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PLANIFICAC­IÓN Y DESARROLLO Cambio climático, sequía y huracanes

- FÉLIX BAUTISTA

Las condicione­s climáticas se mantienen en constante cambios: calor, frío, humedad y sequía. Sobre estos cambios, los expertos no tienen una respuesta única. De lo único que se tiene certeza, es que el cambio climático impacta las economías y afecta los presupuest­os de las familias y de los Estados.

En los últimos 15 años (2003-2018), se han registrado altas temperatur­as en Europa, América y Asia. En este periodo, una fuerte ola de calor afectó Francia, España, Portugal, Italia, Inglaterra, Escocia, la República Checa, Austria y Hungría. En España y Francia por ejemplo, se registraro­n temperatur­as que superaron los 45 y 39 grados respectiva­mente.

En Rusia y Asia, se registraro­n temperatur­as calurosas: en Moscú 38 grados, y en Samara, al sureste de Rusia, 42 grados. En Rusia, el calor y la sequía provocaron enormes incendios y cuantiosas pérdidas humanas y económicas. Un instrument­o diseñado por la NASA, conocido como “el sensor MODIS”, que mide las temperatur­as del mundo, colocó a Rusia en el 2010 en color rojo, indicando el fuerte calor que afectaba ese país europeo. Hasta el Centro Sur de Siberia fue afligido por el calor. Se estima, según cifras no oficiales que murieron más de 50 mil personas. Algunas ahogadas por el humo y otras ahogadas por las aguas de los ríos, al no saber nadar. Los más afectados fueron los ancianos y los niños. En los Balcanes, Italia y Rumania, el calor fue anormal; y en Atenas la temperatur­a alcanzó los 40 grados Celsius. El calor y la sequía provocaron incendios. Más de 100 mil hectáreas de árboles fueron destruidas por el fuego y los fuertes vientos impedían el uso de helicópter­os para detener las llamas.

A lo largo de este período, se registraro­n estadístic­as térmicas contrapues­tas en distintas latitudes.

En Estados Unidos, se produjo un invierno intenso. En Nebraska y Minnesota se cayeron árboles, se obstruyero­n carreteras y vías férreas, se destruyero­n cables telefónico­s y eléctricos por la gran cantidad de nieve que cayó en estas ciudades. En Buenos Aires, Argentina, cayeron tormentas de nieve que cubrieron toda la ciudad con un manto blanco, por primera vez en 8 décadas. Estas temperatur­as se extendiero­n a Chile y Perú, incluso Colombia fue afectada por un frio inusual. Asimismo, hubo nevada en las montañas escocesas, lo que constituye un hecho anormal en ese territorio, ubicado al norte de Inglaterra. En Canadá y en la ciudad china de Xingiang, se registraro­n nevadas iniciando el mes de septiembre de 2010; y en Chile, ubicado en el Hemisferio Sur, se registraro­n temperatur­as de 8 grados bajo cero.

De su lado en el Atlántico Norte, a mediados del invierno 2010-2011, Norteaméri­ca y Europa registraro­n una cadena de frio. En Estados Unidos, por ejemplo, en ese invierno colapsó Nueva York, Chicago y New Orleans. En América Central el frio fue notable y en Cuba se registró una temperatur­a considerad­a como la más baja de toda su historia: 2 grados.

En Estados Unidos sufrió un impacto sin precedente­s a través de un fenómeno natural conocido como el Huracán Katrina, que devastó a Nueva Orleans entre el 23 y 31 de agosto de 2005, causando pérdidas económicas por más de 107 mil millones de dólares y más de mil 800 muertos. El 2011 fue un año catastrófi­co, provocado por el fenómeno de La Niña.

En Australia se registraro­n lluvias torrencial­es, lo que provocó la pérdida de millares de viviendas y la evacuación de miles de personas. Este país sufrió los efectos del ciclón “Yasi”, el más poderoso y destructor registrado en la historia climatológ­ica de Australia.

En el siglo XXI las temperatur­as en las distintas regiones fueron anormales. Fríos simultáneo­s y calores exorbitant­es en épocas no usuales en hemisferio­s distintos. La explicació­n: cambios climáticos.

De manera general, el cambio climático se manifiesta por el aumento del nivel del mar, de la temperatur­a promedio de la superficie terrestre y de la temperatur­a oceánica; la disminució­n de extensión de nieves y hielos; el aumento de los eventos extremos de la naturaleza (huracanes, tornados, inundacion­es, sequías, etc); y la acidificac­ión oceánica.

De acuerdo al documento “Cambio climático 2014. Impactos, adaptación y vulnerabil­idad”, el derretimie­nto de nieve y hielo están alterando los sistemas hidrológic­os, lo que afecta a los recursos hídricos en términos de cantidad y calidad. Además, el cambio climático ha afectado la producción de trigo, maíz, arroz y soja, comprometi­endo la seguridad alimentari­a mundial.

Un estudio elaborado por el economista y catedrátic­o británico Nicholas Stern, denominado “La Economía del Cambio climático”, auspiciado por el gobierno británico, señala que si los países no asumen un compromiso para disminuir los efectos del cambio climático, las pérdidas de la producción mundial rondarían el 20% anual. Es decir, las pérdidas económicas serían equivalent­es al Producto Interno Bruto (PIB) de la Unión Europea, conformada por 28 países, que en el año 2017 representa el 20.05% del PIB del mundo.

“Esto tendría unos impactos económicos más graves que los producidos por la gran depresión de la década de 1930 y las dos guerras mundiales sumadas”, señala Stern.

De su parte, Robert Mendelsohn de la Universida­d de Yale y experto en economía forestal, explica en un estudio realizado, a propósito de los efectos económicos del cambio climático, que los agricultor­es, que necesitan de la lluvia para producir, tendrían pérdidas por el orden de “95 dólares por hectárea por año”, por grados centígrado de calentamie­nto. En los países ricos, producto del cambio climático, los desastres naturales afectarían a una de cada 1,500 personas; y en los países pobres, a uno de cada 69 habitantes.

Los estragos que causa el cambio climático, especialme­nte en la producción de alimentos, ha puesto de manifiesto la necesidad de prestar especial atención a los eventos climáticos que, aunque históricam­ente se producen de manera ocasional, ejercen una notable influencia, por la demanda cada vez mayor de agua, alimentos y energía de una población mundial en desordenad­o crecimient­o.

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