Democracia y poder
La democracia alude a la elección por mayoría; y el poder, la capacidad, vocación y actitud para incidir en la toma de decisiones. Con frecuencia ambos conceptos son tergiversados atendiendo a los intereses particulares que representa una persona o un colectivo determinado.
En la República Dominicana vivimos una democracia que cada día va en aumento. Es obvio que la democracia, en tanto ideal, siempre es perfectible, por lo que afirmar que una u otra es absoluta sería un error.
En los últimos días, a propósito del conocimiento en el Congreso Nacional del Proyecto de ley de Partidos, Agrupaciones y Movimientos Políticos, pude oír a algunas personas decir que “aquí había una dictadura, porque el gobierno se había valido del poder para imponer sus conveniencias en dicha pieza legislativa”. Es más, el día de la aprobación de dicho proyecto en la Cámara de Diputados vi, inclusive, a diputados afirmar tal atrocidad. ¡No señores, no hay tal dictadura! Lo que ha pasado es que los congresistas, y más particularmente los partidos políticos, parece que esta vez han hecho uso del sentido común, y además, han participado en la formación de una ley con sentido táctico y estratégico –claro, juzgados desde la perspectiva de sus intereses–, cuestión que sólo es posible poner en práctica sin tropiezos en un sistema democrático. Lo que pasa es que algunas personas padecen el síndrome de Procusto, quieren ajustar el concepto de democracia a su exclusivo interés: “Si me conviene es democrático; si no me conviene es dictadura”. ¡Ay ñeñe! como dice El Colegón, así si es bueno.
El concepto de poder es otra cosa, y hasta el de gobernar, pues se ha dicho que ello se contrae a saberse mantener en el poder. Nadie puede enojarse porque un partido, un político, una facción, grupo o persona aprovechen su vocación de incidir en los demás y en la toma de decisiones para lograr objetivos políticos; y mucho menos si usted también ha podido antes, puede ahora y podrá hacer siempre lo mismo, y más aún, si nadie lo tiene atado, y usted es y será siempre libre de usar sus propias estrategias para vencer en las lides políticas. ¡Son los juegos de poder! Han existido siempre y seguirán existiendo.
Lo que ha ocurrido ya lo habíamos advertido. Pero lo habíamos hecho imbuidos de la criticidad que demanda el buen análisis, no con animosidades, porque no tenemos razones para tenerlas contra nadie. Nunca hemos dejado de llamar a la armonía, y ahora creo que precisamos aún más de ella. Sé que en nuestros principales líderes no anida la mediocridad –lo han demostrado sobradamente–, pero nunca como hoy se hace tan necesario procurar la avenencia y frenar a algunos vanidosos y necios que, en su ignorancia, azuzan y provocan.