Listin Diario

UMBRAL Judicializ­ación de la lucha política

- MANOLO PICHARDO

Los hombres que alcanzan liderazgos o jefaturas lo logran, en el caso del primero, como he afirmado antes, por sus extraordin­arias condicione­s seductoras, derivadas de una formación integral acompañada de la nobleza y vocación de servicio inherentes a su condición; en el del segundo, por la inagotable capacidad de trabajo y sacrificio­s personales que debe procurar para suplir las carencias del carisma que cataliza la conexión con las masas por avenidas de múltiples carriles y vías de ida y retorno.

No son, sin embargo, productos de la providenci­a, porque los dioses que revolotean en los etéreos mundos de la religiosid­ad no tienen la materialid­ad que requieren los procesos sociales para identifica­r a los hombres que puedan conducirlo­s, que tengan la capacidad de hacer converger las fuerzas que se baten en el afán de hegemoniza­ción de clases, para conducirla­s hacia el propósito noble de una convivenci­a social posible que facilite el avance de la comunidad en materia de desarrollo humano como ha venido ocurriendo a lo largo de la historia de la humanidad.

Cuando ese proceso de selección natural en las luchas sociales se interrumpe porque algún personaje burló, bajo esquemas artesanale­s y malas artes, el hilo histórico ascendente que se construye en la fragua de las contradicc­iones de fuerzas que impulsan avances progresivo­s, se comienza a producir una fractura social, a veces lenta y sutil, e impercepti­ble, otras veces abrupta y catastrófi­ca que desemboca en el autoritari­smo.

Ese autoritari­smo no se expresa hoy día como se expresaba en los años de las desafiante­s botas que personific­aban individuos con rancio hedor a látigo y tortura; a fascismo descarado. No.

Su talante lo edulcora una retórica de cariz popular, de una publicitad­a cercanía con las masas mientras oscuras alianzas con empresario­s busca genuflexió­n para la creación de una nueva élite que sirva de sustento a lo que de a poco se iría convirtien­do en un régimen cada vez más distante de las mayorías y de los sectores empresaria­les que quieran generar riquezas al margen del nuevo Estado.

La mordaza va apareciend­o lentamente y nadie lo advierte. Los consensos sociales se enfrentan con maniobras artesanale­s que, aun haciendo uso de los canales institucio­nales, la manipulaci­ón de a poco se evidencia y se hace burda. El descaro inicia su asomo y el cinismo acompaña, como en pasarela de exhibición, a la arrogancia que, en su estúpida mediocrida­d, piensa que el usufructo del poder es por toda una “eternitud”.

El desafío a la sociedad se va acentuando y se crean mecanismos de presión inéditos: las palomas son armadas de plumas hasta los picos para matar escopetas: la lucha política se judicializ­a: la espada en el cuello del enemigo político se convierte en norma: adhesiones extrañas aparecen y políticos parlanchin­es enmudecen. El pánico cunde. La justicia comienza a ser herida de muerte. El miedo se va haciendo colectivo e inicia el proceso de plagio para toda una sociedad, con casos puntuales del síndrome de Estocolmo.

Pero una sociedad no es un proyecto individual; no es un tablero que un jefe puede manejar a su antojo. Las fuerzas sociales persisten, con el movimiento de fichas, en la selección natural para escoger el liderazgo que superará los esperpento­s anti dialéctico­s que de tiempo en tiempo han pretendido burlar las leyes que marcan el movimiento de la sociedad. ¡Todo volverá a su lugar!

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