UMBRAL Judicialización de la lucha política
Los hombres que alcanzan liderazgos o jefaturas lo logran, en el caso del primero, como he afirmado antes, por sus extraordinarias condiciones seductoras, derivadas de una formación integral acompañada de la nobleza y vocación de servicio inherentes a su condición; en el del segundo, por la inagotable capacidad de trabajo y sacrificios personales que debe procurar para suplir las carencias del carisma que cataliza la conexión con las masas por avenidas de múltiples carriles y vías de ida y retorno.
No son, sin embargo, productos de la providencia, porque los dioses que revolotean en los etéreos mundos de la religiosidad no tienen la materialidad que requieren los procesos sociales para identificar a los hombres que puedan conducirlos, que tengan la capacidad de hacer converger las fuerzas que se baten en el afán de hegemonización de clases, para conducirlas hacia el propósito noble de una convivencia social posible que facilite el avance de la comunidad en materia de desarrollo humano como ha venido ocurriendo a lo largo de la historia de la humanidad.
Cuando ese proceso de selección natural en las luchas sociales se interrumpe porque algún personaje burló, bajo esquemas artesanales y malas artes, el hilo histórico ascendente que se construye en la fragua de las contradicciones de fuerzas que impulsan avances progresivos, se comienza a producir una fractura social, a veces lenta y sutil, e imperceptible, otras veces abrupta y catastrófica que desemboca en el autoritarismo.
Ese autoritarismo no se expresa hoy día como se expresaba en los años de las desafiantes botas que personificaban individuos con rancio hedor a látigo y tortura; a fascismo descarado. No.
Su talante lo edulcora una retórica de cariz popular, de una publicitada cercanía con las masas mientras oscuras alianzas con empresarios busca genuflexión para la creación de una nueva élite que sirva de sustento a lo que de a poco se iría convirtiendo en un régimen cada vez más distante de las mayorías y de los sectores empresariales que quieran generar riquezas al margen del nuevo Estado.
La mordaza va apareciendo lentamente y nadie lo advierte. Los consensos sociales se enfrentan con maniobras artesanales que, aun haciendo uso de los canales institucionales, la manipulación de a poco se evidencia y se hace burda. El descaro inicia su asomo y el cinismo acompaña, como en pasarela de exhibición, a la arrogancia que, en su estúpida mediocridad, piensa que el usufructo del poder es por toda una “eternitud”.
El desafío a la sociedad se va acentuando y se crean mecanismos de presión inéditos: las palomas son armadas de plumas hasta los picos para matar escopetas: la lucha política se judicializa: la espada en el cuello del enemigo político se convierte en norma: adhesiones extrañas aparecen y políticos parlanchines enmudecen. El pánico cunde. La justicia comienza a ser herida de muerte. El miedo se va haciendo colectivo e inicia el proceso de plagio para toda una sociedad, con casos puntuales del síndrome de Estocolmo.
Pero una sociedad no es un proyecto individual; no es un tablero que un jefe puede manejar a su antojo. Las fuerzas sociales persisten, con el movimiento de fichas, en la selección natural para escoger el liderazgo que superará los esperpentos anti dialécticos que de tiempo en tiempo han pretendido burlar las leyes que marcan el movimiento de la sociedad. ¡Todo volverá a su lugar!