Listin Diario

“El trabajo no mata a nadie”

Con 107 años Frank Reynoso dice que sin dolores ni en el cuerpo ni en el "alma”, ve pasar los años desde su silla de guano y su cotidianid­ad

- Miguel Ángel Núñez Especial para LD Santo Domingo

Tenía siete meses cuando mataron al presidente Ramón Cáceres en noviembre del 1911, y cinco años cuando desembarca­ron los norteameri­canos en 1916. La providenci­a le ha permitido vivir para ver el auge del presidente Horacio Vásquez, la instalació­n del tirano Trujillo en ancas del ciclón San Zenón, en 1930, su caída en 1961. En 1963 vio el efímero gobierno de Juan Bosch, pasando por Balaguer en 1966.

Vio al Partido Revolucion­ario Dominicano (PRD), en 1978, el retorno de Balaguer en 1986, la instalació­n de Leonel Fernandez y el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) en 1996, la vuelta del PRD en el 2000; la del PLD en el 2004 hasta estos días.

En fin, Frank Reynoso conoció a Enrique Blanco y fue amigo de uno de sus hermanos, a quien llamaban María, y raptaron dejando a sus bueyes enyugados en pleno surco en 1937. Recuerda que un familiar los reunía junto a sus hermanos para leerles las hazañas de Hitler en plena Segunda Guerra Mundial. Sus ojos, “que habrá de comerse la tierra”, han visto tanto que a sus 107 años ya pocas cosas lo asombran.

Envidiable­mente saludable, sin una gota de grasa de más en su cuerpo fibroso, como gallo de pelea, don Frank, un agricultor de la comunidad de Palmarito, en Salcedo, cumplió el pasado 22 de abril 107 años, rodeado del cariño de su familia, la admiración de amigos y vecinos que celebran verlo levantarse cada día antes de las 6:00 de la mañana, cuando cuela el café a la manera antigua y alimenta a las gallinas con puñados de maíz en el patio de la casa, en la que ha vivido la mayor parte de su vida.

No abundan seres humanos que a sus años no sienta dolor en cada hueso, como secuela de su edad. Su mirada altiva y penetrante, con el rostro tos- tado por el sol caribeño, denota a una persona ligada toda su vida a la actividad agrícola. Frente a él se aprecia a un hombre lúcido, con escasa escolarida­d, pero atento a las visitas, con las cuales conversa sin perder detalles. En su menú aborda los temas que le apasionan, como las cosechas, algún chisme de campo o sus correrías de cuando era un joven en los campos del Salcedo de principios del siglo XX.

Para su reciente cumpleaños viajó a la Capital, acompañado de su hija Rosario, para que le practicara­n una cirugía en sus ojos, pues “estaba viendo borroso”. Ha sido el único padecimien­to que lo ha llevado hasta el médico en los últimos años.

No obstante, a su regreso lo visitaron sus hijos, con sus respectiva­s esposas, nietos, biznietos, tataraniet­os y probableme­nte chornos. Sabe que ese es un día de mucho trajín en la cocina, de donde fluyen los aromas de gallinas, un cerdo y patos, que servirán en el almuerzo que compartirá con ami- gos y compañeros de sus hijos, llegados desde la Capital.

A uno de sus nietos se le ocurrió darle un paseo en la cola de una motociclet­a con sus gafas negras para protegerse de la claridad del sol.

Como hombre ligado a la tierra, que conoce de cada uno de los animales que cría, tiene para cada cual una historia para contar. De ese modo está atento cuál de sus cerdos no comió lo suficiente y si regresó tal o cual gallina que hace días no ve.

Una situación que ocupa su mente en los últimos días es la recuperaci­ón de Aurelia Almánzar, su inseparabl­e esposa y compañera de vida por los últimos 75 años, de cuyo matrimonio nacieron 12 hijos, de los cuales viven 9, y quien se fracturó la pelvis en un accidente en casa.

El día que conoció a Aurelia lo tiene fresco en su memoria: Fue como un flechazo a primera vista. Prometió que se casaría con la primera joven que regresara de las fiestas de Santa Eduvigis, que era un acontecimi­ento social que reunía a personas de diferentes edades, en la comunidad de El Algarrobo, Moca.

Como atraídas por lo desconocid­o, algunas de las damitas, entre ellas Aurelia, decidieron interrumpi­r la festividad, para regresar a su natal Alto de Piedras de Salcedo, y fue Aurelia la primera con la que Frank hizo contacto visual, iniciando una relación que supera los 75 años, en armonía y sin mayores inconvenie­ntes.

En 1944 nació Ricardo, su primer hijo; le seguirían Aurelia hija, muerta al nacer, Francisco José (Negro), Margarita, recién fallecida, Josefina Mireya, Luis Manuel, Julito (Cocó), fallecido, Rosario, José Aquino, Orlando, Carlos Miguel y Antonio.

Su familia la levantó dedicado a arar la tierra con bueyes, que es una de las actividade­s más agotadoras de la labranza del campo, ya que el arador, como se le llama al que se dedica a esta actividad, tiene que caminar al ritmo de la yunta de bueyes, sobre los terrones de los surcos abiertos a su paso; uno a continuaci­ón del otro, hasta lograr una superficie roturada, para poder depositar el material de siembra.

 ?? CORTESÍA DE MIGUEL A. NÚÑEZ ?? Hábitos. Nunca ha sido adicto a la comida, aunque tiene predilecci­ón por las carnes. Se acuesta con las gallinas, a las 8:00 y se levanta a las 4:00 de la mañana.
CORTESÍA DE MIGUEL A. NÚÑEZ Hábitos. Nunca ha sido adicto a la comida, aunque tiene predilecci­ón por las carnes. Se acuesta con las gallinas, a las 8:00 y se levanta a las 4:00 de la mañana.

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