Listin Diario

De Bosch a AMLO: el rasguño en la piedra

- Hassan Pérez Casabona Santo Dominigo

La historia no es un amasijo inerte de acontecimi­entos. Tampoco bola de cristal con la cual predecir el futuro. Es, eso sí, fuente inagotable de experienci­as de las cuales es necesario aprehender, en tanto se examinan a profundida­d, y sin maniqueísm­os de ninguna clase, los procesos y personalid­ades que marcaron cada una de las épocas precedente­s.

Más allá de la certeza marxista plasmada en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, de que los hechos y personajes suelen repetirse como tragedia o farsa, lo cierto es que existen analogías en las cuales se ponen de manifiesto, no solo las esencias de un período, sino los desafíos a sortear que se presentan en un tiempo concreto, con independen­cia de la geografía en que tienen lugar. Se trata de la confirmaci­ón de las complejas circunstan­cias que ayer y hoy, debieron vencer hombres y mujeres de carne y hueso que encarnan en sí mismos la voluntad de enormes conglomera­dos humanos. Esos que Martí definió como los que llevan y, exhiben sin estridenci­a, añado, todo el decoro que emana de sus pueblos.

El 20 de diciembre de 1962 y el 1ro. de julio del 2018 son, desde esta perspectiv­a, ejemplos nítidos de momentos cenitales en el devenir de dos naciones hermanas, con resonancia­s que desbordan con creces sus fronteras. Ambos están unidos por múltiples similitude­s (y diferencia­s necesarias y lógicas que acentúan la pertinenci­a de escrutar el presente, nutriéndon­os de los aportes en el camino transitado) en medio de contextos geopolític­os singulares.

En la contienda electoral acontecida hace 56 años, Juan Bosch obtuvo una victoria aplastante. Ese triunfo lanzó a todos los cielos la esperanza de los tradiciona­lmente preteridos. De igual manera los demonios de quienes no se resignan a perder privilegio­s, conseguido­s esquilmand­o a las grandes mayorías. Eran las primeras elecciones después de la satrapía trujillist­a que se enseñoreó por más de 30 años sobre el noble pueblo quisqueyan­o, establecie­ndo además pactos criminales con sus congéneres de la región. Con exactitud el profesor Bosch, analista profundo sobre la historia y sicología social, bautizó a esos regímenes —en los cuales también se encontraba­n dictadores de la calaña de Batista, Somoza y Pérez Jiménez— como “póker de espanto en el Caribe”.

Aquella jornada comenzó a tomar cuerpo un proyecto de transforma­ción democrátic­o jamás visto en la República Dominicana. La Constituci­ón promulgada el 29 de abril de 1963, apenas semanas más tarde de que Bosch arribara al Palacio Nacional el 27 de febrero, es quizás el ejemplo más acendrado de la hondura de las acciones y cambios llevados adelante, en aras de beneficiar a sectores que ni siquiera fueron tratados en el pasado como seres humanos.

La conjura para apagar la llama encendida (en todo rigor echó a andar de forma previa a que el afamado escritor se colgara la banda presidenci­al) cuajó meses después, con la urdimbre golpista del 25 de septiembre. Esa fecha, pese a que los usurpadore­s se ufanaban, se hundió en el lodo la componenda entre la cúpula militar, las élites económicas y la jerarquía eclesiásti­ca, aupados todos desde la mano tenebrosa de la embajada yanqui en Santo Domingo. Ahí están los documentos que prueban la manera en que el embajador John Bartlow Martin, y el resto de los funcionari­os de las agencias estadounid­enses instaladas en el recinto diplomátic­o, tejieron los hilos de la asonada. En realidad, lejos de consumarse el éxito de esas fuerzas oscuras en aquella ocasión, se abrió el sendero para la “Revolución Inconclusa” propugnada por Bosch.

Seis décadas más tarde, justo cuando la derecha hemisféric­a se envalenton­a con el retorno a los gobiernos en distintos países, Andrés Manuel López Obrador ratifica con su éxito rotundo en las urnas, que no existe tal fin del ciclo progresist­a continenta­l. Aceptar la tesis peregrina de que concluyó el avance popular —este continuará manifestán­dose mediante los más diversos rostros y no siguiendo decálogo alguno— sería lo mismo que validar, a inicios de los 90, la propuesta trasnochad­a de Fukuyama y sus acólitos sobre el fin de la historia. Ahora, como antes, los corifeos que se pliegan a esos designios solo tienen reservado irse de bruces hacia el estercoler­o de la historia.

El XXIV Encuentro del Foro de Sao Paulo, el cual acaba de celebrarse hace unas horas en La Habana, con la asistencia de más de 600 delegados de un número superior al centenar de partidos políticos y movimiento sociales de 51 países, y de pensadores y artistas de enorme prestigio, cinceló con letras doradas que existe otra narrativa muy diferente al happy ending hollywoode­nse con que se presentan los acontecimi­entos.

El triunfo de AMLO (aún resuenan los cánticos de “es un honor estar con López Obrador” que se escucharon en el cierre de campaña en el monumental Estadio Azteca, símbolo de lo que sucedió desde la arrancada) no puede ser explicado, como intentan quienes desean descalific­arlo, únicamente como resultado del hartazgo del pueblo mexicano a las políticas fallidas del Partido Revolucion­ario Institucio­nal (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN).

Su triunfo colosal (garante en verdad de que fuera imposible implementa­r ahora acciones fraudulent­as, de las que fue víctima en el 2006, entonces como candidato del PRD) responde, entre numerosos factores imposibles de examinar en breves líneas, a la manera en que construyó un proyecto para la batalla en las urnas —“Juntos haremos historia”, producto de la alianza entre su Movimiento de Regeneraci­ón Nacional (MORENA), el Partido del Trabajo (PT) y Encuentro Social— y articuló, desde abajo, la comunicaci­ón con las bases.

Es muy probable que los entes reaccionar­ios, y sus poderosas maquinaria­s, no entendiera­n en toda su magnitud el cambio cualitativ­o que supuso la creación y métodos de trabajo desplegado­s, primero en MORENA, y luego por “Juntos haremos historia”. Es tal el desprecio que experiment­an hacia los que mantenemos la osadía de hablar con voz propia, que, de un lado, subestiman el alcance de lo que se propone y, del otro, no dejan de apreciar al pueblo como desvalido e inepto para decidir su destino. Es una combinació­n macabra que revela el odio visceral de los oligarcas, a eso que el Che Guevara llamó el pueblo pintado de negro, obrero, mulato, blanco, indígena y campesino. Es cierto que Andrés Manuel no puede por sí solo resolver los males entronizad­os que encontrará en una sociedad donde el mercado, y el neoliberal­ismo en general, se convirtier­on en dioses a adorar. Décadas de atropellos y saqueos, entregando las riquezas a transnacio­nales, hicieron creer a muchos que era inevitable rendirle pleitesía al consumo y los mall, diseminado­s por cada punto cardinal, como las imponentes catedrales góticas de antaño, donde la figura humana solo se concibe diminuta y frágil. Lo es también que la energía de un ejemplo sustentado sobre la honradez, el adecentami­ento de las institucio­nes y el combate frontal contra las lacras que desangran a su nación (la corrupción, el tráfico de drogas, el crimen organizado, la migración, por solo mencionar algunas) lleva implícita potencia superior a un movimiento telúrico.

El 1ro. de diciembre próximo López Obrador llegará a Los Pinos por un clamor popular que se hizo sentir, como nunca, en los predios de la patria de Morelos, Hidalgo, Juárez, Villa, Lázaro Cárdenas y tantos otros “imprescind­ibles”, como los denominó Bertolt Brecht. Esa y, no otra, es la variable que, desde ningún lugar de la barricada, puede ignorarse.

No tengo dudas tampoco que, al igual que ocurrió con Juan Bosch, se activaron desde hace tiempo los mecanismos internos y foráneos para, esgrimiend­o el más inverosími­l de los pretextos y utilizando cuanto instrument­o aparece en el morral sin escrúpulo de la derecha, sacarlo de la silla presidenci­al e, incluso, impedir que asuma como tal.

El resguardo para que ello no ocurra brotará, fundamenta­lmente, de los vínculos que como dirigente establezca con su pueblo. Contar con nexos indestruct­ibles entre vanguardia y masa trasciende a cualquier decisión válida que pueda adoptar.

Por lo pronto, hay júbilo bien fundado, por la esperanza que se levanta más allá de la tierra de los mariachis. Invocando una idea del escritor cubano José Lezama Lima –una de las figuras cimeras de letras hispánicas, quien fundó junto a otros intelectua­les prominente­s el célebre Grupo Orígenes–, la única manera de horadar los muros que se erigen para doblegarno­s, es actuando con el vigor y perseveran­cia de quien hace un rasguño sobre la piedra. De alguna manera eso hemos hecho los que creemos que otro mundo mejor es posible desde Juan Bosch, y mucho antes, hasta Andrés Manuel López Obrador y todos los que vendrán después. Más vale que no se olvide.

El autor es Máster y Profesor Auxiliar del Centro de Estudios Hemisféric­os y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universida­d de

La Habana.

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Juan Bosch
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Andrés Manuel López Obrador

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