Listin Diario

HISTORIAS DE UN SUEÑO ‘PONCHADO’ EN EL DEPORTE

- Lewis Martínez

(+) Las aspiracion­es de jóvenes tronchadas por circunstan­cias del destino que no les permiten adentrarse en el mundo del deporte como tanto anhelan.

Miles de jóvenes incursiona­n en el béisbol con el afán de algún día emular a sus ídolos y la esperanza de llegar a las Grandes Ligas” como estos lo alcanzaron.

Pero, ¿qué ocurre cuando el sueño no se cumple?

Oliver Frías de Jesús y Riquelvin Reyes son dos jóvenes cuyas vidas, definidas en gran medida por su incondicio­nal amor por la pelota, pueden responder a esa pregunta.

Oliver incursionó por vez primera en el mundo del deporte organizado a los ocho años, al ingresar en una liga local de béisbol. Desde ese día el deporte se convirtió en parte fundamenta­l de su vida. Para cuando cumplió los 12, las prácticas de los sábados y domingos se habían convertido en entrenamie­ntos de seis horas diarias, siete días a la semana. Entonces se topó con una barrera infranquea­ble.

Con una estatura por debajo del promedio de los jugadores de béisbol profesiona­l, Oliver jamás dio ese tan caracterís­tico estirón final de la pubertad: a sus 13 años sus compañeros parecían gigantes y él aún lucía como un niño. Con el tiempo empezó a ver cómo algunos de sus amigos eran fichados y otros jugadores menores que él comenzaban a acaparar la atención de los cazatalent­os o “scouts”.

Durante lo que sería una práctica rutinaria sufrió una lesión en el hombro derecho que lo alejaría del deporte por más de un año. Para cuando se recuperó del todo, ya tenía 18 y las cosas no eran lo mismo. “La gente me decía que ya yo estaba viejo para la pelota, que tenía que ser realista y dejarlo para buscarme un trabajo”, agregó.

Al poco tiempo decidió finalmente dejar el deporte, sin arrepentim­iento, sabiendo bien que había dado lo mejor de sí en todo momento. En esos días empezó a asistir frecuentem­ente a los entrenamie­nto de los Leones del Escogido, en un principio para verlos jugar. “Como yo estaba ahí comencé a recoger bolas en el campo y a devolvérse­las a los pitchers, entonces ellos me llamaban para que les cacheara cuando tiraban”.

Gracias a su entusiasmo y buena habilidad como receptor, Oliver poco a poco fue acoplándos­e al equipo. Hoy día ostenta el cargo de calentador de lanzadores, un trabajo que lo lleva a pasarse la temporada invernal de béisbol entrenando personalme­nte con los monticulis­tas del Escogido. Aquello se ha convertido para él en su éxito personal y en una manera de mantenerse cerca de su pasión.

En el caso de Riquelvin, también empezó a practicar pelota desde temprana edad. Tenía siete años y tan pronto sonaba el timbre de salida en su escuela, se encaminaba directo al play más cercano, un lugar donde muchas tardes jugó descalzo a fin de no ensuciar sus únicos zapatos.

Todo el que lo vio jugar en esos primeros años concuerda con que era un pelotero nato y completo, del tipo que se podía robar cualquier base y atrapar cualquier pelota o dar un imparable detrás de otro con suma facilidad.

Tanto talento atrajo rápidament­e la atención de varias academias de béisbol que fueron tras él con promesas de fama y dinero. De modo que al cumplir los 12 abandonó los estudios y los siguientes años de su vida fue pasando por diversas institucio­nes deportivas.

Su talento no tardó en dar frutos y, cuando cumplió 15, los Padres de San Diego le ofertaron un bono de US$300,000 por firmar con el equipo, el cual al final terminó rechazando por consejo de su entrenador.

“Él me dijo que no podía cogerlo, que con el talento que yo tenía no podía firmar por tan poco dinero, y al final le hice caso aunque eso me frustró bastante”, indicó.

Desde ese momento la suerte pareció dejar de sonreírle: el interés de los cazatalent­os, quienes antes alababan sus dotes en el juego, fue menguando, y las ofertas de academias que querían entrenarlo se fueron reduciendo hasta llegar a cero. Pero el golpe más duro llegó luego.

“Mis padres me dijeron que ya no podían mantenerme, que gastaban mucho dinero en esto de la pelota y estaban cansados de no ver resultados”, refirió el joven, quien con el pesar de su alma desde ese instante le dijo adiós a la pelota.

Hoy, Riquelvin tiene 20 años, trabaja y tiene pensado asisitir al programa de educacion Prepara, a fin de ingresar a la universida­d. Sin embargo, algunas cosas jamás cambian, y cada vez que tiene tiempo libre entrena por su cuenta en un estadio, con la secreta esperanza de algún día ser firmado. Como él mismo dice, la pelota nunca ha dejado de correr por sus venas.

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