Palabras
Cuando sostienes conversaciones informarles, asumes que tus opiniones se quedarán ahí, que no trascenderán. Y si alguien cercano te pide referencias de un tercero, a quien, también, estimas, te sientes obligada a ser tan honesta que incluyes tus dudas sobre esa persona, con cierta ligereza. Asumimos que nuestras palabras no tendrán peso alguno en la vida de quien las escucha. ¿Pero... y si resulta que una frase cala en el otro, le cuestiona y le marca?
El sábado, mientras asistía a la boda de un amigo muy querido, me sorprendió escuchar, al inicio de su discurso como recién casado, una frase que le dije hace unos años. Lo extraño es que yo recordaba justo el momento. Ese día, lo observé y sentí una preocupación genuina que le compartí. Le dije que se estaba poniendo viejo, que debía buscar una mujer buena y casarse porque, después, las amigas tendríamos que lidiar con él cuando se enfermara. Lo dije, tal vez, más en broma que en serio, pero mi amigo tomó en cuenta mis palabras, las cuales coincidían con las de su hija mayor partidaria, como yo, de que encontrara una compañera. Nos hizo caso. Y su elección ha sido excelente, fui testigo de ello en su preciosa boda. Pero allí no solo recordó lo bueno. En su tierno discurso, que me conmovió hasta las lágrimas, también, mencionó que lo califiqué de enamoradizo. Recordó ese otro comentario mío, nada menos que en uno de los momentos más importantes de su vida.
Como dije antes, me sorprendió escuchar las dos anécdotas. Y, desde ese momento, he pensado mucho que marcamos a los demás, a fuego, con nuestras palabras. Asumimos que se las lleva el viento, pero no siempre es así. A veces, las palabras van de nuestras bocas al corazón del otro y allí hacen morada. Por eso, ahora quiero usarlas para decirle a mi amigo que hoy estoy segura de que es un hombre enamorado, comprometido y que, esa tarde mágica, planificada con esmero por el Dios en el que creemos su esposa y yo, y que lo espera a él con paciencia, sentí que lo estaba viendo junto a su compañera para toda la vida. Puede citarme, si lo desea, en el discurso de sus bodas de oro y, por si acaso, escrito está, para que no se quede en palabras.