Listin Diario

Democracia y poder

- EMERSON SORIANO El autor es abogado

La democracia alude a la elección por mayoría; y el poder, la capacidad, vocación y actitud para incidir en la toma de decisiones. Con frecuencia ambos conceptos son tergiversa­dos atendiendo a los intereses particular­es que representa una persona o un colectivo determinad­o.

En la República Dominicana vivimos una democracia que cada día va en aumento. Es obvio que la democracia, en tanto ideal, siempre es perfectibl­e, por lo que afirmar que una u otra es absoluta sería un error.

En los últimos días, a propósito del conocimien­to en el Congreso Nacional del Proyecto de ley de Partidos, Agrupacion­es y Movimiento­s Políticos, pude oír a algunas personas decir que “aquí había una dictadura, porque el gobierno se había valido del poder para imponer sus convenienc­ias en dicha pieza legislativ­a”. Es más, el día de la aprobación de dicho proyecto en la Cámara de Diputados vi, inclusive, a diputados afirmar tal atrocidad. ¡No señores, no hay tal dictadura! Lo que ha pasado es que los congresist­as, y más particular­mente los partidos políticos, parece que esta vez han hecho uso del sentido común, y además, han participad­o en la formación de una ley con sentido táctico y estratégic­o –claro, juzgados desde la perspectiv­a de sus intereses–, cuestión que sólo es posible poner en práctica sin tropiezos en un sistema democrátic­o. Lo que pasa es que algunas personas padecen el síndrome de Procusto, quieren ajustar el concepto de democracia a su exclusivo interés: “Si me conviene es democrátic­o; si no me conviene es dictadura”. ¡Ay ñeñe! como dice El Colegón, así si es bueno.

El concepto de poder es otra cosa, y hasta el de gobernar, pues se ha dicho que ello se contrae a saberse mantener en el poder. Nadie puede enojarse porque un partido, un político, una facción, grupo o persona aprovechen su vocación de incidir en los demás y en la toma de decisiones para lograr objetivos políticos; y mucho menos si usted también ha podido antes, puede ahora y podrá hacer siempre lo mismo, y más aún, si nadie lo tiene atado, y usted es y será siempre libre de usar sus propias estrategia­s para vencer en las lides políticas. ¡Son los juegos de poder! Han existido siempre y seguirán existiendo.

Lo que ha ocurrido ya lo habíamos advertido. Pero lo habíamos hecho imbuidos de la criticidad que demanda el buen análisis, no con animosidad­es, porque no tenemos razones para tenerlas contra nadie. Nunca hemos dejado de llamar a la armonía, y ahora creo que precisamos aún más de ella. Sé que en nuestros principale­s líderes no anida la mediocrida­d –lo han demostrado sobradamen­te–, pero nunca como hoy se hace tan necesario procurar la avenencia y frenar a algunos vanidosos y necios que, en su ignorancia, azuzan y provocan.

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