La polaca y la lluvia

Estaba siempre a la entrada del supermercado donde yo acostumbraba a comprar víveres. Era polaca. Me lo dijo uno de esos días en que volvió a extender la mano para que le regalara alguna moneda. Estábamos en España y no había a quien darle el cambio por llevarte los paquetes, como aquí, de manera que se lo entregaba a esta señora que me miró con desconfianza cuando le pregunté su nacionalidad.

En cuanto dijo de donde venía, la Europa del Este, Polonia, quiso saber de dónde venía yo. Primero, le dije República Dominica, se quedó en blanco. Después, El Caribe. Lo situó en África. No, le aclaré, está en América. ¡Ahhh! ¡América!, dijo. Entonces, preguntó con una voz llena de añoranza, ¿cómo se llega a América?

Fue la ocasión en que más conversamos. Después, nuestro único contacto era su mano extendida y las gracias, si le entregaba una moneda.

La polaca no tenía mucha suerte con las limosnas. Solo vi a una señora pasarle un menudito, a nadie más. Pero, una noche en que llovía, esto cambió. Hacía un frío terrible, sentí una enorme compasión por aquella mujer que, bajo una temperatura helada, seguía mendigando en la puerta del supermercado. Me pareció una imprudencia, de su parte, le daría gripe, debía marcharse a su casa. Dentro del súper, me cercioré de tener dinero a mano para ella, se lo entregué al salir. La señora que venía detrás de mí, también le dio. Y alguien más que iba pasando, hasta que fui testigo de cómo la lluvia había inspirado a los indiferentes transeúntes a ser generosos.

Desde esa experiencia, que ocurrió hace muchos años, pienso en los más desposeídos cuando llueve. Porque un pobre mojado es mucho más pobre, su desamparo se hace evidente, imposible de ignorar, igual que aquella señora polaca bajo la lluvia helada. No lo olvidemos hoy cuando muchos dominicanos, hermanos nuestros, no tienen el refugio de un hogar seco.