Listin Diario

FUNDACIÓN SALESIANA DON BOSCO Hilda Schott

- LUIS ROSARIO

Siendo aún adolescent­e me acerqué, en La Vega, a la pequeña habitación en la que pasaba sus últimos días terrenales el arzobispo ciego de Santo Domingo: monseñor Ricardo Pittini. Allí las hermanas salesianas, Hijas de María Auxiliador­a, le prodigaban solidarias atenciones.

Queríamos saludar al Arzobispo, el Pastor de los Pobres y de la Mitra de Plomo, como lo definió su historiado­r, Juan Esteban Belza. Su espíritu se regocijaba y sus ojos, ya muertos a la luz del mundo exterior, tomaban vida, al rodearse de los preferidos del Don Bosco que dijo: “Me basta que sean jóvenes para amarlos.”

Y allí, a la sombra de la Parroquia Domingo Savio de la Ciudad Olímpica, en un pequeño rincón de la habitación, estaba también ella, la que por años había vivido a su lado, sirviéndol­e de lazarillo. Era su ángel de la guarda; todo lo contrario a una “Diableja”, nombre con que el Dictador había querido denostarla.

Y el mismo año del derrocamie­nto de la dictadura, el 10 de diciembre de 1961, con la misma sencillez y entereza que la había caracteriz­ado en el tiempo en que hizo de ángel de la guarda de Pittini, allí también estaba ella al momento de colocar los restos mortales del Arzobispo, en el lóculo preparado, a ras del suelo, en el lado izquierdo de la entrada de la Parroquia Don Bosco, por él erigida, impetrando de todos una oración.

Años después me tocó escuchar relatos sobre las virtudes de Hilda, de boca de su sobrina Úrsula Schott, en tiempos en que ambos, estudiando en las cercanías de Munich, en Alemania, repasábamo­s las anécdotas de la familia y sus trabajos al cuidado de monseñor Ricardo Pittini, también él salesiano al servicio de la juventud, al estilo de Don Bosco.

Así, por providenci­a de Dios, la vida del arzobispo Pittini y la de Hilda Schott quedaron entrelazad­as de tal forma que ambos, al estilo de María, la Madre de Jesús, guardaron en su corazón quién sabe cuántos secretos que hoy terminaron por ser sepultados, para pesar de quienes se solazan abriéndole el telón a la historia.

Los mocanos, sintiéndol­a como una de las bravas mujeres de su tierra, hoy la recordamos con admiración, elevando al Señor no sólo las plegarias de costumbre, sino agradecien­do a Dios el regalo que nos dio en esta mujer que supo ganarse el respeto de la sociedad, necesitada cada vez más de ejemplos como el suyo. Por su parte, la familia salesiana, eleva hoy un himno de gratitud al Señor por haber puesto a tal ángel de la guarda en el camino de quien se entregó, en cuerpo y alma, al servicio de la Iglesia y de la juventud, la amada de Don Bosco.

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