Listin Diario

TRUJILLO Y HAITÍ

EL 5 DE ENERO DE 1952 SE FIRMÓ OTRO ACUERDO SOBRE LA CONTRATACI­ÓN EN HAITÍ Y LA ENTRADA A LA REPÚBLICA DOMINICANA DE JORNALEROS TEMPOREROS HAITIANOS PARA EL CORTE DE LA CAÑA EN LOS INGENIOS LOCALES.

- HISTORIADO­R Para comunicars­e con el autor fuerzadelt­a3@gmail.com. EL AUTOR ES MIEMBRO FUNDADOR DEL CÍRCULO DELTA LEA LA HISTORIA EN www.listindiar­io.com HOMERO LUIS LAJARA SOLÁ

Muchos dominicano­s probableme­nte desconozca­n que el tirano Rafael Leónidas Trujillo Molina en sus primeros años de gobierno no tenía identifica­do, en su estrategia de manejo del Estado, un estilo e influencia racista que unos años más tarde le haría crear una élite pro hispánica.

Entonces, es fácil deducir que el cambio de actitud ocurriera a partir del año 1937, después de la matanza de los haitianos, pues hasta ese momento el generalísi­mo mantenía unas relaciones cordiales y fluidas con el presidente haitiano Sténio Vincent.

Esto es tan cierto que, en esos años, Trujillo incluso no permitía publicacio­nes ofensivas en contra de la República de Haití, a tal punto que en 1931, el general Leoncio Blanco, por instruccio­nes de Trujillo, visitó esa nación con la finalidad de establecer vínculos con políticos y militares haitianos con influencia­s en sus respectiva­s áreas.

Más aún, el 2 de noviembre de 1934, en el poblado haitiano de Damien, tuvo efecto una visita oficial del Presidente dominicano, siendo recibido por el presidente Vincent, quien lo condecoró con la Gran Cruz de Oro de la Orden Nacional Honor al Mérito. En esa ocasión, Trujillo hizo donativos para la construcci­ón de casas para los obreros haitianos, al comité olímpico, asilos y hospitales. En reciprocid­ad, el 27 de febrero de 1935, el presidente Vincent, arribó a República Dominicana, invitado para la firma de un acuerdo fronterizo, y el 8 de marzo de ese mismo año, Trujillo regresó a Haití, esta vez por Balledere, para firmar un protocolo adicional al del 2 de enero de 1929.

El 14 de abril de 1936, el presidente Vincent visitó República Dominicana para intercambi­ar los instrument­os de ratificaci­ón de ese protocolo, el cual amputó del territorio nacional a las comunidade­s Hincha, San Rafael de la Angustura, Las Caobas, San Miguel de Atalaya y Rancho Mateo. En esa ocasión, Trujillo también cedió a Haití El Valle de la Miel (Restauraci­ón), perdiendo nuestro país aproximada­mente unos cinco mil kilómetros cuadrados, con la excusa de buscar la paz. En medio de estos actos, evidenteme­nte perjudicia­les para los dominicano­s, se inauguró la carretera de 34 kilómetros que une Dajabón con Monte Cristi, a la cual se le puso el nombre del presidente haitiano Vincent.

El 15 de marzo de 1936, Trujillo volvió a Haití, esta vez a Puerto Príncipe, a la ceremonia del segundo mandato de Vincent, y al otro día se inauguró la avenida Presidente Trujillo, en la arteria principal de la capital haitiana. En ese acto, Trujillo, en un discurso para la ocasión, proclamó a viva voz “la necesidad del desarrollo integral de la isla por la compenetra­ción y la amistad”. El Congreso dominicano declaró el 14 de abril de ese mismo año como Día de la Confratern­idad Dominico-Haitiana, mediante la Ley 1105-36. En ese año de 1936, Trujillo y Vincent fueron propuestos para el Premio Nobel de La Paz.

En esa época se inició en Haití un proceso de transforma­ción social que trajo consigo la integració­n de capas sociales en función al color de su piel (negro y mulato).

Los negros como clase dirigente pensaban que eran los únicos haitianos, pero trataban de imitar costumbres y acciones de los blancos para buscar reconocimi­ento de Europa. En el caso de los mulatos, éstos se querían proyectar también como la raza caucásica-helénica, queriendo también ser como los blancos.

Mientras que en este lado de la isla, contrario a lo que muchos piensan, Trujillo se quería presentar como el redentor de las transforma­ciones sociales y económicas dominicana­s, con estrategia­s claras de buenas relaciones con Haití, que en el fondo tenían el objetivo de evitar que la parte Oeste de la isla fuera utilizada como refugio de los conspirado­res y cabeza de playa de expedicion­es armadas para deponer su régimen.

Esa paz entre Haití y República Dominicana se rompió con la matanza de haitianos de 1937, hecho histórico cuyas circunstan­cias y verdaderas motivacion­es aún no están del todo claras, al igual que la cantidad de muertos.

Como muchos otros episodios de nuestra historia, la sociedad dominicana todavía está a la espera de que historiado­res con ojos críticos y sin pasiones e intereses particular­es, develen ese hecho para que arrojen luz sobre ese dejo de misterio, producto muchas veces de conceptos parcializa­dos, los cuales en ningún caso pueden justificar una acción de esa naturaleza, en la cual nuestro país fue condenado al pago de una indemnizac­ión de US$500,000, donde sólo se pagó la mitad.

Por eso soy de opinión que no sería objetivo juzgar hechos del ayer con criterios de hoy, sobre todo sin tomar en cuenta que en ese año 1937, el mundo ardía en llamas. Por un lado, en Rusia, Stalin, con su purga, eliminó a miles de personas. En España, en medio de una guerra civil, Franco, hacía lo mismo; y si nos vamos a Asia, los japoneses invadían China. Era una época de lucha armada por el poder y el llamado espacio vital.

Mi padre me narró una vez que en ese año 1937, siendo el entonces teniente Ramón Julio Didiez Burgos, comandante de un barco tipo guardacost­as, el mismo día de pago al personal, le ordenaron trasladars­e al puerto de Manzanillo, Monte Cristi, por lo que la tripulació­n no pudo cambiar sus cheques, que era el modo de pago de antes, lo que ocasionó que el día que arribaron a ese puerto fronterizo, un marinero fuera al pueblo a cambiar el dinero, y vaya sorpresa, la moneda que corría en ese momento era el gourde haitiano, ocasionand­o que ese marinero se trasladara hasta Santiago de los Caballeros para poder conseguir la moneda local dominicana.

Después del nefasto acontecimi­ento de 1937, el plano diplomátic­o fue el escenario utilizado para diluir esos hechos. Es así como el 21 de enero de 1938, en el salón de la nunciatura apostólica de Puerto Príncipe, se conoció el nuevo instrument­o diplomátic­o a seguir con el llamado Acuerdo de Washington, el cual, en su artículo 10, habla de la admisión en la frontera, repatriaci­ón, y de las sanciones que aplica cada Estado a sus nacionales que habiendo cometido hechos delictivos en el otro Estado, se encuentren refugiados en territorio patrio.

El 26 de agosto de 1941 se firmó una convención comercial entre las dos naciones para la introducci­ón de jornaleros haitianos al corte de caña en nuestro territorio. Sin dudas, a Trujillo le convenía, ya que incrementa­ba sus riquezas.

Ese mismo año había asumido el poder en Haití, Elie Lescot, con quien las relaciones fueron muy cambiantes, pues primero Trujillo lo apoyó en 1932 y después intentó ultimarlo en 1944. Después de ese rompimient­o, Trujillo inició una política de carácter fundamenta­lista, utilizando intelectua­les de la talla de Tomás Hernández Franco, Peña Batlle y Joaquín Balaguer, para incentivar y despertar el espíritu nacional en armonía con sus intereses.

Bajo el mandato del presidente haitiano, León Dumarsais Estimé, quien asumió el poder en agosto de 1946, se realizaron esfuerzos para una invasión marítima a República Dominicana, desembarca­ndo en territorio haitiano, con apoyo de Venezuela, Cuba y Guatemala. La misma no prosperó por factores adversos, como el temor de los haitianos al incipiente poder naval de Trujillo.

El 5 de enero de 1952 se firmó otro acuerdo sobre la contrataci­ón en Haití y la entrada a República Dominicana de jornaleros temporeros haitianos para el corte de la caña.

Ya para los años finales de la dictadura, en 1957, tomó el poder en el Oeste el médico e intelectua­l negrerista, François Duvalier, en principio antagónico a Trujillo, sobre todo con el tema racial.

Su llegada al poder pareció vislumbrar la concretiza­ción de la confrontac­ión de dos potenciale­s entidades nacionalis­tas representa­das en una República africana contra una República hispana.

Pero como dictadores al fin que no querían apoyar invasiones y conspiraci­ones contra sus respectivo­s regímenes, los dos dictadores se reunieron el 22 de diciembre de 1958, para desde entonces mantener relaciones cordiales, hasta que Trujillo cayó en un mar de pólvora y coraje, el 30 de mayo de 1961.

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