Una gota de lluvia
En la ventana de mi cocina quedó atrapada una gota de lluvia. La observé mientras colgaba, a punto de despegarse y precipitarse al vacío, rodeada por otras gotas similares. Contemplé su transparencia, su flexibilidad, y pensé en un artículo, publicado en un medio internacional.
El escrito decía que el agua era un elemento tan maravilloso, tan increíble, que hasta unos científicos ateos, al analizar sus componentes y sus características, se atrevieron a aceptar la posibilidad de que exista un ser superior, un creador del universo. ¿Qué hace al agua tan asombrosa? Es una sustancia incolora e inolora. Un denominador común entre los seres vivos: capaz de irrigar la tierra y hacerla parir sus frutos; vital para los animales, sean estos terrestres, anfibios, acuáticos o aves que surcan el cielo, y para los humanos. A todos, por igual, nos resulta imprescindible. Aquellos que saben lo que cuesta mezclar elementos y con ellos obtener como resultado una sustancia útil, cuyo uso genere beneficios y no daños, entienden que la existencia del agua es un milagro, uno de los muchos que contemplamos con indiferencia cada día. Me impactó leer la frase de que, por la estructura y funcionalidad del agua, esos científicos ateos nos dan a los creyentes el beneficio de la duda, la posibilidad de que Dios exista. Démosle las gracias, por su gentil concesión. Pero, vamos a ver, lo increíble del agua no es solo cómo está compuesta y su utilidad para todos los seres vivos, es también dónde aparece y en cuantas formas.
Desde el cielo cae sin sabor ni olor, pero en el mar es salobre y en el fruto del coco, dulce, como si la naturaleza fuese un mesero que prepara el trago de acuerdo al gusto del cliente. Además, el agua sirve para esterilizarnos de impurezas al bañarnos; se funde y mimetiza con los alimentos y ayuda a su cocción sin alterar su sabor; apaga los incendios; es un medio idóneo que permite el desplazamiento de los barcos; mueve maquinarias y participa en la generación de la electricidad. Y se transforma ante extremos de temperatura, es hielo en el frío y vapor ante el efecto del calor. Yo, que sí creo, agradezco a los ateos, que motivaron el escrito que leí, porque me permitió volver a maravillarme de lo increíble, lo perfecto de la creación de Dios que se manifiesta en una simple gota de lluvia.