“Yo soy el pan de la vida, dice el señor”
Quien se acerca a mí nunca pasará hambre. Y el que se adhiere a mí nunca pasara sed. El pan de Dios es el que baja del cielo y va dando vida al mundo. Y entonces le dijeron “Señor danos siempre de ese pan”. Y el Señor les dice: “Yo soy el pan de la vida”.
Cada vez que comulgamos, estamos recibiendo ese mismo pan bajado del cielo. Y qué pena que muchas veces no nos damos cuenta del maravilloso tesoro que llevamos dentro, cuando recibimos el cuerpo de Cristo en la comunión. Durante los cuatro domingos del mes de agosto, vamos a estar leyendo el capítulo 6 de Juan. Todo un relato de lo que es verdaderamente el Señor para nosotros. Este capítulo logra que muchos discípulos se apartaran de Él, porque no entendían este gran misterio. “Las exigencias que Jesús les estaba exponiendo son espíritu y son vida. Pero, hay entre ustedes quienes no creen.” Y eso les pasa a muchos “católicos”, que van a la misa y no le dan la importancia que tiene la liturgia de la eucaristía, el acto de culto que nos dio nuestro Sumo Sacerdote la víspera de su muerte. La santa misa es en realidad la santa eucaristía. Por eso, no debemos de dejar de comulgar simplemente porque no tengo ganas hoy de hacerlo: “Danos siempre el mismo pan”. Ese pan que nos alimenta, el pan que nos ayuda a sobrellevar las cargas cotidianas, el pan que nos da la fuerza para lidiar con el mundo que nos ha tocado vivir.
La eucaristía es parte del gran monte vivo que es Cristo, según un símil trazado por los antiguos santos de Tierra Santa. El santo sacrificio de la eucaristía, la Divina Liturgia, no está hecha precisamente en su esencia por ningún hombre. En palabras de un sacerdote: “Nunca he dirigido un “servicio” llamado Misa. He actuado como “sustituto” del Sumo Sacerdote, por usar las palabras de la Iglesia, que enseña que yo estaba ahí actuando in persona Christi, en la persona de Cristo, el sumo sacerdote de la Epístola a los Hebreos. La gente va a misa a una comunión con Cristo. Éste es el elemento misterioso en todos los sacramentos cristianos, incluido el bautismo. Por esta razón, en caso de gran necesidad cualquiera puede actuar in persona Christi para bautizar, porque es Cristo quien en ese momento bautiza. Es Cristo quien perdona los pecados. Cristo quien prepara tu muerte, Cristo quien ordena o quien bendice el matrimonio. Cristo es el sacerdote de todos los sacramentos, del mismo modo que nos habla desde cada página de la Sagrada Escritura. Amén.