las riquezas del clero. Antes de que acabara el siglo XII ya las piezas mayores de los movimientos ortodoxos y heréticos que brotarán en el siglo XIII están en su lugar. Todos tenían este rasgo común: exaltaban la pobreza física que acompañará a Francisco de Asís y sus seguidores. Desde los tiempos de Gregorio VII (1073 – 1085) se criticaba el que los laicos fueran dueños de iglesias y de los diezmos, la décima parte de las ganancias del pueblo llano. Los nobles tranquilizaban sus conciencias fundando en sus tierras pequeñas comunidades de religiosos. Más tarde, sobre todo en el caso de los canónicos agustinos, estas comunidades impactarían la fe en diversas regiones de Francia.
Fue una época de intenso fervor religioso. Baste pensar en las cruzadas. Muchos laicos europeos provenientes de diversos sectores sociales se hicieron hermanos legos de los cistercienses, buscando la purificación de lo mundano. La orden del Cister, fundada cerca de Dijón en el 1098, se distinguió por su renuncia al lujo y la riqueza, una liturgia sencilla, fiel a la tradición y el exigente trabajo manual, que tanto impacto tuvo en las tierras en las que laboraron al este del río Elba. Contrariamente a la opinión de los que han visto en el monacato un último recurso, muchos de los campesinos que se hicieron legos eran libres y entregaron sus parcelitas a los monasterios. Miremos ahora las devociones de la época (ver Knowles y otros, 1977, Nueva Historia de la Iglesia II, 269 – 271). El autor es Profesor Asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.do