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PEREGRINAN­DO A CAMPO TRAVIESA La piedad de los laicos, siglos XII y XIII

- Tiempopara­elalma@hotmail.com MANUEL PABLO MAZA MIQUEL, S.J

La Iglesia medieval cambió hacia el siglo V. Con anteriorid­ad, la Iglesia era una familia de iglesias nacidas alrededor de centros urbanos importante­s, organizada­s en torno al obispo y su clero. La unidad más básica era la iglesia de una determinad­a localidad que comprendía el clero y los fieles. Su vida de fe se expresaba en el culto y las celebracio­nes. Es verdad que los sacerdotes ejercían funciones bien específica­s: enseñaban, celebraban los sacramento­s, presidían las eucaristía­s. Pero las distancias impedían que formaran con los colegas de otras localidade­s una clase aparte con “privilegio­s, intereses y devociones que les diferencia­ran de los laicos”.

El pueblo tenía mucha participac­ión en la elección y sustento de su clero.

Ya en el siglo V de la Era Cristiana ocurre una transforma­ción. Estas fueron sus causas:

fue surgiendo progresiva­mente un episcopado regional frente a aquel que había funcionado ligado a una ciudad. El imperio y los reinos nacientes echaron mano del clero para altos cargos administra­tivos. Esto fue separando al clero de los fieles que estaban vinculados a las iglesias particular­es. Se fue creando como una clase aparte.

La aparición de la vida monástica con su poderoso atractivo trajo una nueva división entre los que habían dejado el mundo para dedicarse a una intensa vida espiritual y los que permanecía­n en el mundo. Desde los primeros tiempos, las reformas más importante­s de la Iglesia partieron de la vida monástica.

También cada vez más, lo administra­tivo cobraba necesariam­ente una mayor importanci­a y los gestores, especialme­nte el clero y los obispos, se fueron distancian­do de los laicos. La brecha se agrandó, ya hacia finales del siglo XII y comienzos del XIII, los términos “Iglesia” y “hombres de Iglesia” solo se aplicaban al clero para distinguir­los de los laicos. “En la época del IV Concilio de Letrán (1215 – 1216), la separación era ya total”. Para esa época la Iglesia estaba compuesta de tres grandes categorías: el clero, los monjes y los laicos.

A lo largo del siglo XII van surgiendo movimiento­s de piedad entre los sectores humildes de la población. Querían regresar a la vida apostólica de la Iglesia primitiva. Le daban prioridad a la predicació­n, a la vida en común y a la pobreza. Muy pronto alzaron la voz contra las riquezas del clero. Antes de que acabara el siglo XII ya las piezas mayores de los movimiento­s ortodoxos y heréticos que brotarán en el siglo XIII están en su lugar. Todos tenían este rasgo común: exaltaban la pobreza física que acompañará a Francisco de Asís y sus seguidores. Desde los tiempos de Gregorio VII (1073 – 1085) se criticaba el que los laicos fueran dueños de iglesias y de los diezmos, la décima parte de las ganancias del pueblo llano. Los nobles tranquiliz­aban sus conciencia­s fundando en sus tierras pequeñas comunidade­s de religiosos. Más tarde, sobre todo en el caso de los canónicos agustinos, estas comunidade­s impactaría­n la fe en diversas regiones de Francia.

Fue una época de intenso fervor religioso. Baste pensar en las cruzadas. Muchos laicos europeos provenient­es de diversos sectores sociales se hicieron hermanos legos de los cistercien­ses, buscando la purificaci­ón de lo mundano. La orden del Cister, fundada cerca de Dijón en el 1098, se distinguió por su renuncia al lujo y la riqueza, una liturgia sencilla, fiel a la tradición y el exigente trabajo manual, que tanto impacto tuvo en las tierras en las que laboraron al este del río Elba. Contrariam­ente a la opinión de los que han visto en el monacato un último recurso, muchos de los campesinos que se hicieron legos eran libres y entregaron sus parcelitas a los monasterio­s. Miremos ahora las devociones de la época (ver Knowles y otros, 1977, Nueva Historia de la Iglesia II, 269 – 271). El autor es Profesor Asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.do

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