EL CORRER DE LOS DÍAS El clarinete de Benny
Cuando mi nieta cumplió los dieciséis años, dejamos de soñar al mismo tiempo, pasando a soñar hechos diversos en días diferentes, pero musicales, de la vida de tio Alix.
El primero y más importante para él fue el descubrimiento de que su ídolo Benny era hijo de judíos escapados de Rusia, con doce hermanos, como los de él y con aprendizaje de clarinetistas desde los doce años, en una escuela de Chicago y el tio en una de Santo Domingo. Pero los sueños con el tio se desmembraban y rondaban a mi alrededor hechos pedazos... Llamarle Tio era ya una costumbre familiar. En verdad él se consideraba un hermano de mi padre, con quien, como alumno, dio sus primeros pasos como clarinetista.
Se desmayaba con frecuencia pensando o soñando imposibilidades, y decía escuchar a su agresiva suegra, Esther, quien regañaba a Ruth, su hija, porque el tio predicaba que la familia de Ruth faltaba a las leyes de Yahveh, .La vieja Esther rechazaba los mulatos y consideraba irrespetuosas las palabras del tio cuando decía, de voz en cuello, que no apoyaba la costumbre de limar el borde de las monedas de oro en el pequeño laboratorio de los padres de Ruth, donde algunos músicos habían comentado que si para el gobierno era pecado para ellos, los judíos, era un arma defensiva para espantar los rechazos que surgieron cuando aún las Naciones Unidas trataban de recuperar la Palestina bíblica para un día donarla a los judíos al través de Inglaterra. .
Ya de regreso a Santo Domingo, el tio Alix, en algunos momentos, “era “la imitación de Benny, y usaba, bien conservados, los trajes neoyorquinos convertidos en moda novedosa, impidiendo, gracias a la pericia de Nelson, el bajista jamaicano conocido en New Orleans como “Chocolate”, ahora sastre y dominador del lino, mostrando que la moda no envejeciese si se da a lo viejo sentido moderno con modernizaciones que hacían creer a los admiradores de Alix el mimo poseía una percha al día, cuando lo cierto era que a golpe de reformas, Nelson había logrado mantener incólume la actualidad y que modificando recortes, el notable perchero del clarinetista, puso de moda alguna pieza de antigua de Costura que, recorte tras recorte y añadido por añadido, resulto siempre en el traje “modernizado” del tio, saco y chaleco de rostro nuevo que fuera publicado en las revistas de usanza con todo y plantilla para su recorte, el que alcanzó a ser publicado en Applet Partear Inc. que en un magazine de Harlem alcanzo a venderse con derechos de autor cercanos los treinta dólares, facilitando a Alix suficiente para pagar a Nelson las reformas y produciendo ahora un traje modificado y de solapas finas, que quiso vender en New Orleans, pero que la casa comercial que comprara el anterior, al verlo, considero un plagio hecho en Santo Domingo.
Entonces mientras mi nieta, ya dotada de simultaneas edades diferentes advertía propiciadas por sus “seres” soñaba que” la prima Ruth” dispersaba historias como si fueran salpicaduras, yo hacía un enorme esfuerzo espiritual para esclarecer dónde había estado además, en sus años de ausencia, el tio Alix, quien desde esa distancia que produce la muerte, aspiraba a memorizar lo que consideraba su mejor concierto de clarinete, ubicándolo en los sueños míos y en los de la nieta, cuando alcanzábamos la simultaneidad, porque aun luego de su naufragio físico el tio, rescatado entre los manglares del rio Ozama, mantuvo sus aficiones, entre las que destacaban las carreras de caballos del Hipódromo Perla Antillana, donde con mucha dificultad podía ver al Presidente Trujillo, en el palco presidencial, conversando con sus amigos e imaginarlo dando ordenes perversas lo mismo que veía, en sus naufragios etílicos en la Barquita de Santa Cruz tiburones que llegaban cada vez que naufragaba , por sus fallas como remero, al llegar a la confluencia de los ríos Ozama e Isabela, zona de remolinos donde los golpes de un agua a otra generaban el contoneo de la canoa. El tio rechazaba, desde algún barrio de la eternidad, el haber muerto ahogado y comido por las jaibas y las lisas, honor de peces que se hicieron carnívoros la primera vez degustando el cuerpo del tio, quien desde entonces, sin haber dejado a nadie su clarinete, recorría por lo bajo del cementerio de la avenida Máximo Gómez, clarineteando la madrugada con música de Mozart.
Para el tio Alix, el concierto para clarinete en La mayor de Mozart, era algo así como el rey de los conciertos; por alguna razón que podría haber sido el haber escuchado a su mujer cantarlo en yiddish, con letra de un celebre musificador, Vladimir Protakk, nacido en Varsovia, capaz de letrar la música de tendencia analfabeta como son las partituras sin voces humanas.
Como el cazador que lleva su rifle para derribar parte de una sorpresiva bandada de palomas mensajeras en cuyas patas estaba enrollado el secreto musical de los imperios, aun ya en el otro mundo, el tio llevaba su clarinete dentro de un estuche o maletín de la marca Ostreht, el que se desesperaba esperaba en su envoltorio calenturiento con forro de terciopelo, como quien quisiera atraer aquel repetitivo concierto de Wolfang Amadeus que en las noches de Villa Francisca el tio dedicaba a los judíos de la plaza, luego de la muerte de Ruth, enterrada entre flores como tumba a pocos metros de la glorieta.
Siendo esta la primera historia verdadera que escribo sobre el llamado “Judío mulato de barrio”, quiero apuntar que todo lo que refiero sobre tio Alix, su única esposa Ruth y su hija, mi prima fantasmal , ha sido captado en sueños repetidos, y en voces que los psiquiatras no han podido desentrañar del cosmos sonoro que nos rodea, y de escritos copiados por mi prima Fleurita, la que luego de cumplir los veinte y tres años, comenzó a escribir sus obras completas mientras en sueños su prima Ruth, le dicta trozos de sus esperas bajo la lluvia y la ventisca mientras piensa en el músico mulato que era su padre.
Algo quiero decir para concluir. Confieso que el tio Alix no era mi familiar preferido, pero al recordar a Fleurita, ella emerge exigiendo sus partes de geografía soñolienta que prometo escribir.