UNA PARADA CAMINO Macorís
El paisaje que forman los arrozales tal vez no sea un destino a visitar, pero sin duda es un deleite natural que vale la pena apreciar.
Como si se tratara de una pintura, cada lado materializaba un arte cautivador. El sol avivaba su verdor intenso, y la brisa le aportaba movimiento, haciéndole aparentar vida propia. Y es que en cierto modo la tenía, pues a 10 minutos más del trayecto y uno que otro hombre caminando en el interior de aquel paisaje, dejaron entender que se trataba de la mismísima naturaleza, esta vez mostrando su belleza a través de los campos arroceros.
Al atravesar un arrozal en la Autopista Duarte, camino al pueblo de San Francisco de Macorís, una imagen causó curiosidad, a tal punto que a más de uno le animó a soltar un: ¡Detente!, dirigido al conductor.
Aunque casi se camuflageaba con el lodo, aquello que se movía era un trabajador, y no una sobra andante, como se pensó. Ese obrero sostenía un tractor con el fin de preparar el terreno para los procesos de siembra de ese cereal.
El sol no había calentado demasiado las espaldas cuando un caballero con su voz fuerte, pero a tono de servicio, preguntó en la distancia, mientras se acercaba: ¿les puedo ayudar en algo?
Tan pronto como notó la curiosidad que retrasó el viaje original, empezó a explicar lo que a simple vista no se entendía. Sin embargo, no estuvo tan inspirado sino cuando se le preguntó: ¿Cómo es el día de un jornalero de parcela de arroz? “Mis días inician en la madrugada”, dijo de entrada.
“Todo obrero de esta área madruga para aprovechar las horas frescas, que son las primeras del día. Se viste acorde a la labor que realizará, toma las herramientas que necesita, y sale a su labor, que aunque es difícil por la cuestión del calor, la costumbre lo hace menos pesado”, explica.
En cuanto a su trabajo como dueño de parcela comprometido, narra que es una vigilancia contínua, debido a que cultivar este producto requiere de varios procesos antes de que llegue a su destino final, que se traduce en un alto porcentaje en las mesas dominicanas.
Con vista enfocada y rostro relajado, el hombre inició a hablar sobre las cosechas, asumiendo que los detalles previos a esa etapa, que al final de la conversación mencionó, eran sabidos por aquellos cibaeños que desconocían el proceso total. Su cara que por sus rasgos físicos denotaba más de cuatro décadas viendo pasar primaveras; entre más hablaba él más se veía emocionado.
Por cuestión de rentabilidad, y para aprovechar el año, el tiempo de cada cosecha se estima entre tres y 4 meses, resaltó. Antes, en la mayoría de los casos, se tomaba de 5 a 6 meses, es decir, dos por año.
Lo primero es la preparación de la tierra, dijo; luego la siembra, el mantenimiento mediante reguío, aplicación de productos químicos y limpieza; y finalmente, el corte, que es la recolección del producto en el campo.
Agregó que está supuesto a ser sembrado en terreno llano, por la cuestión del sistema de reguío por gravedad que es muy común para esa producción, esto se debe a que el arroz se da en en más de un 70% en agua.
Antes del medio día el viaje debía terminar en el destino original, y así se cumplió. Casimiro Ventura entendía que debía ser amable y servicial, por lo que, incluso al momento del adiós, él continúaba recordando detalles que podrían ser del interés de los curiosos. Para terminar dijo: “como sé que no son de aquí, les diré que la producción de arroz es una de las principales de San Francisco de Macorís”.
Parte del camino seguía adornado con ese arte; en algunos lados liso, en otros rayado, muy parecido a una tela grande.
En unos lados casi amarilla, porque está cerca de la fecha de consecha; y en otros, con el verde más encendido, que corresponde al tiempo en que el cereal está en momento de formación.