Morir de brutalidad
El desconocimiento es uno de los legados más pesados que podemos heredar de nuestros padres y dejarle a nuestros hijos. No saber, no conocer, ser ignorantes, nos vuelve tan vulnerables que de eso morimos. Una de las historias que cuenta la novela la Guerra del fin del Mundo, de Mario Vargas Llosa, habla de una familia diezmada, durante una terrible época de hambruna, que se habría muerto de brutalidad, según el personaje que les dio sepultura. Cuando todo el mundo huyó, debido a una gran sequía, ellos permanecieron en una tierra arrasada donde, muertos de hambre y sed, llegaron a comer plantas venenosas y tomar agua que hasta las hienas evitaban. Por eso, este hombre insistía en que esa gente no murió de hambre sino de brutalidad. Nosotros también estamos muriendo de brutalidad. Celebramos y compartimos las noticias más intrascendentes y superfluas, mientras, ignoramos aquellas que nos atañen que pueden producir un impacto en nuestras vidas. Como si alguien con una pierna rota, se concentrara en elegir el color del pantalón que se va aponer. Nos morimos de brutalidad y, por eso, firmamos contratos, al hacernos clientes de entidades y empresas, sin leerlos, bajo el alegato de que estamos obligados a firmarlos como quiera y no vale la pena protestar, y quien protesta es un necio. El desconocimiento de nuestros derechos y deberes forma parte de la epidemia de brutalidad que nos azota. Aceptamos diagnósticos médicos errados y enterramos a nuestros parientes, conformes, aunque la negligencia extrema con que fueron tratados sea evidente. No prestamos atención a lo que ocurre en nuestro congreso ni nos enteramos de cuál es la nueva ley que nos van a aplicar y, por eso, aunque tenga mucho tiempo implementada, te enteras que existe cuando te toca pagar o descubres que perdiste un derecho que creías garantizado.
En nuestra fe, también morimos de brutalidad. Nos faltan argumentos para disentir ante quienes afirman que matar a un ser humano en el vientre, depresivo o enfermo es un derecho o un acto de misericordia y no un asesinato. Nos nutrimos de carteles con fondos de colores que enviamos y recibimos por las redes y no en adquirir un conocimiento fruto de investigar, pensar, aprender y crecer.
Porque ese esfuerzo cuesta y la ignorancia mata ayudada, muy de cerca, por la pereza, aquella que nos invita a no movernos de nuestra zona de confort, como la familia de la novela de Vargas Llosa, hasta morirnos de brutalidad, sin enterarnos siquiera.