ALMUERZO EN TRASTEVERE
Con frases ingeniosas los mozos de las terrazas intentan llamar la atención de los turistas hacia sus respectivos locales para comer.
Con frases ingeniosas los mozos de las terrazas intentan llamar la atención de los turistas hacia sus locales.
Grazia & Graziella. Es el nombre del restaurante a la vera de la basílica de Santa María in Trastevere, al cual nos lleva mi nieta Pamela (a mi hija Carmen y a mí), a la hora del almuerzo en este barrio de Roma.
‘¡Ah… te estábamos esperando’!, le dice en italiano el mozo que sirve en la terraza del local, mientras levanta y abre los brazos. Pamela lo mira azorada. No le conoce. Es simplemente una de las tantas maneras en que los camareros, que trabajan en restaurantes y cafeterías con mesas al aire libre, intentan con cierto desparpajo atraer clientela. Lo vivimos a cada momento que pasamos a pie junto a alguno, en la acera de cualquier sector donde se movilizan los turistas.
Nos acercamos a una mesa al exterior con toldos protectores pero, como en este mes de Junio 2018, la capital de Italia es un puro horno, sin brisa y con tal resol que obliga a entrecerrar los ojos, prefiero almorzar en el interior con aire acondicionado. El contraste entre una y otra zona se deja sentir desde el primer instante. Afuera, los turistas disfrutan de la vista de la amplia plaza en un entorno de edificios con historia. Dentro, un original interiorismo donde prima el mobiliario rústico y elementos ajenos a cualquier restaurante, obliga a acercarse a mirar cada detalle. Entre varias mesas, dividiendo espacios, se levanta sobre el suelo un ábaco de gran tamaño, mientras desde el techo cuelga una bicicleta con tres sillines. Otra de un sillín está adosada a la pared cercana. En el muro de un arco, diversas frases atrapan y complacen: ‘Cucinamo con amore. Beviamo con passione’. (Cocinamos con amor. Bebemos con pasión). Y, entre varias, una más que traducida significa que ‘si el vino es deficiente, todo lo demás es deficiente’. Cuando miro hacia un lado del techo descubro además cómo, de una viga de madera, cuelga una jaula repleta de billetes de banco. De lejos me hace pensar en una piñata para jugar a la garata con puños…
Mi asombro llega al colmo con un cartel en un pasillo al fondo donde, junto a una flecha que señala hacia la derecha, escrito en letras grandes dice Pipi Room. Me echo a reír. Aquí impera la informalidad. La puerta que conduce al cuarto de damas está indicada con un par de coquetos zapatos dorados junto a un sombrero. Al entrar, encuentro a una señora de habla inglesa que, con las manos enjabonadas, intenta infructuosamente que el agua salga del grifo. Por suerte me lo habían advertido. Puedo ayudarla. ¡Hay que pisar un pedal en el suelo! Práctico e higiénico, sin duda.
Ya cómodamente sentadas a la mesa pedimos el menú. Quien primero nos atiende es la chica del bar. No es ducha en el asunto de los platos. Acude a su rescate la camarera. Sólo queremos un plato fuerte cada una. Pamela: ravioli con ricotta y espinaca, por 9.50 euros. Carmen: gnocchi vongole. Es decir, con almejas. Su costo es de 9.50 euros y está buenísimo. Yo: straccetti tramine, que en español traducen como lacitos de ternera. Trae queso, patatas, tomates y lechuga. Vale 16 euros. De bebida, una pide vino blanco de la casa (4.50 euros), dos pedimos vino tinto, que en italiano es vino rosso. (4.50 euros cada copa). En cuanto al postre, ordenamos un servicio para Carmen y para mí de un súper exquisito y cremoso tiramisú, por 6 euros. Es el mejor tiramisú que he probado. Cortesía de la casa ofrecen un digestivo, pero es amargo. No lo bebo. Carmen y Pamela sí. La cuenta, por 54.50 euros, es una invitación del papá de Pamela. O sea, de mi hijo Ángel. Ha sido un grato almuerzo en este un tanto excéntrico ambiente decorativo de Grazia & Graziella.