Listin Diario

FE Y ACONTECER El Reino de Dios

- CARDENAL NICOLÁS DE JESÚS LÓPEZ RODRÍGUEZ

XI Domingo del Tiempo Ordinario – 17 de junio, 2018 a) De la profecía de Ezequiel 17, 22-24. l punto central de la predicació­n de Ezequiel es la responsabi­lidad personal que llevará a cada uno a responder de sus propias acciones ante Dios. Y estas obras que salvarán o condenarán a la persona están basadas en la justicia hacia el pobre y el oprimido. En una sociedad en que la explotació­n del débil es rampante, Ezequiel se levanta como el defensor del hambriento y del desnudo, del oprimido por la injusticia y por los intereses de los usureros, el profeta truena contra los atropellos y los maltratos y llama constantem­ente a la conversión.

Este pasaje hay que situarlo hacia el año 588, cuando el rey Sedecías rompe la alianza con Nabucodono­sor y se une a Egipto provocando la reacción de los caldeos que determinar­á la destrucció­n de Jerusalén. Por la alegoría de un cedro que muere y renace habla el profeta del hundimient­o de la nación y del renacer mesiánico. En el texto, dice el Señor: “Tomaré la copa de un cedro alto y encumbrado; cortaré un brote de la más alta de sus ramas y yo lo plantaré en un monte elevado y señero, lo plantaré en el monte encumbrado de Israel” (2-23).

Esta nueva alegoría se refiere a los reyes de Judá. La alegoría es diferente a la parábola. Esta hace que el oyente tome conciencia de una situación en la que se encuentra y que se le presenta en un marco muy distinto. Toda parábola tiene su moraleja, pero no se trata de buscar si cada detalle de la historia correspond­e o no a una persona o a un hecho de la situación presente. La alegoría, en cambio, construye una historia poco verosímil, pero cuyos detalles tendrán uno a uno su aplicación en la situación presente. El oráculo de los versos 22-24 de nuestra lectura introduce claramente una nueva promesa de restauraci­ón, descrita como la era del Mesías.

Eb) De la segunda carta del apóstol San Pablo a los Corintios 5, 6-10.

Considero oportuno lo que escribe el P. Schökel en la introducci­ón al texto de esta carta: “A pesar de las complicada­s circunstan­cias que la motivaron y de los avatares que sufrió el texto mismo hasta llegar a la forma en que hoy lo conocemos, gracias al talento y talante de San Pablo ha brotado un escrito muy personal e intenso… Si había algo que éste no toleraba en absoluto era que se pusiera en duda el mandato misionero recibido del mismo Jesús resucitado. Y no por vanidad o prestigio personal, sino porque estaba en juego la memoria de Jesús, la verdad del Evangelio que predicaba. Siempre que se siente atacado en este punto, San Pablo no rehúsa la polémica, sino que se defiende con acaloramie­nto, sin ahorrar contra sus adversario­s epítetos e invectivas mordaces que delatan su carácter pasional”.

Recogiendo todos los datos que nos ofrece esta carta-confesión, surge el retrato fascinante de este servidor de la Palabra de Dios que es San Pablo. Un hombre que no traficaba con la Palabra de Dios. Esto le acarreó quebrantos y sufrimient­os de toda clase que él considerab­a como parte integrante de su misión, como la prueba máxima de la veracidad del Evangelio que predicaba. c) Del Evangelio según San Marcos 4, 26-34.

En esta lectura encontramo­s tres partes: La semilla que crece por sí sola (vv.26-29); el grano de mostaza (vv. 30-32) y la conclusión sobre las parábolas como método preferido por Jesús para hablar a la gente, aunque luego se las explicara a los discípulos en privado. Con ambas parábolas afirma Jesús que con el Reinado de Dios sucede igual que con las semillas: no se manifiesta en su plenitud de repente sino poco a poco, sin violencia y a partir de comienzos humildes. La primera de las parábolas subraya la gratuidad del Reino y la segunda el crecimient­o del mismo.

En la enseñanza de Jesús abundan las parábolas y comparacio­nes referidas al campo, a la agricultur­a, la siembra, la cosecha, en fin, a la vida rural, pues las gentes a quien él se dirigía eran más bien campesinos de Galilea. Además, de que los lugares de Galilea cercanos al lago del mismo nombre, eran las tierras más adecuadas para la siembra, otras no tenían esas condicione­s.

Por ejemplo, el texto que estamos comentando comienza así: “El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo” (v. 26-27), y describe con la propiedad de quien conoce el campo, el proceso de la producción.

La intención de Jesús es ilustrar a los campesinos sobre el Reino de Dios, que habían anunciado los profetas. Y ninguna forma mejor que la agricultur­a. En vez de dirigirles una enseñanza abstracta, se vale de lo que ellos conocen muy bien. Aquí se demuestra la condición de Maestro con que le conocemos los cristianos, Maestro de maestros.

La segunda parábola en el texto, referida también al campo Jesús habla del grano de mostaza (vv. 30-32), la semilla más pequeña, pero se convierte en la más alta de todas las hortalizas. San Marcos añade que “con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándo­se a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado” (33-34).

Acudamos diariament­e a las fuentes del Evangelio, según las cuatro versiones de San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan. Como hemos dicho ya, la Iglesia nos invita en el ciclo B a escuchar las enseñanzas de Jesús según San Marcos. Les invito, pues, a tomar con sencillez el Evangelio, leerlo con espíritu de fe y con el deseo de ser instruidos por Jesús. Al fin y al cabo, se verifica lo que decía San Pablo: “Ni el que planta, ni el que riega es algo, sino Dios es el que ha dado el crecimient­o”. Él es el único que salva, aunque no por la fuerza sino mediante la paradoja de la debilidad con que poco a poco va creciendo el Reino dentro y fuera de nosotros. Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero. En las fuentes de la Palabra.

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