China y nosotros...y lo inevitable (2)
Establecer relaciones diplomáticas con China es casi inevitable no sólo para la República Dominicana, sino para el resto de los países de la región centroamericana y del Caribe que aún no lo han hecho.
Y no porque se trate de un mercado de insondables oportunidades, sino porque las relaciones comerciales entre naciones se basan ahora en un concepto de oportunidad, competitividad y rentabilidad, no propiamente en valores morales ni en otras ataduras de antaño.
No es raro ver, por eso, a las naciones capitalistas más industrializadas insertadas en el mercado chino y asiático, sino a la propia China, flexibilizando sus esquemas socialistas y centralizadores, para abrirse a estos intercambios, aunque sea a costa de ofrecer las condiciones más ventajosas con tal de preservar un ritmo de crecimiento económico que le permita dar respuesta a las necesidades de sus 1,300 millones de habitantes.
Ya no predominan prejuicios ideológicos ni razones geopolíticas para trabar este asombroso intercambio comercial que se está produciendo entre dos mundos, el capitalista y el socialista revisado.
Tanto es así que, pese a su rivalidad de casi medio siglo con Taiwán, los chinos han permitido el establecimiento de unas de 63 mil empresas taiwanesas con una inversión de más de 350 mil millones de dólares.
A cambio de formalizar relaciones diplomáticas con cualquier otro país vinculado por nexos históricos a Taiwán, China reclama que se le reconozca su soberanía sobre el pueblo chino, y acepta que los países continúen manteniendo sus relaciones culturales, sus intercambios de todo género con Taiwán, a la que le reconocerán —según los altos rangos con los cuales tuve entrevistas— su autonomía para cobrar y disponer de los impuestos, mantener su propio ejército y relaciones comerciales con quienes quiera.
Leyes del mercado, sin embargo, terminarán cambiando el curso de las relaciones diplomáticas y comerciales de la República Dominicana con esa y otras naciones asiáticas.
No son condiciones creadas por nosotros, sino por un mundo globalizado que se comunica, se entiende y coexiste bajo nuevos parámetros, y no podemos ni debemos, cualquiera que sea la circunstancia, quedarnos aislados de ese proceso. Sabemos que es una coyuntura difícil para la República Dominicana, nación respetuosa de sus principios en el orden internacional, pero la prueba de que los tiempos han cambiado la tenemos inclusive en nuestra relación con los Estados Unidos, la primera potencia global, en la que intereses muy específicos —no necesariamente gubernamentales— influyen en un compromiso tan decisivo como el Tratado de Libre Comercio, o en la forma en que varios países, otrora divididos por guerras o por disputas territoriales, se tratan ahora como genuinos socios y excelentes amigos.