Listin Diario

Devociones medievales

- MANUEL PABLO MAZA MIQUEL, S.J LA AUTOR ES DE MMAZA@PUCMM.EDU.DO

El IV Concilio de Letrán 1215, que aparecerá varias veces en estos artículos, fue el primero en legislar sobre los laicos. “Todavía hoy está en vigor el célebre capítulo 21, según el cual todo cristiano llegado al uso de razón está obligado una vez al año a la confesión y comunión pascual. Se trata de una exigencia mínima que responde perfectame­nte al deseo del papa de no decretar nada que no se pudiera realizar y que se redujera por consiguien­te a letra muerta” (Huber Jedin, 1959, Breve historia de los concilios, 65). Dado que muchas diócesis eran muy extensas, con gran realismo, el concilio exhortaba a los obispos a nombrar predicador­es en las catedrales e iglesias principale­s para que expusieran la fe a los cristianos. Se pedía la ayuda de los religiosos para la predicació­n. Quedaban prohibidos los matrimonio­s clandestin­os.

Fue en el siglo XIII que la vida parroquial comenzó a tener la estructura que hoy en día conocemos. Había una misa parroquial, en la mañana se rezaban los laudes y en la tarde, las vísperas. Las charlas y los sermones del cura encargado eran muy apreciados, al igual que las prédicas en medio de los cementerio­s.

Se empezaban a propagar varias devociones que no dependían de los monasterio­s: el viacrucis y los nacimiento­s navideños, que tanto extendiero­n los frailes menores franciscan­os, el rosario, propagado por los dominicos, la meditación de los dolores de María, fomentada por la orden de los servitas, fundados en 1253.

Probableme­nte fue de tierra santa y debido a los dos siglos de cruzadas, que llegó a Europa la devoción a la humanidad de Jesús de Nazaret. El pueblo cristiano era muy sensible a la predicació­n sobre el pecado y el juicio. En las iglesias grandes y pequeñas era frecuente ver el crucifijo y alguna imagen del juicio final.

A San Bernardo de Claraval (1090 – 1153) se debe el acercamien­to de un modo más afectivo al Salvador, “insistiend­o en su amor humano y en su condescend­encia con las criaturas”. La devoción a María, se volvió más filial, ya no se insistía en la majestad de la Madre de Dios, “sino en la virgen de la anunciació­n, la joven madre en el establo, la fiel compañera junto a la cruz, la que intercedió en las bodas de Caná y la madre de todos los hijos de Dios rescatados por su Hijo”.

De este tiempo data la devoción a la hostia consagrada. Ya desde el siglo XII se elevaba la hostia después de la consagraci­ón para que pudiera ser adorada por los fieles, y así, para muchos, “la elevación se convirtió en el momento más importante de la misa”. La fiesta del Corpus surgió a mediados del siglo XIII.

Desde los primeros tiempos, la Iglesia oró por los difuntos, “pues … ni la muerte ni la vida… podrá separarnos del amor de Dios manifestad­o en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 8, 38 – 39). Las inscripcio­nes de las catacumbas romanas y las liturgias más antiguas contienen buenos deseos dirigidos a los difuntos y oraciones por ellos. Fue gracias a la devoción del abad San Odilón de Cluny (961/962 – 1049) que la piedad respecto de los fieles difuntos se fue extendiend­o en los monasterio­s. La Nueva Historia de la Iglesia II, considera que no fue “hasta el último siglo de la Edad Media, [que] las fundacione­s, los oficios y las misas por los difuntos no llegaron a ser rasgos caracterís­ticos de la época.” Probableme­nte se trata del siglo XV.

Estas devociones practicada­s con entusiasmo, no ocultaban una insatisfac­ción espiritual. En los finales del siglo XII, ese malestar fortalecer­ía la propuesta, primero de varios movimiento­s heréticos, y luego, todavía más importante­s, los cátaros (ver Knowles y otros, 1977, Nueva Historia de la Iglesia II, 270 – 271). EL PROFESOR ASOCIADO PUCMM,

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