Listin Diario

Hacer grande a EE.UU

- MANOLO PICHARDO

Donald Trump ha sido para el pueblo estadounid­ense un empresario exitoso. Desde sus negocios inmobiliar­ios este hijo de inmigrante escocesa y abuelos alemanes aprendió a actuar como patrón, como el “negociador” que impone su visión y estrategia para maximizar las ganancias de sus empresas. Sus colosales edificios semejan la fachada de su carácter: imponente, impetuoso, indomable, desafiante, avasallado­r, irreverent­e, inexpugnab­le y prepotente.

El éxito, fraguado en su destreza y olfato empresaria­les que parecía estar a la medida de sus pasos, le hicieron detectar un proceso de debilitami­ento del poderío económico estadounid­ense, y como si se hubiera alimentado de la vianda servida por Samuel Huntington en su libro “¿Quiénes somos? Los desafíos de la identidad estadounid­ense”, preparó un recetario tan conservado­r como el intelectua­l de marras para construir el camino que, de acuerdo a su visión, devolvería el esplendor que durante un tiempo permitió al país del norte ser la fuerza hegemónica planetaria.

Pero trasladar la dinámica empresaria­l a los esquemas del Estado, como tal vez pensó el mandatario de los Estados Unidos, carece de sentido, porque en sociedades capitalist­as, mientras la lógica empresaria­l gira en torno al capital y la acumulació­n de éste, la entidad que personific­a a la nación actúa sobre todos los ámbitos del quehacer colectivo en un complejo accionar regido por leyes que ordenan una multiplici­dad de fuerzas e intereses que se armonizan a través de institucio­nes que surgen como consecuenc­ia de los contratos sociales.

El Estado no tiene un dueño, puede haber, como de hecho lo hay, una clase dominante o gobernante, que siempre estará sujeta a la presión de las dominadas o gobernadas, por lo que nunca podrá actuar como el patrón que junto a sus accionista­s impone reglas de juego en sus negocios, obedeciend­o a la naturaleza expansiva del capital sin consecuenc­ia que genere catástrofe, como sí se produce cuando desde la administra­ción del Gobierno se recurre a la dinámica empresaria­l del jefe que ordena y el asalariado u obrero que obedece.

Hacer a Estados Unidos grande recurriend­o a una retórica cargada de nostalgia, de los residuos de valores que dieron forma a la identidad de ese país, es negar que en los procesos de desarrollo los valores se transforma­n; cambian para negar lo que la sociedad va superando, para hacer los ajustes hacia nuevos modelos de producir bienes y servicios, para encajar en la nueva forma de hacer negocios, para correspond­erse con los avances en la ciencia y la tecnología, para navegar a la velocidad en que se transforma la manera en que nos comunicamo­s.

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