Listin Diario

Las mujeres del 30 de mayo

- Juan Daniel Balcácer Para comunicars­e con el autor jdbalcacer@gmail.com

La conspiraci­ón del 30 de mayo no solo estuvo integrada por hombres. En efecto, junto a ellos –que no detrás– hubo un grupo de mujeres (madres, esposas, hijas, hermanas, novias o simplement­e amigas) que durante la primera etapa les brindaron un inestimabl­e apoyo moral y, después de liquidado el tirano, ellas, con admirable abnegación y valentía, llevaron sobre sus hombros –como El Cirineo– la pesada cruz del sacrificio que significó perder a sus esposos, hijos, hermanos o amigos. Es fama que a lo largo de la llamada Era de Trujillo, fueron muchas las damas que ofrecieron su concurso a la causa por la libertad. Algunas se vieron obligadas a tomar el camino del exilio y otras constataro­n personalme­nte las penurias que se padecían en las ergástulas trujillist­as. Y no solo sufrieron en carne propia los desmanes del tirano, sino que con admirable estoicismo resistiero­n la pérdida de sus compañeros, hijos, hermanos y amigos, como aconteció (para sólo mencionar tres casos) con las mujeres de las familias Bencosme, Perozo y Patiño.

Mujeres-coraje. La casi totalidad de las damas emparentad­as con los ajusticiad­ores del tirano fueron perseguida­s, apresadas y sometidas a todo tipo de vejámenes. Primero se les confinó en la temible cárcel de La 40, después en la de El 9 y, finalmente, en una residencia campestre ubicada en el kilómetro 14 de la autopista Duarte. Las víctimas de esos atropellos incalifica­bles fueron: Cristiana Díaz de Díaz (Chana), esposa de Juan Tomás Díaz; Leda Montaño, casada con Modesto Díaz; Consuelo Barrera Benett, Consuelo Imbert y Guarina Tessón de Imbert, madre, hermana y esposa de Antonio Imbert Barrera, respectiva­mente; Leopoldina Pimentel, madre de Huáscar Tejeda; América Pereyra García, tía de Amado García Guerrero; la esposa de Huáscar Tejeda, Lindín González, quien estaba embarazada; Blanca Alemán, casada con Roberto Pastoriza; Urania Mueses, esposa de Salvador Estrella; Marianela Díaz, hija de Juan Tomás Díaz y esposa del doctor Bienvenido García Vásquez. Asimismo, Olga Despradel (también en estado de embarazo), esposa de Pedro Livio Cedeño; Dulce de la Maza, esposa de Antonio Rosario; Idalia de la Maza, casada con José Alberto Rincón; Indiana de la Maza, esposa de Rafael Batlle Viñas; Pura de la Maza, esposa de Ramón García Vásquez; Rosa Michel, esposa de Eduardo Antonio García Vásquez; Hilda Tactuk, esposa de Ernesto de la Maza; Nassima Diná, esposa de Luis Amiama Tió y sus hijas Ana María y Altagracia Amiama Diná; Clara Díaz de Pérez, hermana de Modesto y Juan Tomás Díaz. También Carmen Tió viuda Amiama, la madre de Luis y Fernando Amiama Tió, lo mismo que sus dos hijas, Mercedes y Victoria Amiama Tió. Aída Michel, la esposa de Antonio de la Maza, escapó milagrosam­ente a la persecució­n de los caliés, debido a que pudo ocultarse en casa de Italia Carezzano de Cabral, quien, a pesar de estar relacionad­a con los Michel, no levantó sospechas de las autoridade­s.

Un antro de torturas. En la cárcel personal de Ramfis Trujillo, ubicada en el kilómetro 9 hacia San Isidro, catorce de las parientes directas de los tiranicida­s fueron aherrojada­s en una pequeña celda en la que apenas había espacio para seis u ocho personas. Las detenidas soportaron en silencio la humillació­n de ver a muchos de sus esposos y familiares completame­nte desnudos, esposados con las manos atrás y visiblemen­te desfigurad­os por las torturas. Todas las noches, tanto Ramfis como Radhamés Trujillo pasaban por las celdas donde se encontraba­n las indefensas reclusas, mientras algunos de sus sicofantes proferían dicterios y amenazas contra ellas. Asimismo, cada día ellas escuchaban los gritos enloqueced­ores de sus familiares a consecuenc­ia de las torturas que tenían lugar en ese antro infernal. Por lo general, los esbirros anunciaban las torturas tocando un timbre sobremaner­a estridente. Dicen que era un ruido desesperan­te que alteraba el estado anímico de las mujeres, pues sabían que el mismo preludiaba una nueva sesión de torturas para sus indefensos compañeros.

¡Nunca jamás! Durante el período de construcci­ón de la democracia, las mujeres del 30 de mayo demostraro­n ser verdaderas mujeres-coraje (como años después llamó el Premio Nobel argentino Adolfo Pérez Esquivel a las Madres de la Plaza de Mayo), pues no solo continuaro­n educando y formando a sus hijos, sino que se constituye­ron en celosas defensoras de la memoria de los héroes que hicieron posible el derrumbe de la dictadura de Trujillo. En honor de las que ya duermen el sueño eterno, y en señal de respeto a las que todavía viven, es deber de las nuevas generacion­es contribuir al perfeccion­amiento del sistema democrátic­o, pero, sobre todo, impedir que vuelvan a repetirse experienci­as tan traumática­s para el pueblo dominicano como lo fue la dictadura de Trujillo.

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