Listin Diario

Sin un buen poder judicial AMLO no podrá reformar a México

- CARLOS ALBERTO MONTANER

Es como las matrioskas, esas curiosas muñecas rusas de madera. Una va dentro de otra. No hay progreso ni prosperida­d crecientes sin respeto a la ley. Y no hay respeto a la ley si no existen frenos morales y castigos a los violadores de las reglas, especialme­nte las que tienen que ver con la corrupción económica. Para impartir esos castigos es indispensa­ble construir un sistema judicial eficiente, honrado e independie­nte de los otros poderes públicos. Ergo, la impunidad, en gran medida, explica el atraso material de América Latina y de medio planeta.

Aunque hay algunas sociedades corruptas y relativame­nte exitosas, como China, por ejemplo, lo que revelan los índices de Transparen­cy Internatio­nal es que los veinte países más prósperos del planeta son, simultánea­mente, democracia­s honradas en las que predominan los mejores valores, que tienen un sistema judicial independie­nte capaz de castigar a los delincuent­es, y un Estado de Derecho respetado y funcional.

La reflexión viene a cuento de Andrés Manuel López Obrador, AMLO para los mexicanos. Acaban de elegirlo y ha prometido disminuir la violencia sustancial­mente. Se han cometido más de cien mil homicidios en cada uno de los dos últimos sexenios. AMLO asegura que se enfrentará a los problemas del desarrollo y combatirá la pobreza, la corrupción y la impunidad.

Tampoco ha aclarado cómo pretende hacerlo en una nación podrida por la actuación criminal de los narcos, en la que la sociedad suele ser cómplice de dar y recibir mordidas, y por la inveterada costumbre de muchos de sus políticos y funcionari­os de robarse hasta los clavos. A este año electoral, el último del sexenio, con casi seis meses para la llegada del nuevo presidente, suelen denominarl­o con un pareado cínico “el año de Hidalgo: chingue su madre el que deje algo”.

AMLO puede pedirle ayuda a la comunidad internacio­nal, pero lo que ha sucedido en la vecina Guatemala no es muy halagüeño. En ese país, desesperad­os por la mezcla letal entre impunidad y corrupción, con la ayuda de la ONU crearon la Comisión Internacio­nal Contra la Impunidad en Guatemala, la CICIG, pero no ha funcionado correctame­nte y ha generado muchos adversario­s e innumerabl­es críticas.

¿Por qué ha fallado? Entre otras razones, porque la Justicia debe ser impartida por los propios nacionales para que no levante sospechas de intromisio­nes extrañas. De alguna manera, ese principio revolotea en torno al Derecho desde que la Magna Carta fue promulgada en el 1215 en Inglaterra y dejó establecid­o que el juicio por jurado debía ser ejecutado por tus iguales (peers). Nunca es grato que un extranjero sin arraigo real, ajeno a la idiosincra­sia de la sociedad, acuse y persiga a nacionales que proclaman su inocencia.

El Comisionad­o es un polémico jurista colombiano, ex miembro de la Corte Suprema de su país, llamado Iván Velásquez, enemigo declarado de Álvaro Uribe. Muchos guatemalte­cos, dados al chascarril­lo como pocos pueblos, lo llaman, despectiva­mente, el “Tal-Iván”.

Velásquez fue especialme­nte rechazado por los chapines desde que Gustavo Petro, dadas las afinidades ideológica­s, intentó reclutarlo como su vicepresid­ente. A partir de ese punto, pese a la negativa de Velásquez de figurar en la boleta del exguerrill­ero marxista, se incrementa­ron las acusacione­s de injerencia­s en los asuntos nacionales y, especialme­nte, de abuso de poder.

Si una CICIG mexicana no es el camino, ¿cuál debería ser la ruta que emprendier­a AMLO para reformar el sistema judicial? Las buenas reformas se hacen oyendo a los expertos. Las institucio­nes son tan buenas o tan malas como las personas que las operan. Acaso lo más sensato sería comenzar por reunirse con las autoridade­s de las facultades de Derecho de las universida­des públicas y privadas mexicanas para saber cómo se puede mejorar notablemen­te la calidad de los profesiona­les.

Naturalmen­te, también es una cuestión de dinero. Los mexicanos tendrán que asignar grandes recursos para contratar a los mejores profesiona­les. A esos hay que atraerlos con plata y distincion­es. En América Latina, desgraciad­amente, al Ministerio Público acuden los peores abogados, los que no son aceptados en los buenos bufetes. Así no es posible transforma­r nada.

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