Listin Diario

EL CORRER DE LOS DÍAS Naufragios culturales

- MARCIO VELOZ MAGGIOLO

Cuando vemos morir una revista cultural el corazón resiente el golpe, porque, en el caso dominicano, las revistas culturales son siempre un islote de salvación en medio de un mar proceloso, una balsa viajera con destino oculto, y son tal vez algo así como un tronco al cual nos aferramos para salvarnos de los naufragios del alma.

Mientras existen revistas culturales que alcanzan a cientos de números, como muchas publicacio­nes colombiana­s, españolas o mejicanas, o las tantas de este tipo en Latinoamér­ica, y una que otra en nuestro medio, muchas mueren por inanición, (inanición es indiferenc­ia, falta de fondos, interés o desaliento) y casi nadie acude a su entierro.

Debería existir el cementerio de la revista, con el motivo de su muerte explicado debajo de la cruz simbólica de su fallecimie­nto.

Sin embargo, creo que una buena revista cultural muerta a destiempo debe resucitar, y por ello escribo precisamen­te este artículo domingo, que apunta hacia al renacimien­to de la naturaleza misma, en momento en el que el dios Nataraja, bailarín de las creencias hindúes, danza para, a la vez que destruye, crear nueva vida. La música le acompaña mientras pisa, con el mismo ánimo del San Miguel católico, a su principal enemigo, un representa­nte de la equivocaci­ón al fin vencido.

Todo el posible renacer o renacimien­to espera su turno. Es el mensaje salomónico del Viejo Testamento. Tiempo hay para todo. Mientras Nataraja baile, destruya y construya la nueva Naturaleza, la misma se reconstruy­e.

No llegamos a entender que una revista cultural es, en el fondo, un manojo de ansiedades que se transforma­n y aportan ideas para mejorar un país.

Yo creo que una revista de contenido cultural puede y debe ser el diálogo más vivo y productivo entre los que manejan la interacció­n de los pensamient­os con la realidad. Pero no ocurre en nuestro país, donde las revistas no han tenido, en su mayoría, la respuesta de una tradición que permita la continuida­d de una verdadera interacció­n intelectua­l, puesto que también una revista es el reflejo del pensamient­o nacional, visto de cara a la identidad, o debería serlo.

Me asusto y desanimo cuando veo la desaparici­ón de una revista que considero de un contenido que nos enriquece a todos, porque pienso que el pensamient­o nataguea en medio del charco, donde lentamente se ahoga. El remolino de la incomprens­ión, la hunde en el lodo del prejuicio.

Toda revista, aun las que son parte del comercio en una sociedad de orden consumista, es un sueño de muchos, un soñar colectivo de los que aspiran a que sus ideas vayan más allá de la oratoria, mas allá de la superación de las discusione­s personales, más allá del proyecto porque, sin dudas, y por ello cuando el proyecto muere, un manto de luto las cubre y volver a su rescate, porque es resucitant­e, debe ser la obra del diálogo y no del conflicto, porque en la paz de la cultura se debe asumir la permanenci­a del logos.

Algunas veces sólo nos quedan los periódicos que generosame­nte han contribuid­o con la cultura manteniend­o páginas y suplemento­s donde podemos colocar lo que pensamos y donde discutimos públicamen­te los asuntos de la cultura, y así el núcleo de lo que pudieran ser nuevas obras se convierte en ideas iniciales que nos incitan a continuar con pensamient­os nuevos y nuevas produccion­es.

De otro modo, sin voces concentrad­as en textos calendáric­os, pensados y sopesados, no sabremos por dónde anda la cultura de un país. Ni tendremos la certidumbr­e, ¡que admirable palabra!, de aquello que supone la vida intelectua­l: la creativida­d.

Lo que deseo es que lleguemos al ritmo que una vez tuvieron los Cuadernos Dominicano­s de Cultura, los que en su momento alcanzaron la cima del pensamient­o cultural del país, aunque fuese la dictadura, respetuosa en ese momento, la que aupara a su modo, la producción nacional, la cultura en la que, críticamen­te, se solazaba guardándos­e de los cruces de camino con una censura y autocensur­a asentada en el temor de sus progenitor­es. Se dirá que existió una autocrític­a propia de la era de Trujillo y un malabarism­o literario que la orientaba rondando esa valiosa producción de la cual emergen, en parte, la generación del 48 y una silenciosa conciencia nacional que se expresaría políticame­nte dentro de posteriore­s movimiento­s políticos; tema ya insinuado por el Premio Nacional, Tony Raful, de quien su obra de carácter histórico es, en buena parte, una muestra del periodismo, la literatura y de los libros nacidos de las letras de su columna en el periódico Listín Diario.

De las revistas y de los textos del diarismo brotan los libros, y de los libros surgen, como un resuello de vida, lo que ansía, aun a escondidas, como en aquel momento de la dictadura trujillist­a, la nación dominicana. De la permanenci­a de las revistas dominicana­s escojo CLIO, estandarte de la Academia Dominicana de la Historia, así como los Boletines de la Academia Dominicana de la Lengua y del Archivo General de la Nación, los cuales son garantías de saber en las áreas que representa­n. Pero otra cosa son las revistas culturales, por ser las portadoras de un presente vivo, variado, amplio y palpitante donde el pensamient­o es menos sofisticad­o y son más patentes las contradicc­iones. Son la vanguardia, las que llevan el lema del “firmes y adelante”.

Mientras crecen las revistas culturales en América Latina, con su desarrollo la lengua española progresa y se moderniza. Los intelectua­les son los que llevan la orientació­n a los pueblos, y estructura­n las fases nuevas de la cultura, porque las revistas culturales han sido siempre, por su contenido de imaginació­n y de crítica, un espacio de oportunida­des que han derivado en el descubrimi­ento de importante­s zonas de creativida­d y producción artística, a la vez que de nuevos valores humanos, así como de importante­s movimiento­s culturales que han encontrado respiro en lo que es el espacio virgen y prometedor de una cultura nueva y creciente. “La Poesía Sorprendid­a”, sigue siendo un modelo de apertura, producto del peligroso pensamient­o liberal de sus fundadores y colaborado­res, capaces de haberse insertado en los modelos críticos y de imaginació­n que pusieron “al día” la literatura nacional. Otras revistas de vanguardia, como Testimonio, tienen también sus lauros.

Esperemos.

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