Cine político: el caso coreano
Una de las potencias mundiales del cine político de hoy es la República de Corea del Sur. Su impronta no vino de la noche a la mañana. Fue un proceso que comenzó a finales de los años noventa, cuando la dictadura que azotó al país en los años ochenta quedó atrás, y su industria cinematográfica empezó a tomar forma por el auge de sus producciones nacionales, muchas de ellas financiadas por las ONGs. Este nuevo modelo permitió la aparición de una nueva generación de realizadores que no temió de experimentar con temas tabúes. Sus películas mezclaban técnicas occidentales o japonesas, pero conservaban los temas tradicionales. La transgresión del nuevo cine surcoreano y la estética de las propuestas sedujeron tanto al público como a la crítica. Y se abrió abanico genérico importante y en un entendimiento que para hacer cine y triunfar dentro de una sociedad culta, inteligente, humana y tecnológicamente preparada para emprender el camino definitivo hacia una potencia mundial.
Y uno de los temas tabúes fue el político. Corea no solo vivió una de las más crueles guerras civiles que conoce la humanidad moderna donde murieron más de 20 millones de personas y que trajo como consecuencia la división del país en dos. Antes fue invadida, conquistada y arrasada por Japón. Para 1996, dos directores debutan tras la cámara: Hong Sang-soo y Kim Kiduk. El primero se caracteriza por la exploración que hace de las relaciones humanas en ambientes cotidianos y la profundidad emocional de sus historias. El segundo, por su transgresión vanguardista y el trabajo con personajes socialmente discriminados.
El maestro Kim Ki-duk, aunque estrena fu primer filme en 1996 (Cocodrilo), toda su obra contiene cierto toque de denuncia al status quo. Por ejemplo, en “El guardacosta” (2002) alude a los deslices disciplinarios que se cometen contra la población de parte de los soldados que custodian las fronteras de su patria y la permisividad que ante tales hechos admiten sus superiores jerárquicos. No es hasta el pasado año en que logra un film de corte político total. “La red” (2017) es una pieza apasionante y demoledora que cuestiona, desde la piel de un infeliz campesino de Corea del Norte (que por error cruza la frontera sureña) la naturaleza de las dos partes en conflicto. Frente a los primeros 90 minutos, el espectador siente que se encuentra frente a documento demoledor contra Corea del Sur. Sin embargo, el resto del filme, mucho más cruel y trágico, demuestra la naturaleza implacable del régimen del Norte contra quienes ellos consideran que “desertan”, de la patria.