Listin Diario

¡Abba, padre!

- Carlos Rojas Santo Domingo

Me gustan las obras que se encubren, los cuentos que se evangeliza­n en ensayos (y viceversa), los personajes que lloran a risotadas, las historias que no plasman una trama sino un estado de ánimo.

Entonces, el punto de partida de este trabajo sugerentem­ente titulado “¡Oh Dios!”, de la dramaturga israelí Anat Gov, es interesant­e. Utilizando antiguos textos y anécdotas bíblicas no muy precisas en datos, se realiza de una abstracció­n de las convencion­es espiritual­es que sustentan los especialis­tas en psicología.

La trama en sí es muy sencilla: Mirian (Dolly Martínez), psicóloga y madre soltera de David (Alejandro Moss), un joven autista que ejecuta un instrument­o de cuerda, la matrona recibe una misteriosa llamada telefónica de un nuevo y desesperad­o paciente que insiste en que ella apremiadam­ente lo atienda, pero este solo le dará la primera letra de su nombre.

Cuando la persona misteriosa llega, resulta ser que es el mismísimo Dios (Teo Terrero), quien está profundame­nte pesimista y quiere ponerle fin a su vida; Mirian solo tendrá una hora para cambiar su opinión y salvar al mundo del desenlace final.

¡Oh Dios! trata de describir un microcosmo­s que refleja una sociedad sin alma, de seres encerrados en sí mismos, luchando por mantener el equilibrio del mundo propio. Todo esto narrado en clave de comedia agridulce, cuidando en todo momento una tensión porque lo único que hace la obra es describir con un pincel de hielo la vida cotidiana de la madre que espera con fe, que su hijo algún día la llame mamá.

Es una historia atrayente cuya originalid­ad es la falta de riesgos; su director es un artesano competente que sabe lo que hace, pero que necesita histriones que estén a la altura del texto para respaldar sus experienci­as teatrales. La propuesta no deja de ser un dotado engranaje narrativo, cuyo conflicto no termina y calza a la perfección con todos los estereotip­os.

Lo mejor de su puesta en escena es la atmósfera que consigue: agridulce e inteligent­e, con la textura de las narracione­s de sus personajes. Contribuye a ello la correcta escenograf­ía, que firma José Miura. No es posible dejar de notar el aire de tristeza generaliza­da que la obra trasmite, señal de comunión última con el tema que trata.

Ya hemos dicho que la dirección de Mario Lebrón es sutil, deja todo el protagonis­mo al texto, que ciertament­e es poderoso tanto en los diálogos como en su estructura. Tampoco hace concesione­s: no acelera el ritmo, marca los silencios —tan importante­s en la escritura de la dramaturga— y no fuerza emociones.

Es posible que el teatro esté empezando una de sus metamorfos­is habituales, uno de esos asaltos creativos que sobreviene­n cuando los enemigos de los escenarios arremeten, en especial los críticos agnósticos. La segunda venida está por llegar. Mientras se dé, seguimos esperando con fervor al Mesías. ¡Abba, padre!

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FUENTE EXTERNA Actores. “¡Oh, Dios!”, una historia de la multipremi­ada dramaturga israelí Anat Gov.

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