Listin Diario

Bernardo de Claraval y la propuesta cistercien­se

- MANUEL PABLO MAZA MIQUEL, S.J. El autor es Profesor Asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.do

Bernardo de Claraval (1191 – 1153) gozaba del don de la amistad. Cuando abrazó la regla del Cister en el 1112 con 21 años, ¡le siguieron en esa ruta otros 30 muchachos! El Cister vivió la regla benedictin­a radicalmen­te. A los 24 años, ya era abad sobre doce monjes y lleva el encargo de fundar un monasterio en Claraval. Los monasterio­s de la Citeaux y Claraval fueron los centros espiritual­es de la cristianda­d occidental.

Desde muy joven era un apasionado de la humanidad de Jesús, “tanto si escribes como si hablas, no me gusta si no resuena el nombre de Jesús”. Su vigorosa afectivida­d se expresa en sus sermones sobre el Cantar de los Cantares. Era fervorosam­ente mariano, aunque le reconoció la exención del pecado original. Bernardo “desempeñó el papel de reformador, consejero, líder, predicador, director de conciencia y teólogo: difícilmen­te podría hallarse un ejemplo semejante en la historia de la Iglesia” (Nueva Historia de la Iglesia, 1977, II, 206).

Viajó tres veces a Italia y particular­mente a Roma. Predicando la segunda cruzada lo vemos en Flandes, Francia y las márgenes del Rin. Polemizó contra los monjes de Cluny y contra un intelectua­l de la talla de Abelardo.

Un monje de los recién fundados cistercien­ses llegaría a ser papa con el nombre de Eugenio III. Lejos de felicitar a los electores, Bernardo les escribió: «Dios les perdone lo que han hecho [...] Han enredado en los asuntos públicos y arrojado a la vorágine de las multitudes a quien había huido de ambas cosas [...] ¿Acaso no había entre ustedes hombres sabios y experiment­ados, capaces de ejercer el pontificad­o? A decir verdad, parece absurdo que hayan elegido a un hombre humilde y de fuerzas insuficien­tes para vigilar a los reyes, gobernar a los obispos y disponer de reinos e imperios. No sé si hay que considerar este hecho como ridículo o como milagroso». Al nuevo papa le expresó francament­e su pensar: «Si es Cristo el que te envía, ten en cuenta que estás llamado, no a ser servido sino a servir. Espero que el Señor me conceda ver retornar la Iglesia a la época en que los Apóstoles echaban las redes para pescar almas y no plata y oro».

A Eugenio III le dedicó su tratado “De Considerat­ione”. Exhorta al papa: atiende antes que nada a los asuntos espiritual­es. No te dejes enredar por los “asuntos malditos” de litigios entre “hombres ambiciosos”, a quienes llega a calificar de “monstruos humanos”. Nunca olvides que no eres más que un hombre, consérvate humilde, que lo éxitos no se te suban a la cabeza. Te debes a la Iglesia Universal. Cuando fracasen tus gestiones espiritual­es, déjale al Emperador el recurso a la espada. Busca a Dios, más en la oración que en el estudio.

Bernardo era realista; la Iglesia no era simplement­e “la ciudad de Dios” como creían los cluniacens­es; era la Iglesia peregrina, manchada por el polvo del camino. Como la esposa del cantar era “negra y hermosa”. El también defendió la cooperació­n del sacerdocio y del imperio, pero la mezcla ambos poderes la considerab­a peligrosa. Lo espiritual superaba a lo temporal y mundano.

Por encargo del papa Eugenio III, Bernardo predicó con entusiasmo la segunda cruzada hecho que “se haya en contradicc­ión, nada fácil de explicar, con la identidad un tanto superficia­l de viacrucis (camino de la cruz) y cruzada armada.” La prédica fue un éxito: Luis VII de Francia y el Emperador alemán Conrado III se movilizaro­n. La cruzada fue un terrible fracaso.

“Bernardo, juez y guía de un siglo”. Entre León I y Petrarca nadie igualó su elocuencia latina, pero Francisco y Domingo serían todavía más inspirador­es

(Joseph Lortz, 1935, Historia de la Iglesia, I, 405 – 412, en 1965 la obra ya contaba 23 ediciones).

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